miércoles, 25 de septiembre de 2013

Nadia




          -Marcela, ¿te gusta la música de Chaikovsky?

-Me encanta. En especial "El Lago de los Cisnes" y "La Bella Durmiente".



           -¡Ah!, pues, entonces te voy a contar algo insólito. Tú y todos los que gustan de la música de Piotr Ilich Chaikovsky le deben mucho a Nadia!

-¡A Nadia!, perdona mi ignorancia, pero la única Nadia que conozco es Nadia Comaneci. A ver, platícame ¿Quién era esa Nadia?

          -En Moscú, en el año de 1876, Nadia von Meck enviudó quedando con una gran fortuna, sin embargo, su verdadro consuelo a sus heridas espirituales no era el dinero sino la música. En aquel entonces vivía también en Moscú el compositor, quien contaba con 36 años de edad.
-Sin que él lo supiera, su música había robado el corazón de la viuda. Chaikovsky no sabía que esa mujer, por su amor a su música, estaba interesándose ardientemente en él.
           -A través de amistades, Nadia estaba al tanto del temperamento del compositor, de sus actividades y necesidades. Nadia había empezado por enamorarse de su música y acabó enamorándose de él.
          -Finalmente, Nadia, haciendo acopio de valor, le escribió. Nadia le encargó muchas obras; se convirtió en mecenas, confidente y musa. Floreció así una de las relaciones más íntima en la historia de la música. Durante 14 años, Nadia y Chaikovsky recurrieron uno a otro en busca de consuelo en las tristezas y comunión en las alegrias. En ese lapso Chaikovsky escribió la música más alegre y apasionada, y aunque sólo fuera por esto, el mundo tiene una deuda de gratitud impagable con Nadia. Para Chaikovsky, Nadia fue la salvación misma; a veces, lo único que le impidió volverse loco.
             -Un día, de pronto, la salud de Nadia decayó rápidamente hasta que murió. Al poco tiempo Chaikovsky murió también musitando el nombre de su insipiradora.

-Bueno, ¡tu dijiste que me ibas a contar algo insólito! ¿qué hay de insólito en todo esto?

          -Esa intensa comunión entre ambos, por temor a romper la hermosa ilusión, hizo que ellos limitaran su amor al intercambio de cartas. ¡Jamás se conocieron en persona!
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