Javier Sicilia
En 1993 Steven
Spielberg filmó la primera película de Jurassic Park.
Basada en la novela homónima de Michael Crichton, la película narra la historia
de un empresario y de una compañía científica que a partir de segmentos de
materia genética prehistórica encontrados en un pedazo de ámbar, comienzan a
clonar varias especies de dinosaurios en Nublar, una isla cercana a Costa Rica,
con el fin de crear un parque de diversiones.
A punto de abrirlo,
bajo la mirada de una pareja de científicos y de un matemático invitados para
supervisar las instalaciones, una
tormenta tropical y un sabotaje crean un profundo caos que nadie puede
controlar.
El corolario de la
película es doble. Por un lado, nos muestra la imposibilidad del hombre de
controlar la contingencia, a pesar de su poder prometeico. Por el otro, el
desastre de querer trae al presente un mundo que dejó de existir.
La ciencia ficción siempre
ha mostrado de manera metafórica la realidad. En nuestro caso, la película de
Spielberg tiene una mejor analogía en la posibilidad del retorno del PRI a la
Presidencia de la República. Mi Mundo extraviado y atroz en su tremenda
desmesura, el PRI pertenece -en su ya larga analogía con la prehistoria- a un
pasado lejano cuyas consecuencias sentimos, con todo el peso del horror y del
crimen, en la fallida transición democrática y en la estúpida política de
guerra de Calderón.
Aunque las
elecciones que nos aguardan serán, como no hemos dejado de insistir, las de la
ignominia, el retorno del PRI al poder sería, como el retorno de las criaturas
prehistóricas de Jurassic Park, la
peor de todas.
Cuando uno mira a
Peña Nieto, no es posible dejar de mirar una cría clonada de la prehistoria
priista la lejanía de la nación, el ademán acartonado y perentorio de la presidencia imperial, el
rostro hierático del tlatoani inalcanzable que reina desde una parafernalia
mediática acordonada por el poder y el miedo. Especie de Díaz Ordaz sometido a
un tratamiento de cirugía plástica. Peña Nieto y quienes lo rodean -no los
mejores del PRI, por desgracia- tienen, en este sentido algo del rex y de los
fascinante velociraptores de Jurassic Park:
monstruosos, pero contenidos en la aparente afabilidad de un parque de
diversiones, y, en el caso de los priistas, de las afables y espectaculares
jaulas de Televisa y de los inservibles constructores de imagen.
Así, el retorno del
PRI al poder genera en el imaginario de algunos electores la posibilidad del
orden de lo terrible, de la presencia atroz pero controlada de lo monstruoso
que permitirá hacer convivir el horror con la racionalidad de la modernidad y
domesticar la selva de la Isla Nublar en la que se convertido el país. Sin
embargo como lo muestra el segundo corolario de la película de Spielberg, la
consecuencia será el caos total.
Contra lo que
muchos piensan, el PRI no controlará nada. Su monstruosidad terminará por
desbordarse. A las bandas del crimen organizado, fruto de la larga prehistoria
priista de las estúpidas políticas panistas, se agregará la militarización del
país.
Si en el gobierno
de Felipe Calderón la tentación de la represión estaba en la aprobación de la
Ley de Seguridad Nacional, que le daría un marco jurídico y legal a la vida
militar en las calles, con el PRI la tentación se convertirá en realidad. La
negativa de Peña Nieto a confrontar públicamente con los ciudadanos en el
programa de Carmen Aristegui, desprecio por el movimiento social más importante
de los últimos años -de todos los candidatos él es el único que no ha tenido el
más mínimo contacto con el MPJD (Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad)-,
la prisa de muchos priistas por la aprobación de la Ley de Seguridad Nacional
-han intentado varios albazos en la Cámara de Diputados-, su protección a
delincuentes que participan en la vida política del partido y sus gobiernos,
hablan de la manera en que gobernarán: un Estado brutal y destructivo que, so
pretexto de peresguir a la delincuencia, criminalizará la protesta y reprimirá,
como se hizo en Atenco, la democracia, mientras el crimen y los intereses más oscuros de la vida
política y empresarial continúan bajo su cobijo una incontrolaba marcha.
Semejante al
desastre de Jurassic Park, el regreso del
PRI sería la instauración total del horror y el aplastamiento de cualqueir
signo de dignidad moral y racionalidad política. En un mundo que necesita de la
unidad de la nación y de la humanización de la vida civil y político, el
retorno de lo monstruoso sería darle carta de naturalización al cerebro reptil
que tanto daño nos está causando.
Detrás de la aparente domesticidad jurásica del priismo enjaulado en el uso
mediático y calculado de su propaganda y de su táctica de campaña, aguarda la
vida brutal del pasado presta a desbordarse en la del presente con un furor más
incontrolable que en el mundo que le permitió ser.
El pasado es un
complejo espejo que nos permite contemplarnos para rehacer el presente.
Resgresarlo al ahora sería, como lo muestra el segundo corolario de Jurassic
Park, darle carta de naturalización a lo monstruoso en el centro
de un país doliente que busca, contra la ignominia política y la criminalidad
atroz, su regeneración humana.
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Tomado de PROCESO 1856
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