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RIUS
Las japonesitas siempre me han llenado
el ojo.
Su figura tan
delicada y fragil, tan alejada del modelo latino de cadera fuerte y cimbrante,
que termina convertida en una colección de bolas grasosas, siempre ha sido
objeto de mi admiración y amor (platonico, por desgracia. Hasta la fecha nunca
he sido objeto sexual para ninguna japonesita. Ni modo: será para otra
existencia...)
Porque además de contar con un hermoso
cuerpo en pequeño formato, discreto y sensual, las japonesas tienen fama de ser
excelentes esposas. Abnegadas, sufridas, calladas, trabajando de sol a sol para
satisfacer a su hombre, sin pretender dominarlo.
¿Y no es ése el
ideal de mujer que todo macho mexicano sueña con tener por esposa?
Una mujer que no
grite, que no engorde, que se conserve joven toda la vida, que sepa atender al
marido, hacerle piojito, su masaje japonés, que cocine rico y tenga limpia la
casa...
Ah, subconsciente machista que le sale a
uno...
El problema es que las mujeres japonesas
siguen siendo así, pero únicamene por fuera.
Por dentro, los
cambios han sido -para el varón japones- catastróficos.
Las japonesitas
han cambiado y han dejado de ser aquellas enkimonadas, que debían caminar diez
pasos atrás de su hombre, impedidas de salir solas a la calle y obligadas por
la sociedad a pasarse la vida dentro de casa, cuidando a los niños y sus
abuelos y esperando al marido.
Hay que archivar
ese concepto en el ropero de la historia. (O en el basurero: para el caso es lo
mismo.)
¿Sabían ustedes que la mujer era vista
como un mueble?
Cuando la partera
anunciaba que la criatura que acababa de nacer era "hembrita", el
padre tenía el derecho de venderla o deshacerse de ella depositándola en una
casa-cuna.
Nadie pensaba que
esa niña pudiera leer y escribir, llegar a profesionista y ejercer su
profesión.
Era un sueño.
El papel de la
mujer en la vieja sociedad era vivir en la oscuridad del segundo plano.
Como en el teatro
Kabuki, cubierta de negro y apoyando al actor princial: el hombre.
(Curiosamente, en el teatro Kabuki los hombres hacen los papeles femeninos: las
mujeres no pueden actuar en el Kabuki.)
Los gringos han difundido la idea de que
sólo cuando sus soldados ocuparon Japón, las cosas empezaron a cambiar para las
japonesitas.
Es un mito.
En realidad, los
cambios se iniciaron en 1869, cuando se promulgó y puso en práctica un nueo
sistema educativo y se crearon 57 mil escuelas primarias y 256 secudarias,
donde la mitad de los alumnos eran mujeres.
Aunque las
universidades oficiales siquieron cerradas para la mujer, si podían ingresar en
las universidades particulares... si tenían dinero...
La constitución promulgada por Meiji
estableció la igualdad de los dos sexos, terminándose así la discriminación
establecida en la Era Samurai, ya que la mujer no podía hacer lo mismo que el
samurai: hacer la guerra...
Como consecuencia
de esa imposibilidad, la mujer perdió también el derecho sobre la tierra y la
igualdad jurídica que había logrado antes de los samurai.
El padre samurai
quería tener hijos para el combate, no mujercitas para hacer el té.
De ahí que las
mujeres eran sólo consideradas como instrumentos para "proporcionar nuevos
hombres".
El campo de
batalla de la mujer era su hogar.
Esa era su reino,
donde podiá mandar todo lo que quisiera: afuera del hogar no tenía nada que
hacer. El hombre samurai vivía en el campo de batalla. La mujer en su casa
cuidando a los niños.
En las clases "inferiores", la
cosa era peor: las mujeres tenían que trabajar doble, en el campo generalmente,
y en el hogar.
Contrario a lo que
pasaba antes de los samurai, cuando recibía en trabajo igual el mismo salario
que el hombre, la mujer samurai vio rebajados sus ingresos, ya que no
"producia" lo que necesitaba esa sociedad: fuerza militar.
Igual que hoy, la
mujer y su trabajo no eran tomados en cuenta.
Alejada del poder
económico, la mujer -ayer y hoy- sigue relegada y discriminada.
Desde luego, como dicen las feministas ,
hay ahora leyes que establecen la igualdad, pero en la prctica la mujer sigue
en el segundo plano del Kabuki.
Poquisimas mujeres
están en puestos ejecutivos en las grandes empresas.
Si quieren avanzar
en la compañía, deben renunciar a casarse y tener hijos.
Sin embargo, el inmenso desarrollo
industrial y comercial que ha tenido el Japón y lo ha convertido en la sociedad
más prospera del planeta, ha tenido que echar mano de la mujer como fuerza de
trabajo.
El Japón es un
país que no recibe fuerza de trabajo extranjera: apenas en los últimos dos años
está empezando a "importar" mano de obra de japoneses de segunda y
tercera generación, procedentes de sus antiguas colonias o de países como el
Perú, Brasil o México.
Estos braceros,
que no hablan japonés y que dificilmente se adaptan al "japonese way of
life", han sido aceptados por la sencilla razón de que en Japón los
índices de natalidad han bajado alarmantemente.
Los japoneses ya
no quieren tener hijos (igual que los samurai) y apenas están produciendo uno y
medio por familia. Prevén que para el año 2,000 se tendrá que importar mano de
obra. Obreros, pues...
Esta escasez de brazos ha hecho qeu la
idustria y el comercio acepten incluso mujeres casadas, ofreciéndoles trabajos
de "medio tiempo". Así, la mujer casada y sin hijos, puede hacerese
de un ingreso "extra" para ayudar al marido en el sostenimiento
-brbaramente caro- del hogar. La mujer soltera puede tener un trabajo de tiempo
completo, pero sin pensar en casarse. Si se casa, pierde el trabajo.
Sin embargo, esa pretendida
"ventaja" económica para la mujer casada, no es tal: sigue sometida a
la doble jornada y sólo cobra por un trabajao: el que hace fuera del hogar. ¿Y
acaso -dicen las feministas
con razón- el trabajo de la mujer en el hogar no ha contribuido al desarrollo
industrial y comercial del país?
¿Quién le da de comer al hombre que
trabaja, le arregla su ropa, lo viste y lo mantiene en buen estado? El
desarrollo capitalista del Japón no hubiera sido igual sin la participación de
la mujer como ama de casa. Pero el capitalista no toma en cuenta ese trabajo, puesto que NO LO PAGA. Y ni modo
que sea el marido el que le pague a su mujer...
En vez de reconocer ese trabajo como
trabajo productivo, el capitalista le ofrece un trabajo de medio teimpo. O sea,
le da más trabajo en vez de dinero a cambio del trabajo casero. Esa sería la
verdadera ganancia e igualdad.
El único benficiado con esas medidas es
el capital.
A cambio de
salarios miserables, tienen la fuerza de trabajo de millones de mujeres que,
obligadas por el altísimo costo de la vida tienen que trabajar para llevar más
dinero al hogar... y a seguir trabajando en casa, como de costumbre, sin paga.
En la sociedad más avanzada del mundo,
la mujer sigue siendo ciudadana de segunda.
Tienen oportunidad
de estudiar, de llegar a ser profesionistas, pero a la hora de la hora repiten
la situación de las mujeres del Tercer Mundo: o se casan o se dedican a su
profesión olvidndose de su vida afectiva.
O simplemente, vivien explotadas con la
doble jornada.
Igual que en el
Tercer Mundo en la sociedad japonesa se siguen respetando los viejos
"roles": la mujer es la que debe ocuparse del hogar mientras el
hombre sale a buscar dinosaurios en forma de yens.
El marido japonés
entrega integro su salario a su esposa para que ella lo administre sabiamante.
(Otro trabajao para la mujer, que nadie le paga).
E igual que en el
Tercer Mundo, la mujer tiene que encargarse de los hijos, de la limpieza, la
comida, la presentación del marido, los quehacerers múltiples de la casa, la
solución apta de las necesidades sexuales del marido (y las propias, si es
posible) y de pilón, la atención de los suegros trabajo que en Japón pertenece
a la nuera.
Esa es otra particularidad del
matrimonio japonés: los suegros pasan a vivir -generalmente- con los recién
casados, y la nueva "hija" tiene que atenderlos, no sólo al esposo.
En el campo
japones la situación es peor, por la falta de brazos.
Los jóvenes están
yendo (huyendo, mejor dicho) a las ciudades, especialmente las mujeres.
Japón está
importando mujeres de las Filipinas o de Tailandia para que los campesinos
tengan esposa (y trabajadora rural al mismo precio), y continuamente salen
misiones especiales y oficiales, a reclutar jóvenes de esos países para
incorporarlas a la sociedad rural japonesa, que obviamente es una sociedad más
conservadora.
Las jóvenes japonesas, bueno es decirlo,
se han vuelto sumamente exigentes a la hora de dar el "yes".
Exigen que los candidatos al talamo sean ricos, tengan por lo menos
un coche -importado, claro-, buena cuenta en el banco, casa propia y un futuro
luminoso en una buena empresa. Si no, no se casan... (Esto es una realidad, no
inventos de este exagerado
caricaturista...)
La vida sentimental en Japón está
pasando un momento de crisis, que está afectando también al mundo de los
negocios.
El sistema
capitalista ha establecido como prioridad en la vida de los japoneses, el
trabajo antes que la familia.
A la empresa NO le
interesa si sus asalaridados son felices en su vida privada, mientras cumplan
con su trabajo.
Los modernos
shougunes quieren samurai de tiempo completo, y lo que pase con la mujer, es
otro boleto.
Si sus samurai
necesitan mujer, el elegante barrio rojo de Shinjuku y otros por el estilo,
tienen miles de prostitutas a la orden.
Prostis de todos
colores, especialmente mujeres blancas (colombianas, chilenas y costarricences
en primer lugar del bloque latino), para que los asalariados se desfoguen los
fines de semana.
La otra opción muy
popular entre la tropa masculina, son los "paquetes" que agencias de
viajes ofrecen para el "week-end": viajes a Taipei, Singapur,
Hong-Kong, Seúl y otras ciudades del sudeste asiático -todo incluido. Es decir,
avión, hotel, comidas, prompinas... y mujer.
Esta "solución" obviamente sólo
lo es para los varones japoneses, y plantea toda una serie de problemas para ls
mujeres, especialmente las esposas.
Todo esto forma
parte de la crisis que la vida familiar y "sentimental y coqueta"
está sufriendo seriamente el Japón.
¿Tienen alguna
solución?
Las feministas
creen que reconociendo el capital que el trabajo hogareño de la mujer es
productivo y al reconocerlo, pagarlo, podrían solucionarse muchas cosas.
Dudo mucho que el
mal acostumbrado capitalista lo acepte, aunque eso le solucionaría también
muchas cosas.
Como por ejemplo
la escasez de brazos.
Como solución al problema de hacer
hijos, yo propuse sería e inocentemente que Japón importe mexicanos que -estoy
seguro- se dedicarían con mucho gusto a embarazar japonesitas.
Pero también creo
que la idea no es del agrado del capital.
Ni modo.
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