Mucho más
renovador de lo que se le suponía, el papa Benedicto XVI quiere resucitar el
latín y adaptar su vocabulario a los nuevos tiempos.
Para ello ha
mandado fundar una Academia de la Lengua Latina (o Pontificia Academia Latinitatis) que se ocupará de poner al día los latinajos con nuevas y acaso
sorprendentes expresiones.
Los
pantaloncitos de las adolescentes que ahora conocemos como shorts, por ejemplo, se llamarán brevíssimae
bracae femíneae; y un camarero adoptará el más pomposo
rango de tabernae potoriae minister.
De acuerdo
con este nuevo léxico, un ordenador será un instrumentum
computatiorum y cualquier gol que le alivie la
tristeza a Cristiano Ronaldo se celebrará al grito de retis violatio.
Todo es
cuestión de que los hinchas más devotos aprendan a corear debidamente esa
violación de la red.
Insuflar
vida a una lengua muerta es, sin duda, una tarea milagrosa de la que hasta
ahora solo había raros precedentes como el del hebreo, que los judíos sacaron
de su tumba lingüística para convertirlo en la lengua oficial —y real— del
Estado de Israel.
También el
latín sigue siendo idioma estatal de la Iglesia y, por tanto, del Vaticano,
donde los cajeros automáticos dispensan aún billetes en la que fue lengua del
Imperio Romano.
Infelizmente,
la propia curia conspiró contra su lengua al suprimirla de las misas y demás
oficios litúrgicos en la equivocada idea de que así acercaría sus ritos al
pueblo.
El papa
Benedicto quiere enmendar el error, pero no va a ser un empeño fácil la
acomodación del latín a los tiempos modernos.
En la Roma
de los Césares no había aviones, ni fútbol, ni tabaco, ni minifaldas. Por no
existir, no existía siquiera la tele: enojosa circunstancia que nos impide
disponer de las palabras adecuadas para dar un nombre en latín a todas esas
modernidades.
Paradójicamente,
los usos más populares del latín proceden del mundo anglosajón.
De los
Estados Unidos nos llegó, un suponer, la palabra sponsor que años atrás desplazó
al patrocinador de toda la vida; y tuvo
que ser la reina Isabel de Inglaterra quien pusiera en circulación el concepto
de Annus horribilis para aludir a los muchos disgustos que le daba su nuera Diana de
Gales.
Por fortuna,
la Iglesia —que a fin de cuentas tiene la patente— ha decidido tomar cartas en
el asunto con su proyecto de actualización del latín a los nuevos tiempos que
corren.
El resultado es de lo más prometedor,
gracias al Lexicon recentis latinitatis en el que el cura salesiano Cleto Panavetto ha logrado reunir más de
15,000 neologismos latinos.
El moderno
latín —o neolatín— tiene palabras para todo: ya sea la minifalda convertida en tunicula minima, ya el
baloncesto que se traduce en la más prolija expresión: follis canistrique ludus.
Del mismo
modo, internet pasa a ser la Inter rete: y si queremos darle a alguien nuestra dirección de e-mail, bastará con remitirle la inscriptio
cursus electronici.
El que
quiera arriesgarse a fumar un pitillo deberá saber también que está inhalando
el humo de una fistula nicotinae, nada menos.
No es seguro
que esta puesta al día de la lengua de Roma y de los misales vaya a favorecer
su uso ordinario en el mundo de hoy, donde el inglés ha usurpado hace ya tiempo
el papel del latín como idioma universal del imperio.
El papa
Benedicto hace lo que puede, eso sí.
----------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario