martes, 11 de agosto de 2015

Leyenda (Diluvio Universal)


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EL DILUVIO UNIVERSAL



Luis Lara Pardo

       El arrepentimiento de que, según las Escrituras, fue presa Dios por la perversidad del hombre por Él creado, tuvo efectos tardíos pero de una crueldad inimaginable.
       No fue un acto de contrición y propósito de enmienda y reparación de la falta.
       Esta recaía necesariamente sobre Él mismo, autor de una obra que ahora le parecía detestable.
       Con su poder infinito bien pudo Dios, dando curso a su misericordia y empleando su sabiduría, modificar la condición humana para impedir sus extravíos y crímenes.
       Pudo asimismo, con la eficacia de su palabra y su facultad inagotable de hacer milagros, impedir que los malvados se reprodujesen; extinguir su especie, para que los buenos y virtuosos fuesen los únicos capaces de procrear y poblar el mundo.
       Mas no, en vez de contristarse y reparar por medios suaves y hábiles su propia falta, desató su cólera y no encontró medio más adecuado que el exterminio brutal.
       Y no sólo castigó a los malos descendientes de Caín, sino a todos los seres humanos, excepto una corta familia; y no sólo a la culpable especie humana, sino a todos los animales.

-¿Qué culpa tenían las fieras, los animales domésticos, mansos y útiles, las aves canoras, tantos insectos benéficos, tantos seres hermosos, de la maldad de aquella perversa casta?

       Dios quiso asesinar a todo ser viviente, exceptuando una pareja de cada especie animal.
       ¡Y qué muerte darles!: ahogarlos; echarles encima una creciente sin límites, una inundación total que les impidiera salvarse, que les hiciera venir la muerte sin remisión, luchando desesperadamente, agonizando durante horas y días enteros.
       Sólo una mente diabólica pudo haber imaginado tan cruel tortura y tamaña hecatombe: ¡el Diluvio Universal!
       Ordenó a Noé construir una enorme barca donde se metieran él, su esposa, sus tres hijos, con sus tres nueras, y una pareja de animales de cada especie.
       Sólo salvo, a lo que parece, a los peces, a quienes, lejos de privar de espacio y alimento, les proporcionaba agua en enorme abundancia y pasto más que suficiente con los despojos de la fauna y la flora sumergida.
       Tardó Noé, según el Texto, más de cien años en cumplir el encargo.
       Cómo pudo construir una barca de dimensiones suficientes para abrigar millones de animales y cómo llegó a reunir la colección de machos y hembras de cada especie animal viviente, son cosas de milagro, que la razón humana no admite, porque es materialmente imposible a un hombre reunir una colección así.
       Hace siglo que no un hombre, sino generaciones de naturalistas, expertos en cosas de animales, se ocupan en descubrir y clasificar a los de la creación y todavía queda muchísimos totalmente desconocidos.
       No se sabe que Noé haya viajado por el mundo para reunir su colección ni que llevara consigo lo necesario para conservarla con vida, y era enorme el número de especies que sólo existían en regiones que Noé no pudo haber conocido.
       Cien años son demasiado para la vida de un hombre; pero la historia Santa atribuye a sus héroes vidas larguísimas, y dice que Noé vivió nada menos de quinientos años.
       Un siglo es completamente insuficiente para los preparativos de ese complicado  inmenso salvamento.
       Necesitaba conocer a todas, absolutamente todas las especies; conocer al dedillo sus costumbres, para evitar que perecieran en el barco y, en ciertos casos, emplear procedimientos complicados, con ayuda de microscopio, para determinar el sexo de los ejemplares, que iba reuniendo.
       Cuando todo estuvo listo, y toda aquella inmensa muchedumbre metida en el Arca de Noé, Dios hizo caer sobre la tierra una lluvia más que torrencial.
       Duró cuarenta días con sus noches, dice la Escritura.
       Al cabo de ellos, la inundación había sobrepasado la cima de las más altas montañas.
       Lluvia de intensidad inconcebible, pues durante las novecientas sesenta horas que duró, el agua tenía que ir subiendo continuamente a razón de diez metros por hora, o sea quince centímetros por minuto.
       No existía, seguramente, entonces y en el mundo entero cantidad de agua libre suficiente para esa inundación.
       Salváronse Noé y las ocho personas de su familia.
       Todo el resto de la humanidad pereció. Y sucumbió también la fauna, salvo una pareja privilegiada, tomada al acaso y que comprendía así los animales más útiles como los más dañinos.
       Error imperdonable; terrible muerte; agonía horrorosa.
       Hombres y bestias iban refugiándose en los sitios más altos y con ellos retardando algunas horas la inevitable muerte.
       La fundación los perseguía inexorablemente, torturando con su amenaza a las víctimas antes de exterminarlas.
       Todas las representaciones gráficas que del Diluvio he visto, son cuadros de horror y ni los más geniales artistas han podido dar sino un pálido reflejo de la realidad.
       Fue una hecatombe bárbara, espantosa, que Dios presenció impasible, si no gozoso, pues no hizo cesar la lluvia hasta que el último de los condenados hubo perecido.
       ¡Entonces, Dios quedó satisfecho!

-¿Cuántos hombres perecieron así?                          

       Imposible saberlo, pero han de haber sido millones.
       Todo cálculo respecto a la rapidez con que haya podido poblarse la Tierra no  son meramente conjeturales.
       Los relatos de los Libros Santos hacen creer que en aquellos remotos tiempos el hombre era más prolífico.
       Hablan de familias numerosísimas.
       Las de los patriarcas eran tribus, los hombres, además, vivían diez veces más que ahora.
       Dicen que Adán vivió 950 años; Set, su tercer hijo, 912.
       Matusalén batió el récord con 969.
       No dice la Escritura hasta cuándo esos fenómenos longevos conservaron su virilidad ni hasta qué edad sus mujeres fueron fecundadas; pero seguramente han de haber tenido hijos por centenares.
       Con tal débil mortalidad y tanta fecundidad la población del mundo en el momento de comenzar el Diluvio ha de haber sido de millones.
       Era ya milenio y medio.
       En cuarenta días esa población fue exterminada.
       La matanza fue mayor que en la más sangrienta de las guerras, aun las actuales, tan bárbaras, o en las más mortíferas de las pestes.
       Fue casi de ciento por ciento.
       Tan horrible fue que, cuando al fin, después de más de diez meses, bastante seca la tierra, Noé recibió orden divina de salir del arca y sacar de ella a sus huéspedes.
       Dios acabó por conmoverse (demasiado tarde) y prometió, dice el Texto Sagrado, "no volver en la lo sucesivo a tronchar la vida".  
       Otra vez SE ARREPINTIO de su acto.
       Otra vez se confesó equivocado.
       Vio, por fin, lo enormemente cruel y salvaje de su acción.
       Bendijo a Noé y a sus hijos y les habló:                     
       "Creced y multiplicaos y llenad la tierra entera. Establezco alianza con vosotros y con vuestra posteridad y ya no volverá a haber diluvio para acabar con el universo. Cuando cubra yo de nubes el cielo, el arco iris que aparezca en ellas será el signo de mi alianza".   
Desgraciadamente, ese policromo signo de la divina alianza, no aparece generalmente sino después de la tormenta, cuando la lluvia torrencial, la creciente, el rayo, el huracán, han solido causar destrozos a veces irreparables.
       El Diluvio fue inútil.
       Ni Dios cumplió su promesa, ni el hombre se regeneró por el escarmiento.
       Así habla el Texto: "un castigo tan notorio como el Diluvio, debió haber causado viva impresión en lo que de la raza humana quedaba (ocho personas). Sin embargo, la familia misma de Noé dio pronto pruebas de que el corazón del hombre no había dejado de ser perverso".
       Vino la borrachera de Noé, la burla de uno de sus hijos, la maldición del padre, la dispersión de las descendencias de los tres hijos, una de las cuales, la amarilla, se esparció en Asia; la negra (signo de oprobio) en Africa, y la blanca en Europa.
       América no fue poblada por la prole de Noé.
Seguramente Dios ignoraba o había olvidado la existencia de nuestro continente.
       A poca páginas, el texto aprobado por las autoridades eclesiásticas dice:
       "El castigo del Diluvio no apartó del vicio a los hombres: pronto se volvieron más
malvados que antes".
       Este otro fracaso de la divinidad fue horrible.
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