lunes, 7 de febrero de 2011

La Ciudad de Tokio

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Anne Marie Mergier

La ciudad de Tokio hace 65 años sólo era ruinas. Hoy es una megápolis anclada en el siglo XXI.
Con 30 millones de habitantes en su zona metropolitana, sus rascacielos, su publicidad omnipresente y su ritmo desenfrenado las 25 horas del día, los siete días de la semana.
Es una capital sin límites, barroca, surrealista, de ciencia ficción, de tiras cómicas.
Verdadero desafío urbanístico, Tokio creció fuera de toda planificación al ritmo de la compraventa de terrenos cada vez más caros. Hoy un metro cuadrado en el selecto barrio de Ginza cuesta 200,000 dólares...
Resultado: un formidable caos arquitectónico, en el que todo es posible: una torre de 60 pisos al lado de casas particulares, edificios ultravanguardistas de vidrio, acero, mármol o baldosines al lado de austeras construcciones de concreto o divertidas copias de estilos europeos; inmuebles anchos, estrechísimos, cuadrados, triangulares, redondos, ovalados, rectos, estrañamente torcidos; edificios dorados, plateados, totalmente negros, de un blanco inmaculado, transparentes, cubiertos de espejos, con colores chillones; avenidas anchas e imponentes entre las que serpentean callejuelas llenas de flores y restaurantes minúsculos... Un delirio.
Tokio refleja hasta la caricatura a ese Japón pujante, tecnológico y consumista que intriga tanto al mundo entero.
Las cajas automáticas hablan: agradecen, piden más dinero, se despiden con voces sensuales. Los semáforos cantan: un timbre melodioso impide cruzar la calle, otro permite hacerlo. Todo el mundo obedece...
Hay teléfonos de larga distancia en cada esquina, fax públicos en las estaciones del metro y distribuidores automáticos por doquier. Venden de todo: botellas de whisky, galones de cerveza, latas, comida, cigarros, bolsas, cepillos de dientes, máquinas de afeitar, paraguas...
Gigantescas pantallas y tableros electrónicos inundan la ciudad con informaciones: noticias relevantes, previsiones metereológicas, problemas de tránsito, tasa de dióxido de carbón y de azufre en la atmósfera, consejos para mantener la ciudad limpia... y anuncios publicitarios.
En la capital del libre mercado la publicidad impone su ley.
Y todo se vale para atraer al cliente. Larguísimos rótulos verticales cuelgan de casi todos los edificios. De noche convierten calles y avenidas en extravagantes selvas de neón.
En la entrada de las tiendas, vendedores con micrófonos y equipos de sonido arengan a los paseantes. Sus gritos se confunden con la música estridente de otros comercios, los frenazos de un mar de coches, motos, bicicletas, sirenas policiacas y el ruido sordo de inmuebles, trenes y metros, cuyas vías parecen suspendidas en el aire.
En una plazuela escondida entre rascacielos, se ve una vitrina insólita: es un estudio de radio expuesto a la vista de todos. Patrocinado por marcas de discos y de zapatos, un periodista entrevita a un cantante de "hard rock" japonés, cuya pinta estrambótica haría palidecer a Michael Jackson.
Enfrente de la vitrina: punks, señoras de edad con su kimono tradicional, madres de familia, escolares con uniformes, se codean divertidos. Saborean jugos de fruta que les regalan edecanes con minifaldas, contratadas por un supermercado.
Justo al lado, las aguas de una fuente modernísima bailan al ritmo de un vals de Strauss gracias a una marca de relojes electrónicos, mientras un globo aerostático pasea silenciosamente por el cielo el nombre de una conocida firma automovilística.
El vender, comprar y consumir es la aspiración, la obsesión casi la enfermedad de buena parte de la inmensa clase media japonesa.
Inolvidable espectáculo el de esas multitudes compactas, vidas, acorazadas con tarjetas de crédito, cargadas con bolsas de todo tamaño, que día tras día, inclusive los domingos, recorren los interminables pasillos de las grandes tiendas y de los centros comerciales de Tokio para comprar, comprar, comprar.

-¿Pero qué comprar los japoneses?

-De todo.

-¿Y por qué compran tanto?

- En general, todos acaban por reconocer que compran porque la sociedad en la que viven necesita que lo hagan y los empuja a hacerlo... Dificil escapar.
-Hay comercios por doquier. Todo se vende en cualquier parte a cualquier hora. El servicio de entrega a domicilio es el más desarrollado del mundo. El cliente es el rey.
Vértigo ante esa invitación permanente, insistente, a comprar más y más y más, como si sólo eso contara en la vida.
El virus del consumismo ataca a los japoneses desde muy temprana edad. El mercado "quinceañero" esta en plena expansión y los adolescentes de Tokio tienen su propio barrio de compras: Jarajuku.
Tiendas de ropa, discos y juguetes. Heladerías y "Big Burgers". Colores fluorescentes y Madonna. Vendedores apenas salidos de la infancia. Ningún adulto.
Malestar ante esos niños de diez o quince años con uniformes escolares, seriecitos, que se pasean de tienda en tienda con sus elegantes bolsas en la mano, comparan precios y calidad, discuten y pagan con expresiones de adultos.
Los japoneses dedican cada vez más tiempo y energía al "shopping"

¿Hasta dónde llegarán? ¿Están irremediablemente condenados a consumir? ¿A eso lleva una sociedad altamente desarrollada...?

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