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¿TOMAR PARTIDO?
José Antonio Crespo
Si bien nuestro país se abstuvo de intervenir militarmente en la guerra del Pérsico, la animosidad de la conflagración ya cruzó nuestras fronteras, como era lógico esperar. La gran mayoría de organismos y voces independientes, lo mismo que el gobierno, se ha manifesado por la paz, por el cese el fuego, por el arreglo pacífico del conflicto. Pero como, pese a todo, las hostilidades quedaron rotas, entonces, así de manera automática, empieza a emerger la natural tendencia a tomar partido por alguno de los beligerantes.
Maquiavelo aconsejaba que si dos naciones entraban en guerra, lo mejor era tomar abierto partido por alguna de ellas, aun sin intervenir militarmente, pues la neutralidad sería considerada por ambos contendientes como una deslealtad. De modo que ganara quien ganara, el país propio saldría perdiendo, y quedaría en una situación incómoda frente al triunfador. Por lo mismo, según el florentino, apoyar a alguna de las partes resultaba una mejor opción, aun a riesgo de errar la apuesta.
En el caso de México es obvio que no hay una posibilidad de elección real; nuestro poderoso vecino podría generarnos muchos problemas, de optar en su contra, mientras que el lejano Irak no. La geopolítica ha decidido por nuestro gobierno. Es comprensible que en este conflicto cierre filas, así sea moralmente, con la Unión americana. Sin embargo, tal parece que un buen número de ciudadanos mexicanos ha optado por el lado contrario, y ello también es explicable hasta cierto punto. El rencor histórico acumulado hacia la vecina potencia busca cualquier válvula para salir a la menor provocación.
Dice también Maquiavelo que cualquier enemigo de tu enemigo tiende a convertirse, por ese solo hecho, en tu amigo. Quizás muchas de las simpatías que en su momento logró conquistar Fidel Castro se debieron precisamente al hecho de haber desafiado frontalmente a Estados Unidos, independietemente de la línea marxisa que adoptó después de la revolución. Quzás también en algunos sectores latinoamericanos como indudablemete sucede entre los pueblos árabes, Saddam Hussein sea visto como una especie de líder legendario, capaz de retar a la enorme superpotencia, pese a su desventaja relativa.
Evidentemente la intervención norteamericana en este y otros conflictos no es para aplaudir. Sin embargo, la responsabilidad de la guerra no es sólo de los norteamericanos; Hussein puso mucho de su parte para desatarla, por más que ello tampoco implique la inocencia de Bush. Pero como Irak jamás nos ha hecho nada, ni hemos tenido ninguna diferencia significativa con ese país, a muchos mexicanos les resulta más fácil tomar partido por la nación árabe, así sea de manera más o menos superficial.
Como quiera es el antiyanquismo el que prevalece en el ánimo ciudadano. Y ello podría repercutir negativamete en la imagen interna del gobierno, pues aunque se haya mantenido formalmente al margen del conflicto pérsico, su cercanía con Bush, su calurosa amistad con el mandatario estadounidense, quizás se revierta en contra suya, en estos días (¿meses?) de guerra y de aniamadversión antiyanqui.
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