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PEDAZO DE CARNE
Crucé la frontera en 1915, el año del hambre. De modo que llevo doce en los Estados Unidos.
Desde el primer día me sentí intruso.
Todos los gestos, todas las miradas, me indican que estoy de sobra. En cualquier momento pueden pegarme o echarme a patadas. Sin embargo me necesitan.
¿Qué sería de ellos sin nosotros?
¿De quiénes se sentirían superiores?
Pero, claro, también ha habido buenos momentos.
Uno sobre todo. Yo trabajaba de ayudante de mesero en el hotel Saint Anthony. Le daban una fiesta al general Funston, el que invadió Veracruz en 1914 y planeó la expedición punitiva.
El general Funston, comandante de todas las tropas en la frontera, iba a ser el jefe supremo en el frente de Europa, no el general Pershing, su segundo.
Estaba feliz con sus oficiales. Le servimos un "New York cut" que el general Funston atacó inmediatamente.
Un brigadier le contó un chiste: ganarles guerras a los mexicanos no tiene mérito alguno. Los mexicanos no pueden disparar: son tan ladrones que siempre llevan las manos esposadas.
El general Funston estalló de risa mientras masticaba.
Un pedazo de carne se le atoró en la tráquea. Cayó al suelo y un minuto después había muerto asfixiado.
Sé que uno jamás debe alegrarse del mal ajeno, pero ahora sí que ni modo: nunca he vuelto a sentirme tan feliz como en aquel instante.
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