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FALLIDO, ¿EL ESTADO O LA SOCIEDAD?
Lorenzo Meyer
03 Ago. 2017
México, como sociedad nacional, atraviesa por una etapa angustiosa de violencia e inseguridad, pero también de corrupción e ineficacia institucional, debilidad de su economía, fragilidad de sus defensas frente a un entorno internacional adverso y, sobre todo, de acumulación de los efectos negativos de su histórica y creciente desigualdad social.
En México no sólo falla el Estado -en la medida en que existe- también la sociedad.
Entre ambas arenas se ha creado un ciclo de retroalimentación y una incógnita: ¿dónde y cómo se puede romper el círculo vicioso?
En Baja California Sur, el Presidente aseguró: "son muchas las cosas buenas que pasan en nuestro país y que están pasando, y que están ocurriendo no sólo porque es decisión del presidente de la República, es parte de la responsabilidad que cada individuo, que cada ciudadano y que cada mexicano está asumiendo frente a los retos que nos toca vivir" (25/07/17).
Sin embargo, justo al día siguiente, se informó que la Fiscalía de Tabasco había encontrado que, como rito de iniciación, a dos adolescentes que ingresaban a la vida criminal se les pidió comer la carne de una de sus víctimas (El País, 26/7/17).
Si, como dice el Presidente, aquí pasan algunas cosas buenas, también pasan otras que nunca debieron suceder, que en parte son responsabilidad de cada individuo, pero también de la sociedad y, sobre todo, de quienes tienen y ejercen el poder político, económico, religioso y cultural.
En México podrían ocurrir más "cosas buenas" si el entorno fuera propicio, como el que un joven mexicano ganó un concurso internacional de matemáticas en China y otro fue seleccionado en un certamen de piano en Kazajistán.
Sin embargo, también ocurren y con más frecuencia, cosas que nunca deberían haber sucedido, como es el caso de ese par de sicarios de 16 y 17 años que no sólo son ya asesinos graduados, sino que descendieron al extremo de la barbarie vía su reclutamiento en las filas del crimen organizado.
Ninguna sociedad que se precie de poseer un mínimo de justicia y de solidaridad puede soportar la rutinización de la barbarie sin que se vea afectada de sus cimientos a su cúspide.
El evento de canibalismo tiene como marco el repunte de los homicidios en todo el país.
Como lo señalara Santiago Roel, el aumento de este delito coincidió con la "Iniciativa Mérida" (2008), plan alentado por Estados Unidos para profundizar la "guerra contra el narco" en el México de Felipe Calderón (Aristegui Noticias, 30/07/17).
Ese índice de violencia criminal bajó en 2012 pero en 2015 volvió a repuntar y el año pasado alcanzó, según el INEGI, la cifra de 23,953 y los datos para el primer semestre de 2017 auguran una situación peor.
El actual gobierno se jacta de haber creado en cuatro años y medio casi 3 millones de empleos, pero su propio secretario de Trabajo aclaró que, de esos, sólo 400 eran nuevos en un país que debe generar 800 mil al año (Proceso, 30/7/17) y su calidad deja mucho que desear.
Si la economía creciera, la pobreza no estaría afectando al 46.2% de la población (cifras del Coneval).
Y, para colmo, está el viejo problema de la desigualdad. Las cifras de Oxfam son contundentes: en México el 1% de la población se apropia del 43% de la riqueza del país (https://act.oxfam.org/mexico)
Y el 10% más pobre sobrevive con el 1.2% (Este País, [7/17], p. 22).
Hoy, a la crueldad de la desigualdad social se le añade la brutalidad del crimen organizado.
Una característica de toda sociedad nacional contemporánea exitosa es un alto grado de solidaridad interna que se expresa en la disminución de las distancias que separan a sus clases sociales y regiones.
Esa disminución de la desigualdad es, a la vez, causa y efecto de un funcionamiento aceptable de sus instituciones públicas -legales, educativas, de salud, seguridad y el resto-.
Los casos ejemplares son los países escandinavos.
México, históricamente, se formó como sociedad nacional sin sacudirse su condición de colonia de explotación, es decir, de una estructura social y política hecha para que los pocos explotaran a fondo a los muchos.
Y esa característica se mantiene. La forma de vida de las clases altas, de ese 1% que se queda con el 43% de la riqueza, se exhibe sin recato en las más de 80 fotografías de Daniela Rossell, en Ricas y famosas (Océano, 2002), donde se desborda la impudicia de un puñado de jóvenes ricas mexicanas y sus familias.
Para igual propósito sirve hojear revistas como Club, donde se nos muestra que, por ejemplo, los "lunamieleros" (honeymooners) de esa clase acomodada tienen como destinos favoritos Bali, Grecia, Abu Dabi y Kenia o que otros de sus miembros pueden, sin problema, pasar unas vacaciones de verano "atípicas" en Alaska, ascendiendo la Denaldi, la montaña más alta de Norteamérica (28/7/17).
En fin, ¿que "solidaridad nacional" real puede haber entre los 33 millones de mexicanos que hoy ganan de uno a tres salarios mínimos y las familias de esas jóvenes, rodeadas de sirvientes y espléndidamente fotografiadas en sus mansiones por Daniela Rossell?
Ninguna. A su brutal manera, la cultura del narco busca cruzar el golfo que separa a su México del otro, del concentrador de riqueza, pero en ese proceso se hunde el futuro de México como proyecto nacional.
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