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MISIVA DE ABRAHAM LINCOLN A SU HERMANASTRO
Diciembre 24 de 1848
Mi querido Johnston:
No me parece oportuno acceder por ahora a tu ruego de que te preste ochenta dólares. En cada una de las distintas ocasiones en que te he mandado algún socorro en metálico, me has dicho lo mismo: "Ahora saldré de apuros de una vez por todas”, y, en efecto, al poco tiempo estabas de nuevo con el agua de las deudas al cuello. Es evidente que ello se debe a algún defecto de tu carácter. Me figuro que conozco ese defecto. No eres perezoso, y, sin embargo, eres un ocioso empecatado.
Me atrevería a asegurar que desde la última vez que te ví no has trabajado un día entero. En esa tu deplorable costumbre de perder lastimosamente el tiempo se cifra la causa de todos tus tropiezos. Y es de la mayor importancia, tanto para ti como para tus hijos, que te enmiendes en ese punto. Y te diré que es más importante aún para tus hijos, porque han de vivir más y porque les será más fácil precaverse contra la vagancia antes de caer en ella que librarse de sus perniciosas consecuencias una vez contraído el hábito de la ociosidad.
Te exhorto, pues, a que te pongas a trabajar con fe y ahinco, ya para ganar un buen jornal, ya para pagar con tu sudor y fatiga alguna de las deudas que te agobian. Y con el objeto de asegurarte una buena remuneración, te prometo aquí darte un dólar de mi peculio por cada dólar que recibas en pago de tu trabajo, desde hoy hasta el día primero de mayo, tanto si te lo dan en efectivo como si lo destinan a saldar alguna de tus deudas. No quiero con esto decirte que debas ir en busca de trabajo a St. Louis, ni a las minas de plomo, ni a los ricos yacimientos de oro de California.
Sólo deseo animarte a que busques alguna ocupación ahí mismo, a las puertas de tu casa, en esa comarca de Coles.
Ahora bien, si escuchas mi consejo, saldrás pronto de tus deudas, y, lo que vale más, habrás adquirido un precioso hábito que te libará de caer en ellas nuevamente.
Si, como pretendes, te tendiese yo la mano y te sacase de tus actuales apuros, el año que viene estarías otra vez metido en ellos hasta la coronilla.
Dices que venderías tu alma al diablo por setenta ú ochenta dólares. ¡En qué poco estimas tu alma!
Tengo la seguridad de que, si aprovechas el ofrecimiento que te hago, reunirás esos setenta u ochenta dólares trabajando asiduamente cuatro o cinco meses.
Me dices que que si te doy ese dinero me darás en fianza tus tierras y que si no me lo puedes pagar, me pondrás en legitima y absoluta posesión de ellas...
¡Qué absurdo! Si no puedes vivir con esas tierras, ¿cómo acertarás a vivir sin ellas?
Siempre has sido bueno conmigo y yo sería un mal hermano si abusara de tu situación. Por el contrario; si pones en práctica mi consejo, verás que te ha de valer más que ocho veces los ochenta dólares que me pides.
Te quiere tu hermano
A. Lincoln.
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