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EL CUADRO COMPLETO
Sabina Berman
1.
Los escritores a menudo escribimos para dar voz a lo que no tiene voz. Y a menudo, a eso que entre lo que no tiene voz, duele. Hablamos por la herida, decimos en español. Expresamos el dolor ajeno.
Sin embargo, dado lo que está sucediendo en Estados Unidos, dado el río de odio contra los mexicanos que ha ido inundando el discurso público, me parece que mi deber moral como escritora mexicana es hoy diferente.
No es describir lo que duele en mi país, ni lo que duele en la relación de nuestros dos países, sino lo contrario: mi deber es describir el cuadro amplio de nuestra relación, porque es el cuadro amplio de la relación de México y Estados Unidos lo que precisamente es ignorado –lo que escandalosa y peligrosamente es ignorado– cuando hoy los gringos hablan sobre nosotros, sus vecinos del sur.
2.
México y Estados Unidos no son dos países divididos por una frontera. Carlos Fuentes famosamente dijo que son más bien dos países unidos por una frontera. Una expresión que también ha dejado de ser cierta. México y Estados Unidos hoy son en verdad dos países cuya frontera ha dejado de ser relevante.
Ha dejado de ser relevante porque sobre esa frontera, a diario, de lunes a domingo, no menos de mil quinientos aviones cruzan de norte a sur y de sur a norte. (Y les pido que por un momento sostengan en su mente la imagen: mil quinientos aviones que cruzan por el cielo, una verídica flota aérea que vuela diario sobre la así llamada frontera y conecta nuestras ciudades.)
Eso mientras que cada día, cuando un gringo se sienta a comer, el 70% de lo que comerá ha sido cultivado o hecho crecer por un campesino mexicano, en los campos ya sea de un lado o del otro de esa así llamada frontera.
Y eso mientras hoy viven en Estados Unidos 38 millones de mexicanos. 32 de ellos con ciudadanía americana y 6 millones sin documentos legales (aunque hay quién eleva la cifra de indocumentados a los 20 millones). La cifra es enorme y la hago girar en la inteligencia de quien esto atiende para que la observe desde varias perspectivas.
Esa cifra quiere decir que hoy de cada cuatro mexicanos uno vive allende de esa así llamada frontera. Quiere decir que hoy los mexicanos son la mayor minoría americana. Y quiere decir también que hoy hay igual número de mexamericanos que de franceses en el planeta.
Así que a los gringos paranoicos, a Mr. Trump y los de su estirpe, hay que empezar por decirles: Vecinos, no teman la invasión mexicana de Estados Unidos. Relájense: esa invasión ya sucedió, hace diez años.
3.
No, la frontera ha dejado de ser lo que define a nuestros dos países. Si una sola imagen puede capturar la intensa y compleja relación entre México y Estados Unidos, tendría que ser la de una red de numerosos vasos comunicantes.
Vasos comunicantes: esos vasos empleados en los laboratorios químicos, vasos conectados por un tubo, de forma que si se extrae líquido de un vaso, el líquido disminuye en los otros vasos, y si se añade líquido a un vaso, el nivel de líquido aumenta en los otros vasos.
México y Estados Unidos son hoy, para bien o para mal, un vasto e intrincado sistema de numerosos vasos comunicantes. De los que a manera de ejemplo me refiero a continuación a tres grupos.
4.
Vamos de compras a un supermercado mexicano. Lo primero que hay que notar es que en los anaqueles, de cada siete productos cuatro tienen una marca gringa. Coca-Cola Company. Sunbeam. Kraft. Lipton. Budweiser. Tide. General Electric. Colgate-Palmolive. Kleenex. Philip-Morris. Nabisco. Y la lista sigue y sigue.
Ahora, caminemos calle abajo en un vecindario de San Antonio, Texas. Los nombres de los comercios están en español –o en ese español nuevo, en spanglish. La Lupe. Abarrotería. Guadalupana. Washatería. Los Titanes de Culiacán. La Bella Airosa.
Las marcas gringas en el supermercado mexicano y el dato de que seis de cada diez residentes de San Antonio sean mexicanos (preciso: que así, como mexicanos, se describan en el censo), no son hechos aislados. Son hechos conectados por una secuencia de causas y efectos. He acá la historia.
Hace tres décadas un presidente gringo dijo en Berlín, refiriéndose al muro que dividía al mundo comunista del mundo capitalista: “Tear down that wall”, “Tiren ese muro”.
Y ese muro fue, de cierto, tumbado.
Para entonces Estados Unidos había decidido que su negocio en el planeta era derrumbar muros. Abrir fronteras. Establecer un comercio planetario cuyo centro sería Estados Unidos.
Y tal se dedicó a hacer Estados Unidos: se dedicó a derrumbar muros, a evaporar fronteras, trabajo que emprendió a menudo de la forma más amigable, tocando con los nudillos en las puertas de otros países y proponiendo pactos de libre comercio, pero que también, de encontrar resistencia, emprendió de forma más agresiva, derrumbó las puertas con bombas, armó a disidencias, financió golpes de Estado e invadió con su ejército países.
Nock nock o boom boom. Pactos amigables o guerras mortíferas: esos dos fueron los métodos de Estados Unidos para globalizar el comercio.
Bueno, ningún gobierno en el planeta aceptó con ánimo más feliz el nuevo pacto gringo –The New American deal— que el gobierno de México, por entonces presidido por economistas graduados en Estados Unidos. Y gracias al nuevo pacto las marcas gringas suplieron en los anaqueles de los supermercados mexicanos a las marcas nacionales: lo que provocó la destrucción de nuestra economía –de la industria y la agricultura locales– tal como habían existido hasta entonces: lo que provocó a su vez la desaparición de millones de puestos de trabajo en México mientras los puestos de trabajo de las corporaciones gringas se multiplicaban en Estados Unidos, en México y en otros países: lo que provocó a su vez que millones de campesinos y obreros mexicanos entraran a trabajar en las plantas fabriles y los campos de cultivo de dueños gringos, de uno y otro lado de la frontera, con documentos legales y sin documentos.
No, 37 millones de mexicanos no cruzaron de puntitas la frontera, secretamente y de noche, en busca de una vida mejor. Esa historia de la inmigración, que es la que cuentan una y otra vez el cine, los libros y el periodismo gringo y mexicano, es una historia que olvida el gran marco de la Historia. Y está en la base del discurso de odio a los inmigrantes mexicanos: ellos cruzaron clandestinamente y por tanto es nuestro derecho largarlos de acá.
En realidad, los 37 millones de mexamericanos son el resultado de la globalización impuesta por Estados Unidos al mundo. Impuesta: esa es la palabra justa. ¿Es tal vez necesario apuntarlo también?: una globalización que ha enriquecido a Estados Unidos de forma fabulosa. Las cifras más conservadoras señalan que en los pasados 30 años en que las corporaciones han conquistado al planeta, la riqueza americana ha aumentado en 50%.
5.
Los invito ahora a Berkeley, en California. Hace algunos años daba clases en la Universidad de Berkeley y descubrí que uno no puede entender a la Ciudad de México sin Berkeley.
Es conocido que Berkeley es la cuna de la ideología progresista de nuestro tiempo. En Berkeley nació el movimiento de los derechos civiles. Nació la segunda ola del feminismo. Y nació también la teoría queer.
Sin aludir a su origen berkeliano, las más de la veces ignorándolo, mi generación fue la que en la Ciudad de México emprendió desde los noventa esas luchas, y hoy puede afirmarse, y no sin orgullo, que la Ciudad de México ha rebasado por la izquierda a Berkeley. La ha sobre-sobrepasado en materia de libertades y derechos.
Hoy en la Ciudad de México una persona puede cambiar en su acta de nacimiento su género sexual. Una mujer puede interrumpir su maternidad en clínicas del Estado. Cada cual puede casarse con quien desee, hombre, mujer o pez. Un ciudadano puede fumarse cinco porros de mariguana en el parque si es suficientemente tonto para fumárselos. En el gabinete del alcalde de México hay más mujeres que en el gabinete del gobernador de California. Y cada año el desfile de la comunidad LGBTTTTXYZ –tómese o déjese una sigla— parte del Ángel de la Independencia, con sus señores en hot pants dorados y con alas de mariposa y sus señoras con bigotes, para estacionarse frente al Palacio del Presidente de la República.
6.
Finalmente, entremos al lado oscuro de nuestra relación binacional: visitemos un grupo de vasos comunicantes ácidos, venenosos, conectados secretamente, criminalmente, por arriba y por abajo de la muy irrelevante frontera.
Entremos al Triángulo Dorado, en la costa noreste de México. Un territorio soleado, con escasas cuatro entradas imposibles de franquear sin una invitación de la familia del Chapo Guzmán.
Viajemos en un jeep por los campos verde esmeralda de la mariguana sin semilla, la mejor del planeta, capaz de cuatro cosechas anuales. Y sigamos viajando durante horas sin llegar a los límites de este territorio del tamaño del estado de Delaware, un territorio salvaje sin luz eléctrica, sin teléfonos de línea, sin policía, fuera del dominio del Estado.
Y luego entremos a una de las fiestas del sábado en la noche en alguna de las casas de alguna de las fraternidades de algún campus universitario gringo. Elijo una casa en el campus de la Universidad de Kansas, donde igual di clases alguna vez.
Tomemos asiento en una esquina de la frat-party para observar cómo los gringos universitarios fuman porros de mariguana, con la naturalidad con que sus abuelos tomaban martinis en los cincuenta.
Es evidente: el Triángulo Dorado existe porque esa fiesta de potheads –cabezas enmotadas– existe.
Abarquemos todavía más con la mirada: visitemos ahora un pequeño pueblo en New Hampshire, un pueblo cuyo nombre decido olvidar porque diré de él very nasty things, cosas bastante feas.
La gente en este pueblo no es gorda, es obesa. Como dibujada por Botero, no camina, parece desplazarse lentamente rodando. Y no trabaja, casi todas estas personas redondas viven del wellfare, mientras pasan sus días viendo la televisión y tranquilizándose la angustia existencial –esa angustia por ser Alguien o hacer Algo–, metiéndose a la boca tabletas medicinales con derivados opiáceos, o inyectándose de una vez la heroína directamente en las venas.
Bueno, de acuerdo al aumento geométrico de adictos al opio en Estados Unidos, los cultivos en el Triángulo Dorado del noreste de México han ido cambiando en los últimos años: los campos verde esmeralda de mariguana han ido suplantándose por los campos verdes punteados de las flores rojas de la amapola.
Ahora veamos la persecución de una banda de traficantes de droga por el Ejército mexicano: por hoy esquivemos ver los cuerpos jóvenes que caen baleados, y fijemos la atención en sus armas: todas, absolutamente todas, las de un bando y del otro, gringas.
La cifra es atroz: 70% de las armas que Estados Unidos produce anualmente vienen a dar a nuestra cruel guerra civil mexicana. Cruel en especial cuando se le contrasta con la pacífica imagen de la gente obesa de New Hampshire, sentada ante televisores, comiendo palomitas, y entre una y otra palomita, metiéndose a la boca una tableta con derivados opiáceos.
7.
Así que hace 30 años un presidente americano dijo “Tiren ese muro”, y ahora en los mítines de un candidato a la presidencia americana las multitudes gritan “Construyamos el muro”.
Y los mexicanos escuchamos ese grito de odio con una mezcla de emociones que hasta ahora nos ha paralizado. Una vaga culpa que reconoce que algo en ese grito tiene sustento y una vaga intuición de que algo mucho mayor se ha perdido para la inteligencia en el tránsito entre una oración y la otra.
Sin duda. Lo que se ha perdido es el cuadro completo de la relación entre México y Estados Unidos.
Para empezar, quiénes gritan Build that wall ignoran que lo que ha enriquecido a Estados Unidos es tumbar muros, abrir fronteras a sus corporaciones, y que si es verdad que los obreros americanos se han empobrecido durante la globalización, no es porque la riqueza americana se haya transferido a los obreros mexicanos: está en las cuentas de banco de los billonarios gringos.
Es decir, entre Tear down that wall y Build that wall, el por qué no está en México, sino en Wall Street.
Y de cerrar los gringos la frontera con su socio comercial, de forzar a las corporaciones gringas a recogerse de nuevo en su territorio original y de subir los salarios de sus puestos de trabajo, lo que pasaría sería esto: la capacidad de Estados Unidos de competir en la globalización sería destruida, lo que enriquecería –no a los americanos, no a los mexicanos– sino a los chinos.
Para seguir con el listado de lo ignorado por los gritones del odio, hay que afirmar que para ahora la relación entre ambos países es mutuamente benéfica. México es el segundo mercado para los bienes gringos –solo después de la inmensa China– y Estados Unidos es el primer mercado de los bienes mexicanos.
Y por fin hay que señalar lo evidente sobre los vasos comunicantes envenenados que también nos unen, a decir, los vasos comunicantes de la droga: no se encontrará para ellos una solución mientras nuestros gobiernos no acuerden acciones por encima y por debajo de la así llamada y ya irrelevante frontera.
8.
Para combatir el discurso del odio contra México, no ha servido de mucho la respuesta del presidente mexicano. “Trump es Mussolini”. Tampoco ha servido la respuesta del expresidente Fox. “No construiremos tu fucking muro”. Como tampoco sirven las bien intencionadas palabras de los liberales gringos, igual de ignorantes de la dimensión de nuestra relación binacional. “Las mejores nanas son mexicanas”. “Si se van ellos, ¿quién lavará los inodoros?”
El cuadro completo: lo que me parece a mí que debe oponerse al relato odioso contra los mexicanos, es el relato del cuadro completo de la compleja relación de nuestros países. El relato del por qué y cómo 37 millones de mexicanos viven del otro lado de la frontera y del cómo y con qué beneficios mutuos nuestras economías trabajan integradamente. ---------------------------------------------------- Texto leído en el Congreso del PEN internacional en Nueva York. Tomado de PROCESO 2063 21 mayo 2016 ---------------------------------------------------
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