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LOS JUDÍOS EN SUS INICIOS
Hace 3,500 años, en el vasto desierto, comoprendido desde el Mar Rojo a las tierras altas de Siria, desde la parte sur de la península del Sinaí a través del Negeb, hasta el área conocida como Jordania, vagaban miles de tribus nómadas, era la gente del desierto, sus posesiones eran ovejas y chivos, se movían constantemente en busca de algún lugar con pastos y agua. Su comunidad era tribal y su jefe era el patriarca de la tribu, el guía absoluto, tenía el derecho de dormir con cualquier mujer en la tribu. Su poder era limitado por 3 grandes adversarios: la pobreza, el trabajo de pastoreo y el hambre.
El tamaño de cada tribu variaba, de un mínimo de 100 a un máximo de 1,000 individuos. Difícilmente una tribu era de más de un millar, porque los pastos y las fuentes de agua no podrían alcanzar. No han variado mucho en 3,500 años desde entonces.
Vivían en tiendas hechas de tela que tejían con la lana de sus animales; trabajaban el cuero de sus pieles; hacían sus armas de cobre y cuando eran suficientemente afortunados comerciaban su lana o queso por un poco del raro y precioso estaño con el que hacían herramientas de bronce. Aún no conocían el caballo, por lo que sus desplazamientos eran a pie. Cada
tribu tenía derechos de pastar en un área limitada. Si el agua y pasto eran buenos, entonces la tribu se quedaba en el lugar; pero como el pasto y el agua no eran siempre muy abundantes, la tribu tenía que buscar un lugar mejor y como ya otra tribu tenía el mejor lugar, ello significaba guerra.
Como la vida de esas tribus era tan difícil para vivirla solos, las tribus estaban vinculada en confederaciones no muy fuertes. Todas las tribus de cada confederación se consideraban con un distante ancestros común, con una mitología histórica común y que se transmitía verbalmente de generación en generación.
Una de tantas confederaciones era la ”Beni-Yisrael” que significa “Hijos de Israel”. Exactamente cuantas de estas tribus formaban la confederación Beni-Yisrael” no se sabe. Registros de siglos posteriores hablan de las 12 tribus de Israel, pero 12 era un número simbólico, si se hace un recuento de la Biblia: Asher, Benjamín, Dan, Efrain, Gad, Reuben, Simeón, Judah, Issachar, Zebulu, Naftali, Josef, Manasseh, Levitas y Ken. Seguramente era más de 15 tribus, mismas que la historia de la Biblia olvidó, y seguramente los Madianitas y los Amoritas, otras confederaciones de tribus del desierto, estaban íntimamente conectadas con la Beni-Yisrael. Además, algunas personas sostienen que Abraham, el más antiguo ancestro en la mitología de estas tribus, era un Amorita. Los Amoritas, los Medianitas y los Beni-Yisrael contaban las mismas historias de los patriarcas, Abraham, Isaac, y Jacob. Más aún, la mitología era compartida por los fieros Amelekitas, que eran otro grupo de tribus enemigas de las tribus Beni-Yisrael.
Todas esas tribus compartían la misma triste existencia del desierto. A veces, peleándose entre ellas, recorriendo siempre la región por cientos y cientos de años.
Junto a esa región tan desolada se encontraban las verdes praderas del Valle del Jordán, con árboles de higos y palmeras de dátiles, con campos dorados de trigo y cebada, con vacas lecheras. Se trataba de Canaán, la tierra de “leche y miel”. Era el sueño dorado de esos pastores del desierto. ¡Como envidiaban todas esas riquezas! Allí estaban, pero no para ellos; estaban bien guardadas. Los habitantes de esa tierra, los canaanitas, gente más culta y civilizada, estaban bien alimentados, bien vestidos y seguros detrás de sus poderosas ciudades amuralladas, desde las cuales veían, al otro lado del río, en el desierto distante, las tiendas de esos vagabundos, a quienes los designaban con el nombre de “hebreos” o “ivbri”, que significa “aquellos que vienen del otro lado del río.
Periódicamente, cuando estaban sedientos y hambrientos, los Beni-Yisrael llegaban a la desesperación, al grado de atreverse a medir sus lanzas con punta de bronce y cuchillos de cobre contra los bien disciplinados y bien armados soldados canaanitas. En aquellas raras ocasiones cuando lograban ganar, eran detenidos por las murallas de piedra desde donde cientos de arqueros los esperaban para diezmarlos.
En otras ocasiones, encontrándose medio muertos de sed y hambre, ponían su coraje a un lado y rogaban por agua y pastos, y algunas veces, sus ruegos eran escuchados. A veces cuando el rey de Canaán tenía necesidad de mano de obra esclava o por otras necesidades como podía ser el querer mujeres, daba derechos de agua y privilegios de pastar.
Como esos momentos de desesperación ocurrían una y otra vez a través de su historia, referencias de ellos fueron vertidas en la mitología de los Beni-Yisrael. Todo sobre la tierra de “leche y miel”. A pesar de que la tierra era prohibida arar para ellos, nl les era extraña. Sus ancestros Jacob, Isaac y Abrahm, habían estado y descansado en ella; mencionaban cuevas donde sus muertos yacía, altares de piedra que ellos habían construido.
Después de cientos de largos años de pastar en el desierto, tres cambios ocurrieron, mismos que canalizaron sus vidas en una difección diferente.
Primero, les llegó el hierro, llegado del oeste, del pueblo de los hititas.
Segundo, la aparición del caballo. Los Beni-Yisrael, antes de poseer caballos, se desplazaban despacio y penosamente, a través de las ardientes arenas del desierto; su vida era un constante riesgo. De pronto, al aparecer el caballo, en un día, pudieron cruzar un área que antes les tomaba tres días a pie.
Ante sus espadas de hierro y sus caballos los soldados canaanitas eran completamente vulnerables. Las grandes ciudades amurallads podrían resistir a esos beduinos Beni-Yisrael, pero los valles fértiles estaban allí listos para ser tomados.
Primero llegaron al banco este del río Jordán, después, a través del río finalmente al territorio Canaanita.
Los aterrorizados canaanitas cerraron las puertas de sus ciudades, enviaron mensajes a su gran protector, el faraón de Egipto, suplicándole ayuda: “Los hebreos, los barbaros del desierto, al otro lado del río, están sobre nosotros, ¡ayúdanos!”.
Desafortunadamente para Canaán el faraón egipcio tenía sus propios problemas.
La espada de hierro y el caballo fueron los grandes catalizadores que hicieron que estos pastores ocuparan un lugar en la historia.
-Si la espada de hierro y el caballo fueron dos de los tres cambios que hicieron que estos pastores dejarán de serlo, ¿cuál fue el tercero?
El tercero fue Moisés, quien con sus leyes y enseñanzas logró unificar a todas las tribus Beni-Yisrael, dándoles un sentimiento de nacionalidad. De no haber sido por esa unión nunca hubieran podido doblegar a los canaanitas, incluso teniendo el hierro y el caballo.
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