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PALESTINA E ISRAEL
Anne Marie Mergier
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Michel Warschawski es un escritor, ensayista político.
Es un intelectual israelí de 52 años y de renombre internacional.
Lleva 33 años luchando incansablemente en favor de la paz entre israelíes y palestinos.
Entrevistado en Jerusalén, donde radica, conversó con la corresponsal, dejando aflorar de vez en cuando un inmenso desasosiego que comparte con una minoría de compatriotas suyos cada vez más aislados en un país que, al igual que los territorios palestinos, se sumerge progresivamente en el odio.
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-¿Qué pasa con el amplio movimiento a favor de la paz que fue tan activo en las últimas décadas?
—Ya no queda casi nada de Paz Ahora. Hay varias organizaciones, como Gush Shalom, el movimiento de las mujeres y el de los soldados refractarios, que constituyen una forma de resistencia. ¡Pero esa resistencia es tan irrisoria comparada con lo que hoy se requiere y con lo que fue durante la primera Intifada! En ese entonces, decenas de miles de personas se movilizaban para denunciar la represión en los territorios ocupados. Hoy esa represión es mucho peor y ya no se oye una voz ética que diga: ¡Basta!
-¿Ese movimiento en favor de la paz no puede intervenir en el debate público?
—Sí, sí interviene. Nos entrevistan, nos publican en la prensa israelí. Hay pequeñas manifestaciones. ¿Pero quiénes nos oyen y quiénes nos ven? Destacados intelectuales israelíes publicaron un gran desplegado de media página en el diario Haaretz, denunciando la situación actual. Pues no pasó nada.
-¿Predican en el desierto?
—Llevo 33 años totalmente sumergido en ese combate en favor de la paz entre israelíes y palestinos, y tengo la impresión de que hemos hecho un gigantesco retroceso de por lo menos 20 años. La guerra de Líbano fue una ruptura en la sociedad israelí: acabó con el consenso, con la unión sagrada, con el discurso único. Por primera vez en la historia de Israel hubo debates contradictorios en la clase política, en el Parlamento y en la calle. Hoy hemos regresado a lo que era Israel antes de la guerra de Líbano.
—Inclusive, en ciertos aspectos hemos regresado a la época de Golda Meir (ministra de Relaciones Exteriores de Israel de 1956 a 1966 y primera ministra de 1969 a 1974).
—Para el libro que estoy escribiendo, ahora me toca releer los discursos políticos de esa época.
—Pues, palabra por palabra, son los de Ariel Sharon: ‘El mundo entero está en contra nuestra. Los árabes quieren destruirnos. Nuestra única opción es combatir’.
—Al igual que en los tiempos de Golda Meir, se blande una interpretación de la historia judía presentada como un largo pogrom que no ha parado nunca a lo largo de 2 mil años... En los años ochenta se había logrado romper ese discurso. Hoy vuelve con fuerza.
-Lo que describe es una grave regresión política.
—Obviamente. Es también una grave regresión cultural.
-¿Cuál podría ser, digamos el detonante capaz de parar esa regresión?
—Se necesitaría una fuerte crítica, una intervención política e inclusive física de la comunidad internacional. Eso se dio ya en el pasado, durante la guerra de Líbano y durante la primera Intifada. Pero hoy Israel se siente apoyado por Estados Unidos y no realmente censurado por la Unión Europea.
-¿Por qué el resto del mundo no se pone de acuerdo y realiza una división del territorio, una parte para los palestinos y otra para los judíos?
-Estados Unidos es el principal socio político de Israel, y Europa su principal socio económico. Si estos socios no ejercen presiones sobre Israel, pues los judíos más reaccionarios seguirá sintiéndose fortalecido en su política.
—La comunidad internacional no se da cuenta o no quiere darse cuenta de su inmensa responsabilidad en la situación actual.
-Por lo visto, a corto plazo no se vislumbra posibilidad alguna de parar esa regresión política y cultural que usted describe.
—No. No quiero ser trágico. La historia siempre da vueltas. Pero por el momento solamente tenemos perspectivas muy oscuras. Aparece de nuevo la opción de un conflicto que no acabará nunca. Peor aún, lo que los derechistas israelies han hecho surgir de nuevo Masada.
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Michel Warschawski se refiere al episodio en el año 70 después de nuestra era, cuando los romanos conquistaron Jerusalén y masacraron a los judíos.
-Unos 750 sobrevivientes se refugiaron en la ciudad de Masada y resistieron durante tres años al asedio romano.
-Finalmente, para no rendirse, se suicidaron todos.
-Ese suicidio colectivo está profundamente anclado en la memoria colectiva judía).
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-No me queda muy clara su alusión a Masada. ¿Piensa usted que la política israelí es suicida?
—A largo plazo, por supuesto que lo es. Hoy los palestinos son las víctimas inmediatas de esa política. Como sociedad pagan un precio exorbitante. No estoy hablando solamente de los 800 muertos que cayeron ya en esa segunda Intifada, sino de esa sociedad que, bajo la violencia israelí, se va desmembrando, despedazando, desmantelando con todo lo que eso implica en salud mental para las futuras generaciones... Pero a la larga, quienes pagarán un precio aún más alto no son los palestinos.
-¿Cómo? ¡Si son las víctimas!
—Si sigue esa guerra total y sin piedad, los palestinos sobrevivirán, quizás no en su tierra, sino sumergidos entre 150 millones de árabes. ¿Pero qué pasará con esa comunidad de 6 millones de judíos que se empeña en imponer su existencia exclusivamente por la guerra? Rechazada y aislada en medio de 150 millones de árabes hostiles, ¿logrará sobrevivir?
-¡El panorama que usted pinta es terrible!
—Es nuestra existencia como comunidad lo que está en juego en este momento. A lo largo de los 30 últimos años, los israelíes y los palestinos tuvieron la suerte de no odiarse. Obviamente los palestinos que vivían bajo la ocupación israelí luchaban contra esa ocupación, había hostilidad de ambas partes. Pero hoy se está desatando un odio étnico, un odio religioso, un odio implacable e inmundo.
-¿Un deseo de matar al otro? ¿El hecho de alegrarse de su muerte?
—Eso es. En ambas partes cada uno dice: O se mueren ustedes o somos nosotros. Es abyecto. Tengo un amigo palestino maravilloso, de muchos años. Juntos llevamos años bregando por la paz. Hace poco lo vi en Ramalah. Ese hombre tan dulce me dijo: Si no fuera tan cobarde y miedoso, me echaría explosivos encima y me suicidaría en algún lugar atestado de gente en Israel. Me dejó sin palabra la profundidad de su desesperanza. A eso hemos llegado.
-La sociedad palestina se está destrozando económica, social y moralmente. ¿Pasa lo mismo con la sociedad israelí?
—Moralmente ya estamos bastante golpeados. En cuanto a la degeneración cultural y social, pues el proceso está en marcha, y si seguimos así, se va a acelerar.
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Antes de dar por concluida nuestra conversación, Michel Warschawski se permite una confidencia:
-Mi hija tiene 20 años. ¿Sabe lo que le estoy aconsejando? Pues que se vaya del país. Desde que tengo 19 años dediqué toda mi vida a la lucha por la paz entre palestinos e israelíes. Creí en esa lucha con toda mi fuerza. Y hoy le digo a mi hija: ‘Vete de aquí’. Ella hará lo que le parezca. Es mayor de edad... Pero yo nunca hubiera podido pensar llegar a eso.
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