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Alejandro Páez Varela
He visto, en distintas ciudades y aunque no quiera, la publicidad con la que se promociona la esposa de Felipe Calderón en su intento por alcanzar la Presidencia de México.
Básicamente promete, por medio de espectaculares, un gran futuro. Y para ello está reciclando los lemas de campaña de todos los últimos presidentes: es una combinación del “Bienestar para tu familia” que usó Ernesto Zedillo; el “sabe cómo hacerlo” al que han recurrido todos, y los peligrosos “Mano firme, pasión por México”, “Valor y pasión por México” y “Para que vivamos mejor” a los que recurrió el esposo. ¿Estás listo para un futuro increíble?, proclama en sus anuncios –lo cito de memoria–; una versión coloquial de aquél “preparémonos para administrar la abundancia” que ya vimos con José López Portillo y con Carlos Salinas de Gortari.
En su discurso, mientras se reúne con gente que le acomoda su jefe de campaña y marido, la señora promete arreciar la guerra que ha costado al país entre 250 mil y 350 mil vidas, un millón y medio de desplazados por la violencia y decenas de miles de desaparecidos.
“Vamos a fortalecer lo que ya se venía haciendo antes y que han abandonado”, dijo recientemente.
“Yo quiero lo que todos quieren: los delincuentes en las cárceles; más familias y los ciudadanos en las calles; la policía y los ministerios públicos con control de confianza y protegiendo a los ciudadanos y a las familias”.
La “idea de ella”, en resumen, es una nueva etapa de la misma guerra que desató su esposo de manera mezquina en diciembre de 2006, para distraer a la gente del cochinero de elección que el mismo marido y Vicente Fox dejaron poco antes.
“Desde luego, voy a enfrentar al crimen organizado con la valentía que necesita muestro país. Lo que arroja la inseguridad es la omisión de los gobiernos de enfrentar al crimen organizado”.
Sí, se trata de retomar y enfatizar la estrategia del marido, que siguieron Enrique Peña Nieto y Miguel Ángel Osorio Chong y que ha garantizado no la paz, sino un derramamiento inédito de sangre, una revuelta en pueblos y ciudades que no se veía desde la Revolución de 1910.
La señora, que cuenta con la experiencia de Diputada federal plurinominal –nunca ganado por su cuenta un solo voto–, no se ha preocupado por darle vueltas a las promesas que hizo su marido. Ni siquiera parece enterada que la estrategia que él emprendió sigue causando muertes a diario. La ex Primera Dama está montada en la estructura que maneja su esposo; acude a las citas que él le organiza y se reúne con la gente que Calderón filtra y organiza. Y como viven juntos y ella no tiene ninguna otra experiencia que ser la esposa de un político, abiertamente lanza el mensaje de que su idea es gobernar México como lo hizo él.
Claramente no se ha dado cuenta que la Presidencia de su marido fue un fracaso; que el Partido Acción Nacional (PAN) perdió todas las elecciones durante esa misma Presidencia y que justamente es por esa Presidencia que hoy tenemos al Partido Revolucionario Institucional (PRI) instalado en Los Pinos.
Y como lo hizo Felipe Calderón, la señora ha abierto frentes con todos: ataca a Ricardo Anaya, a Andrés Manuel López Obrador, al Frente Amplio Opositor; ataca los métodos internos de selección de su partido, a su partido, al PRI, al PRD, a Morena, a todos.
Sobre los cadáveres de todos piensa ganar la candidatura, luego la Presidencia. Ese es su mensaje. Y si no la dejan irse por su partido, se irá como independiente.
No ha podido desprenderse de su marido y no lo hará, seguramente, porque entonces no quedaría nada. Y ella lo sabe. Entonces, en su última evolución (de las muchas que tendrá, como su esposo en campaña), ha decidido radicalizar su discurso y plantearse como la única salvadora, la que está “con México”, la que se impondrá por encima de todos los demás aunque tenga que hacer berrinches (como su marido) o aunque tenga que pisotear cualquier principio (como el marido) democrático, qué más da.
Es, al menos como se plantea hoy, una versión sin maquillaje del “haiga sido como haiga sido”.
Quizás la señora Calderón haya olvidado lo que nosotros no: que ella y su pareja se fueron de México y nos dejaron en manos de un gobierno corrupto, tramposo, mañoso, ambicioso y embustero.
Quizás Margarita Calderón no recuerda que mientras ella paseaba con recursos públicos (protegida por el Estado Mayor Presidencial) durante su exilio, todos los demás nos jodíamos con la herencia de sangre (de su esposo) y la podredumbre del nuevo gobierno (al que su esposo le abrió las puertas y le entregó, gustoso, las llaves).
Quizás ella no recuerda que su marido dejó al PAN como tercera fuerza electoral, casi cuarta.
Quizás no recuerde que su esposo entregó la Banda Presidencial a uno de los peores mandatarios de todos los tiempos: Enrique Peña Nieto.
Quizás no recuerde que miles de familias están de luto por la estrategia de su marido, resumida en una frase: patada en el avispero.
Y quizás haya mexicanos que no recuerden todos esos lemas llenos de mentiras y promesas que huelen a podrido, a vacío; y quizás haya quien se enganche con esos espectaculares y quizás por esos va.
Pero habrá quien tenga memoria, supongo, y comprenda que aquél “haiga sido” no se puede repetir; que el “haiga sido”, si queremos realmente a México, debe ser un haiga fue.
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