viernes, 25 de diciembre de 2015

Anécdotas (Jesucristo)


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ANÉCDOTAS DE 
JESUCRISTO




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Trato igualitario 

-¿Trataba Jesús igual a las mujeres como a los hombres?

      -En ninguna parte indican los Evangelios del Nuevo Testamento que Jesús tratara a las mujeres en forma diferente de los varones.

      -Se han preservado historias por las que podemos descubrir cómo se relacionaba Jesús con las mujeres en los últimos años de su vida.

      -Un buen ejemplo de esto es la historia de Cananea, a quien Jesús encuentra fuera de Israel.

      -Ella le pide a Jesús que sane a su hija que está poseída pero Jesús se niega a hacerlo porque él ha sido llamado sólo para servir a Israel, y no a los extranjeros.

       Jesús le dice:

      -No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.

       A lo cual ella responde:

      -Sí, Señor. Pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.

       Jesús la elogía por lo que ha dicho, y la hija queda sanada desde ese momento.

       -Lo mismo pasa con un centurión romano de Cafarnaúm.

        Éste le pide a Jesús ayuda para un joven enfermo, un siervo de su casa. Jesús le pregunta:

        -¿Yo, tengo que ir a sanarlo?

         En este texto no se da la razón, pero la sugerencia es clara: un extraño no tiene derecho a recibir lo que pertenece a Israel.

         No obstante, también, en esa ocasión, Jesús sana al joven a causa de la respuesta del centurión.

         -Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano.

         Jesús tomó tan en serio a la mujer extranjera que vivía fuera del territorio de Israel, como al centurión del campamento romano cerca de su propio hogar.

         Jesús se conmovió por la fe de ambos.

         Los dos jóvenes enfermos fueron curados.

         -Si debía quedar en evidencia alguna diferencia en el tratamiento dado al varón y a la mujer extranjeros, sería en estas dos historias.

         -Pero Jesús escuchó a la mujer, dicutió con ella y se dejó convencer, tal como lo hizo con el varón.
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Asociados Mediocres

Estaba muy avanzada aquella tarde, en Galilea. Los 12 hombres después de andar todo el día por los polvorientos  caminos, sentían calor y cansancio, por lo que se regocijaron al divisar una aldea desde la cima de una colina.

El que encabezaba el grupo, juzgando que ya habían andado mucho, envió a dos de los suyos adelante en busca de alojamiento, mientras Él y los demás aguardaban sentados a la vera del camino.

Al rato volvieron los mensajeros, sofocados e iracuandos. Las aldeanos, de mal talante, les habían dicho que buscaran albergue en otra parte.

La indignación de los enviados se comunicó a los demás.

¡Era algo inaudito!

¡Aquel villorrio insignificante se negaba a recibir a su Maestro…!

Él era un personaje famoso. Había sanado a los enfermos y había socorrido con largueza a los pobres. En la gran ciudad las multitudes lo habían seguido delirantes de entusiasmo; tanto, que hasta sus discípulos se convirtieron en hombres importantes.

 ¡Y pensar que aquella aldeheula se negaba a recibirlos…¡

-¡Señor, son gente insufrible! - gritó uno de ellos- Haz que descienda fuego del cielo para que los consuma!

Los demás lo apoyaron entusiastas. ¡Fuego del cielo! ¡Claro! Haz que llueva fuego, Señor…

Hacía ya tres años que andaba con ellos... y parecía que nunca iban a ser capaces de comprender lo que Él se proponía. Él había venido a salvar a la humanidad ¡y ellos querían que descargara su ira quemando un pueblo!

 Jesús no despegó los labios. Sus facciones mostraban la huella del cansancio de las semanas precedentes, y en sus ojos se leía el presagio de las amarguras de otras  semanas por venir.

 Necesitaba descansar aquella noche, pero no dijo ni una palabra. Recogió en silencio sus vestiduras y se puso en camino, seguido de sus resentidos compañeros.

No hubo discusión ni amargos reproches, ni conversaciones triviales. A juicio de Jesús el incidente era muy nimio para comentarlo.

Él sabía que la mezquinidad trae consigo su propio castigo. La aldea que no quiso recibirlo no era merecedora del fuego, pues ya quedaba castigada en otra forma: no hubo allí milagros, ni enfermos curados; no recibieron pan los hambrientos, ni oyeron los pobres el mensaje de aliento e inspiración… Tal fue su castigo. En cuanto a Él olvidó el el incidente. Tenía otras cosas importantes que hacer.
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