lunes, 27 de mayo de 2013

El Feminista de Nazaret



La comunidad de discípulos de Jesús de Nazaret desafiaba a la sociedad de su época; no tenía maestros nadie ostentaba poder sobre los demás y a ninguno se le llamaba padre. Y, muy notoriamente rompía con el patriarcado. Jesús tuvo la audacia de integrar mujeres como discípulas. La más destacada, María Magdalena.


Sus seguidores se sentaban en círculo, niguno por encima de los demás. A las mujeres no se les valoraba por su pureza ni se les repudiaba por su esterilidad -como habría sido la costumbre. Son las mujeres las que se quedaron al pie de la cruz cuando los apóstoles huyeron despavoridos de Jerusalén, y fue a una mujer, María Magdalena otra vez, la primera a la que el maestro anunció su resurrección. De esa manera, la preferencia por las mujeres que había manifestado el Jesús histórico la ratificó el Cristo resurrecto.
La narrativa esbozada en los parrafos anteriores es la lectura que teólogos e historiadores católicos criticos, como Hans Küng y José Antonio Pagola, ofrecen de los  evangelios. De acuerdo con ellos, la comunidad de Jesús representó una ruptura radical con las sociedades de su tiempo, en las que las mujeres no eran consideradas sujetos, sino propiedad de los hombres.
Al unirse al Nazareno, dice Pagola en Jesús, Una aproximación históriaca (2007), los discípulos dejaban detrás los lazos de sangre. Ahora el cemento social se basaba en dos principios: la igualdad y el servicio a los más débiles. Jesús, además, nunca requirió discípulos célibes. Sus apóstoles estaban casados cuando se unieron a él y así continuaron.
Las comunidades cristianas primitivas, afirma Küng por su parte, mantuvieron durante algunas décadas cierta igualdad entre hombres y mujeres. En su Epístola a los Romanos, de los veintinueve apóstoles a los que san Pablo saluda, diez eran mujeres. A Febe la llama diakonos- lo cual quería decir que era líder de una comunidad-, y reconoce a Junia como "distinguida entre los apóstoles". La célebre cita paulina de que entre los cristianos ya no habría judíos ni gentiles, amos ni esclavos, hombres ni mujeres, sino que todos serían uno en Cristo Jesús, le sirve a Küng como prueba de la igualdad que subsistía en las comunidades primitivas (aunque Pablo también es célebre por sus sentencias de que las mujeres deben someterse a los varones).
Pero eso se habría de terminar pronto. Los Padres de la Iglesia -un conjunto de pensadores y líderes cristianos de las primeras comunidades- manifestaron una abierta hostilidad a la sexualidad y a la mujer. Tertuliano dijo que la vagina era la puerta al infierno, Orígenes se cortó el pene, Tatiano sostuvo que Adán y Eva conocían a Dios como los ángeles pero se volvieron bestias por el sexo. Agustín de Hipona, el más influyente de los Padres de Iglesia, sostuvo que el pecado original se transmitía por medio del deseo y el placer sexual; así, solo el celibato liberaba el alma de las tinieblas en que la aprisiona el cuerpo.
Küng habla de dos grandes perdedores en la institucionalización de la Iglesia primitiva: las mujeres y los judíos cristianos, quienes fueron repudiados como herejes (la preeminencia la adquirieron los cristianos helenizados). A las mujeres poco a poco se les prohibió predicar. La única alternativa de reconocimiento que les ofreció la Iglesia institucional fue la vida de convento. Sólo por medio de una renuncia radical a la sexualidad las religiosas podían aspirar a ser tratadas con respecto y a liberarse del matrimonio y la crianza de niños.
La mujer se convirtió en sinónimo de tentación y de pecado. La historiadora Elizabeth Abbott agrega que se construyó la oposición de dos figuras: Eva y la Virgen María. De Eva, su rebeldía y su concupiscencia eran la culpa de la caída del paraíso. María, por el contrario, apareció como el paradigma de la castidad y la obedicencia, y se impuso el dogma de que permaneció virgen -con el himen intacto- aun después de parir a Jesús.


"La gran paradoja -dice Abbott- es que los creadores del mito de María eran hombres célibes que desconfiaban de las mujeres. Su odio por las ocupaciones normales de la mujer -el matrimonio, el parto y la crianza de los niños- los llevaron a transformar a María en una Reina de los Cielos, irreconocible como mujer e incluso como ser humano", afirma en A History of Celibacy.
De la estigmatización de la mujer al celibato obligatorio solo había un paso, aunque la Iglesia tardó siglos en instituirlo con éxito.
 En 1074, Gregorio VII llamó al laicado a que no aceptara sacramentos de curas casados; el Segundo Concilio Laterano, de 1139, prohibió toda ordenación de casados, pero la regla quedó firmemente establecido hasta el Concilio de Trento (1545-1563).
El celibato apareció como un estado más perfecto que el matrimonio.
El ejercicio de la sexualidad contaminaba al hombre, y por eso hasta hoy los laicos no pueden tomar la comunión con las manos. La brecha entre un clero sagrado y un laicado impuro quedó abierta hasta el día de hoy.
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Tomado del libro OVEJAS NEGRAS 
de Emiliano Ruiz Parra
Ed. Oceano
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