Sabina
Berman
Haré un acto
impopular por concluir el 2012.
Escribiré en
defensa de los maestros malos.
Mi defensa
tiene un carácter muy personal.
Desde las
alturas abstractas de la discusión del destino de la educación de México,
simplemente no tendría sentido.
En el año de
1995 viví en Oxolotán, Tabasco.
Un pueblo a
orillas de un río verde y tumultuoso, homónimo del pueblo.
Un pueblo
hundido en la cañada, al que solo se podia llegar por una carretera de curvas
en bajada, irremontables a pie.
Un pueblo
donde había un único teléfono, una cabina herrumbrosa a la entrada de la calle
principal. Donde pasaba un camión que iba a Villahermosa una vez cada tres
días. Un pueblo de 2 mil habitantes, una cuadrícula de cemento blanco al fondo
de la selva.
Había
una escuela en el margen sureste del pueblo. Ahí asistían a diario todos los
niños y las niñas.
No había
maestros para cada año escolar, así que en las aulas coexistían grados
distintos.
Niños de
primero con niños de segundo.
Niños de
tercero con niños de cuarto.
Y niños de
quinto con niñas de sexto.
Los tres
maestros de la escuela eran tipos morenos que usaban huaraches y vaqueros y
ganaban apenas para tener cada cual una casita de cemento, piso de arena y
hamacas para dormir.
Además, en
las tardes caminaban a tres
pueblos más pequeños, sumergidos en la selva, a los que no llegaba ningún
camino asfaltado.
Se abrían
paso en la hierba tupida, un machete en la mano, por si aparecía una víbora
cascabel o un animal de dientes grandes.
Uno de
ellos, entonces el más joven, debía cruzar un puente colgante y caminar tres
horas entre troncos y mosquitos para llegar al pueblito asignado. Y en ese
pueblito, que sí tenía nombre ya lo olvidé, esa mancha humana de no más de cien
habitantes, la escuela era cuatro postes con un techo de lámina, donde los
niños, recién bañaditos, asistían no diario, sino cada tercer día, que era
cuando el maestro podia llegar hasta ahí.
Los tres
maestros de Oxolatán eran muy amados por la población. Tanto como el cura de la
iglesia, un edificio de piedra construido por los franciscanos en 1663.
O tanto como
el único policía, un policía tan bien conectado al espíritu local que cuando
llegaron a Oxolotán los guerrilleros Zapatistas y pidieron posada y se les
asignó el campo de futbol para residir, él pidió que la población lo encerrase
en la única celda durante toda su estancia; así podría justificar ante los
jefes policiacos de Villahermosa que no hubiese dado el pitazo y estuviese
complacido de que la gente les llevara a los guerrilleros comida y agua, y
hasta entretenimiento, en la forma del coro de niños escolar.
Esos tres
maestros esforzados y justamente amadas por la gente de Oxolotán me rompen el
alma ahora que parece haberse formado un consenso para aprobar la reforma
educative.
No lo sé de
cierto, lo supongo: ninguno pasaría el examen que se les quiere aplicar a los
maestros del país.
Igual no han
aprendido todo lo que un maestro del DF o de Monterrey.
Igual nadie
les dio cursos de actualización.
Es probable
que no han tenido tiempo ni fuerza, ni acaso oportunidad, para ponerse al día
en cuanto a conocimientos.
Guardo un
recado que me escribió en una hoja cuadriculada el maestro que iba cada tercer
día del otro lado del río.
Lo guardé
porque parece más bien un dibujo de Miró: Estando el papel húmedo, porque el
aire de la selva humedece el papel, el trazo de tinta de la pluma Bic se
descorrió, y la letra Palmer, redonda, asemeja un garabato artístico.
Si me
gustaba mirarlo, ahora me espanta el recado.
"Sabina,
vente por la noche a la cocina y hay platicamos".
Hay en lugar
de ahí. Un error ortográfico.
Y lo dicho,
el destino de quien cometió ese minúsculo error hoy me parte el alma.
Quiero
decir, la educación en México no puede ser este desastre cotidiano.
De acuerdo.
Si queremos un México más inteligente y justo, debemos intervenir el sistema
educativo público.
También
seguro, el sindicato de maestros se ha vuelto un obstáculo a ese cambio porque
se ha enredado como una hiedra venenosa al sistema caduco de educación y hay
que desmontarlo de él.
Algo más,
hay que desbaratar la estructura caciquil del sindicato.
No es cosa
de sacar de su dirigencia a Elba Ester Gordillo, o no es solo cosa de eso: La estructura
caciquil debe ceder a otra más democrática y racional para que el sucesor de la
Maestra tampoco sea un cacique.
Tachar a los
falsos maestros de la nómina: correcto.
Clarificar
la relación entre el sindicato de maestros y el Panal: correcto.
Examinar a
los maestros para saber cuáles son aptos para enseñar y cuáles no: también
correcto.
¿Pero
despedir draconianamente a los tres maestros de Oxolotán?
¿Despedir
a maestros que han ejercido lo mejor posible, dado lo que el Estado les ha dado
a ellos?
¿Despedirlos
como a sirvientas?
¿Desde las
grandes ciudades mover la mano en un gesto de desdén y decirles váyanse, son
ustedes insuficientes?
¿Desde
oficinas de mármol, desde escritorios de cedro, desde la comodidad de puestos
de gobierno o de opinion mandarlos al infierno del desempleo y la ingratitude?
Esos
maestros rurales merecen ser tratados con dignidad y con gratitude.
Más que
desprecio, deben recibir las disculpas de la Secretría de Educación Pública.
Merecen
cursos para volverlos aptos y merecen que la Secretaría de Educación asuma que
si no lo son es debido a la torpeza de la institución, no a la de ellos.
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Tomado de PROCESO 1887
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