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ANÉCDOTAS DE
FRANZ LISZT
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Mujeres desmayadas
A tal extremo le complacía a Liszt la adulación de sus auditorios, que se asegura que el gran músico les pagaba 25 francos a varias mujeres para que se desmayaran en sus conciertos.
El síncope estaba siempre fijado para el instante que precedía inmediatamente al clímax de su trozo más popular.
Liszt saltaba de su asiento, tomaba en brazos a la dama desmayada, y dejaba al reto de su auditorio impresionado por la brillantez del trozo musical interrumpido y confundido por su propia estolidez.
Hubo, sin embargo, una ocasión en que la dama contratada para desmayarse, se olvidó de hacerlo.
Los dedos de Liszt volaban por el teclado, pero no pudo terminar la escala.
Entonces él se desmayó.
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Concierto de piano en San Petesburgo
El genial compositor dio en una ocasión un concierto de piano en San Petesburgo.
Cabe reseñar que a Liszt se le consideraba el intérprete más virtuoso de su época, de modo que no sorprende el hecho de que el concierto lo presenciara el propio zar Nicolás I.
Lamentablemente había a su lado una señora que no dejaba de incordiarlo a preguntas, a las que el zar se veía en la obligación de respoder.
De pronto, Franz List dejó de tocar.
-¿Qué pasa? pregunto el monarca.
-Nada, majestad -respondió Liszt al tiempo que se inclinaba ante él como muestra de respeto-. No obstante, cuando habla el zar, es menester que callemos todos los demás.
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Cantata de Liszt en París
Se cuenta que con motivo del concierto en París de su Cantata, él mismo quiso dirigir a la orquesta. Sin embargo, no habían ensayado, ordenó a voz en cuello a los músicos:
-¡Tienen más razón que un santo! ¡Otra vez! ¡Vamos a repetirla!
Sin volverse hacia el público, a quien daba lógicamente la espalda, hizo enérgicos gestos y la orquesta atacó la pieza desde el principio.
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Para un amigo
En sus últimos años, Liszt se sentaba rara vez al piano.
Una señora de la alta sociedad tenía especial interés de invitarlo a una reunión. Otro de los invitados, el conde de Hatzfeldt, embajador de Alemania en Inglaterra, y gran amigo de Liszt, le había dicho a la dama cuando ella le preguntó como podría arreglárselas para que oyeran al famoso compositor y pianista:
-Coloque usted el piano en el rincón mas oscuro de la sala, y póngale encima varios objetos. De este modo Liszt no pensará que lo ha invitado con la esperanza de oirlo tocar, y tal vez se anime a hacerlo.
Siguiendo el consejo, la señora cubrió la tapa del piano de retratos, floreros y libros.
Cuando, terminó el almuerzo, pasaron a la sala, Hatzfeldt, que conversaba con Liszt, trajo a cuento las melodías de Offenbach, y habló, en particular, de la canción que había improvisado para la emperatriz. No acertaba a recordarla del todo. Si hubiese un piano con el que pudiera ayudarse...
-¡Ah! -exclamó de pronto, a tiempo que conducía a Liszt hacia el piano. -Aquí tenemos uno.
Después de pedirle a su amiga su consentimiento, el conde se sentó al piano, y tocó, titubeando a cada nota, los primeros compases de la canción.
-No, no es exactamente así -observó Liszt.
Hatzfeldt le cedió entonces el banco.
Liszt, en tanto que hablaba con su amigo toco dos o tres fragmentos de canciones, y luego, sin dejar de conversar, pero animándose por grados, rompió con un nocturno, al cual siguió una fogosa marcha húngara.
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2 comentarios:
¿Es esto algo real? Porque me ha encantado pero pongo en duda si es propio del gran Franz Liszt.
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