viernes, 29 de septiembre de 2017

Trump es la Superficie: El problema está en la Base Social

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TRUMP ES LA SUPERFICIE: 
EL PROBLEMA ESTÁ EN 
LA BASE SOCIAL



Lorenzo Meyer

14 Ene 2017

El personaje y su proyecto

La tesis es ésta: lo realmente preocupante no es el nuevo presidente de Estados Unidos sino las actitudes y demandas de quienes lo pusieron en el poder y que representan a la mitad de la sociedad políticamente activa de ese país.

Hoy, la única superpotencia ha colocado en su institución más poderosa, la Presidencia, a un personaje absolutamente improbable y peligrosamente impredecible: Donald John Trump. Se trata de un constructor multimillonario (3 mil 700 millones de dólares) de 70 años, exconductor de un programa de televisión –un reality show con una audiencia de siete millones–, sin ninguna experiencia política y con obvios y serios problemas de personalidad.

Los datos anteriores tienen interés por sí mismos, pero para México resultan cruciales pues el señor Trump ha decidido caracterizar la relación con nuestro país como fundamentalmente antagónica al interés nacional del suyo. Y así, lo que desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994 ha sido una situación de interdependencia asimétrica entre países vecinos, ahora es presentada por el próximo presidente norteamericano como una incompatibilidad de proyectos, como un juego de suma cero.

Al arrancar en 2015 la carrera de los aspirantes del Partido Republicano de Estados Unidos en pos de la candidatura presidencial, muy pocos consideraron que Trump pudiera llegar a ser realmente el abanderado republicano y menos aún el ganador de la elección de 2016. Se suponía que entre los 17 precandidatos republicanos iniciales, el finalista sería un político profesional como Jeb Bush –ex gobernador de Florida e hijo y hermano de presidentes– o Marco Rubio o Ted Cruz, senadores por Florida o Texas, respectivamente. 

Para sorpresa de casi todos, las bases republicanas le dieron ese papel a Trump, el multimillonario “no político” y estrella de televisión.

Desde el inicio, Trump despertó el interés de los mexicanos, pero por malas razones: porque en el arranque mismo del proceso electoral, el personaje decidió construir una parte central de su discurso alrededor de temas específicamente antimexicanos. 
En efecto, el 16 de junio de 2015, en la Torre Trump, en Manhattan, el rubio constructor afirmó: 


De esa caracterización tan negativa como injusta de los 5.8 millones de mexicanos indocumentados que se calcula viven en Estados Unidos, Trump pasó a proponer un remedio drástico: la erección de una gran muralla a lo largo de los 3,145 kilómetros que constituyen la frontera entre México y Estados Unidos, la deportación de los indocumentados y, finalmente, la renegociación o derogación del marco en que funciona el comercio bilateral México-Estados Unidos y que asciende a 531 mil millones de dólares anuales, (2015): el TLCAN.

En el primer debate público entre él y la candidata presidencial del Partido Demócrata, Hillary Clinton, en septiembre de 2016, el republicano aseguró que el TLCAN era “el peor tratado que se haya firmado alguna vez y, desde luego, el peor firmado por este país (Estados Unidos)”. 

Desde ese punto de vista, México y China, con su mano de obra barata, se habían apropiado de trabajos que deberían haberse quedado en Estados Unidos. 

Trump se comprometió entonces a que las plantas industriales que habían emigrado a México, particularmente las automotrices, volverían a Estados Unidos so pena de imponerles un impuesto de 35% a las unidades exportadas desde México.

Esta última propuesta de Trump es un golpe al corazón del proyecto neoliberal en que se embarcó a México a partir de la decisión de Carlos Salinas de Gortari de firmar el TLCAN y dejar atras el modelo económico nacionalista heredado del cardenismo. 

Lo que Salinas y los suyos  buscaron fue integrar la economía mexicana a la norteamericana pese a la desigualdad entre las partes. 

Hoy, como ya se señaló, ese intercambio comercial con Estados Unidos llega a 531 mil milllones de dólares, a lo que debe añadirse el rubro de servicios alrededor de 60 mil millones de dólares anuales. El 80% de las exportaciones mexicanas de manufacturas se dirigen a Estados Unidos y de ahí recibe 50.2% de sus importaciones (2012). Por ello la sorpresa, temor e incertidumbre que se han extendido en México ante la posibilidad de que Trump, como presidente cumpla total o parcialmente con su proyecto de deportar a millones de mexicanos y de revertir la integración económica con México con medidas arancelarias.

El fondo del problema

En la historia mundial contemporánea hay ejemplos dramáticos del papel que un líder puede jugar en la  dirección que tome la política interna y externa de su país. A la mente vienen, de inmediato, no sólo los nombres de Hitler y Stalin, sino también de Gandhi, Roosevelt o Mandela, sin embargo el ascenso e importancia que esas figuras adquirieron se explica finamente por el contexto social y una situación de crisis o circunstancial. En contraste, en los Estados Unidos de 2016 que eligió a Trump no había, no hay, ninguna crisis económica ni amenaza externa que explique al personaje. La economía creció a 3.5% el último trimetre de 2016 y el desempleo se encuentra en minimos (5%). Sin embargo, el sentido de injusticia si ha anidado en una parte de la sociedad norteamericana. Finalmente el carisma de Trump -esas cualidades personales excepcionales que impone su voluntad sobre otros y o trasformarlos en seguidores- no parece alcanzar los niveles de ninguno de los grandes lideres históricos, pero resulta que el de su rival fue mucho menor o inexistente.

-¿Cómo explicar entonces que Trump haya podido imponerse en las elecciones primarias y luego recibir 61.2 millones de votos en las presidenciales?
Y todo sin haber llegado a formular un proyecto coherete de futuro, salvo el compromiso de volver a “hacer grande a Estados Unidos”. 

Un primer paso en la explicación es la naturaleza absurda del sistema electoral; uno que da la última palabra a un Colegio Electoral donde la representación es por estados, lo que permite que alguien sea declarado vencedor pese a no tener la mayoría del voto ciudadano. Pero dejemos de lado esa peculiaridad del sistema norteamericano y vayamos a la naturaleza misma de la contienda electoral.

La candidata demócrata, Hillary Clinton, esposa de un expresidente, tuvo más votos directos pero nunca despertó gran entusiasmo entre sus partidarios. Además los malquerientes de la demócrata esban concentrados en estados clave para el conteo en el Colegio Electoral. De ahí que muchos observadores concluyeran: Trump ganó los estados clave no por él mismo sino ¡por no ser Hillary Clinton!

Y es que la señora Clinton -y antes los precandidatos republicanos descartados por el fenómeno Trump en las primarias-, no entendió lo que el multimillonario neoyorquino sí entendió y muy bien: que en una amplia zona de la sociedad norteamericana había una fuerte concentración de malestar,    frustración y rabia por la forma en que la élite política -demócrata y republicana- los habia ignorado durante años y a los que la señora Clinton en un mal momento llamó “conjunto de deplorabes”. Esos “deplorables” se vieron a sí mismos como injustamente relegados por las élites políticas -personificadas por la Clinton- en el   proceso de evolución económica, social y cultural de Estados Unidos y tomaron su revancha.

Para los ”deplorables”, Trump representó la oportunidad de dar forma a una auténtica “rebelión de las masas”, para usar el concepto acuñado hace 90 años por José Ortega y Gasset. Pero, y esto es fundamental, no de todas las masas norteamericanas, sino de unas muy específicas: las blancas, esas que consideran que el tipo de evolución que ha experimentado Estados Unidos en los útimos 30 ó 40 años les ha cancelado su presente y sobre todo, su futuro. 

Se trata de ciudadanos de origen europeo, que habitan en las zonas rurales de su país o en ciudades que una vez fueron el dinamo de la economía industrial como Detroit o Pittsburg, pero que ahora no tienen importancia, donde las naves industriales están abandonadas de plano son ya tierra baldía. Este grupo que fue la base del Partido Demócrata de Franklin Roosevelt y su New Deal en los 1930 y 1940, hoy no sólo se considera abandonado por el Partido Demócrata sino también por la dirigencia tradicional del Republicano. Es más, hay en ellos un sentido de traición por parte de todos los políticos tradicionales.

En 2015 y 2016 los blancos resentidos se volcaron en apoyo a un candidato sin carrera política, que se supone hizo su fortuna según las reglas del mercado y que deliberadamente se propuso usar un lenguaje políticamente incorrecto y vulgar -similar al que emplean sus votantes— y abiertamente machista. Los resentidos estuvieron dispuestos a dar por buenas las vagas promesas de Trumps y a creer un montón de exageraciones o francas falsedades sobre la candidatura demócrata: “Hillary Clinton viola y mata niños”, “es una alcohólica”, “los Clinton  han asesinado al menos a veinte personas”, etc., (Mark Danner, THE REAL TRUMP, NEW YORK REVIEW OF BOOKS, 22 de diciembre 2016).

Trump supo leer muy bien y explotar mejor el resentimiento y la ira acumulados en esa parte de la sociedad norteamericana blanca, trabajadora, sin grado universitario, habitante del mundo rural o de centros urbanos en decadencia y con bastante consciencia de lo injusto que es que hoy una minoría de minorias de los norteamericanos -0.1%- reciba un ingreso promedio de 184 veces el que llega a los bolsillos de 90% de quienes se encuentran en el fondo de la pirámide social, (Institute for Policy Studies, inequality.org, Boston).

Pero hay más. Si bien Trump, el multimillonario exitoso y creador de empleos, se identificó con los perdedores, no lo hizo con todos. Fue selectivo. Se identificó con los bloncos y no con los pertenecientes a las minorías de color afroamericanos e hispanos. Así, de manera no muy velada, el ahora presidente electo reavivó y se benefició de un viejo fenómeno de su país, el racismo. 

Fue Trump el que insistió en que Barack Obama, el primer presidente negro de Estados Unidos, no era en realidad norteamericano y no tenía derecho a estar en la Casa Blanca, lo que resonó muy bien entre su electorado que, con Trump como presidente, consideran “reconquistada” la mansión presidencial construida por esclavos negros pero para que la habitaran norteamericanos de cepa blancos como Trump y su familia. (Una buena exploración y exposición del racismo de Trump y el trumpismo la ha hecho en sus columas de opinión de 2016 y 2017 en THE NEW YORK TIMES, Charles M. Blow.)

Y es aquí donde entra de lleno en la arena política norteamericana “el factor mexicano”. 

Trump identificó a los millones de mexicanos indocumentados no sólo como criminales y violadores sino como ladrones de empleos de los verdaderos norteamericanos. Y, por extensión, también se vio igual a los mexicanos en México, al considerar que las empresas norteamericanas que al amparo del TLCAN abrieron plantas en México eran responsables de la falta de empleo y de vitalidad en las regiones industriales deprimidas de Estados Unidos. Por eso en sus mitines se pude escuchar el estribillo “built the wall, kill them all”  (“construyamos el muro y matémoslos a todos”). En suma el antimexicanismo fue una fuente de energía política del trumpismo.

La demagogia de Trump hace caso omiso del hecho de que la pérdida de empleos en los centros industriales tradicionales norteamericanos se explica fundamentalmente por el cambio tecnológico y no por la barata mano de obra mexicana o china. Tampoco hace referencia al TLACAN como creador de empleos en Estados Unidos alrededor de 200 mil al año.

Para concluir

Cuando Samuel P. Huntington, el famoso politólogo de Harvard, publicó WHO ARE WE. THE CHALLENGES TO AMERICA’S NATIONAL IDENTITY, (Nueva York: Simon & Schuster, 2004), en México se debió haber detectado una señal de peligro: que un sector de la sociedad norteamericana -el blanco y protestante- ya veía a la creciente población hispana -alrededor de millones- como una amenaza a sus valores, a su identidad nacional y que podía reaccionar, si alguien lo encabezaba, contra la creciente presencia documentada e indocumentada de mexicanos en lo que alguna vez fue territorio mexicano. 

Ahora bien, ese identificar a México como un peligro para Estados Unidos tiene consecuencias: el rechazo político y económico y la amenaza de una nueva deportación masiva.

En 2009 George Friedman, un analista norteamericano de los procesos políticos mundiales y futurólogo, publicó THE NEXT 100 YEARS. A FORECAST FOR THE 21ST CENTURY (Nueva York: Doubleday). El último de los 13 capítulos de este libro está dedicado a examinar las causas que ve  llevarán a una guerra entre México y Estados Unidos. Y las causas están en la gran migración de mexicanos hacia el país del norte, originada en factores económicos, demográficos y tecnológicos, y en la concentración de mexicanos en zonas norteamericanas  que antes fueron mexicanas. Friedman consideró que las causas del conflicto madurarían alrededor de 2060 y harían crisis alrededor del año 2080.

Pareciera como si Trump hubiera leído a Friedman -cosa improbable- y hubiera decidido adelantarse medio siglo para sorprender a México en las peores condiciones posibes. Como quiera, lo realmente importante no es Trump sino las razones por las cuales el trumpismo se ha convertido en una fuerza antimexicana y que puede sobrevivir a Trump.
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Tomado de PROCESO 2098

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jueves, 28 de septiembre de 2017

¿Con Qué Derecho?

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¿CON QUÉ DERECHO?

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Lorenzo Meyer
10 Ago. 2017

Con la desaparición de Rius se fue un gran analista de la realidad mexicana.


Los archivos históricos norteamericanos son estupendos, pero el poder acceder a la transcripción completa de una conversación telefónica confidencial que se llevó a cabo hace apenas seis meses entre el presidente de México, Enrique Peña Nieto (EPN), y el de Estados Unidos, Donald Trump, es una maravilla. Y es que esa conversación que tuvo lugar el 27 de enero pasado se centró en temas cruciales y dio por resultado una verdadera radiografía del estado que guarda la relación entre la gran potencia y su vecino del sur (la transcripción puede verse en: The Washington Post, 3/8/17).

Los ciudadanos de a pie debemos estar agradecidos con quienes, por conflictos interburocráticos, están filtrando documentos confidenciales de la Casa Blanca de Trump. En la medida que información política es poder, hacer del dominio público algunos de los "altos asuntos" que los gobernantes tienden a ocultar o tergiversar, aumenta la capacidad ciudadana para juzgar y pedir cuentas a sus gobiernos.

Los tres temas sobresalientes en dicha conversación de hace seis meses fueron los seleccionados por el norteamericano durante su campaña presidencial para caracterizar la problemática relación de su país con México. El tratarlos por teléfono, y no en un encuentro cara a cara, se debió a que EPN canceló una visita ya programada a Washington. El norteamericano, por cierto, no se abstuvo de subrayar su satisfacción por que la visita del vecino no se hubiera materializado, pues dijo que realmente no le apetecía negociar personalmente la agenda con México, aunque aceptó que Luis (Videgaray) la negociara con su yerno, Jared (Kushner). Él, dijo, prefería platicar con Vladimir Putin, el líder de Rusia.

La tercia de asuntos espinosos que se trataron telefónicamente fueron: 

  1. La amenaza de imponer aranceles a las exportaciones mexicanas a Estados Unidos -lo de mexicanas es relativo, pues en buena parte son transacciones dentro de la red de empresas globales norteamericanas, es decir, de productos que previamente han incorporado insumos importados-;
  2. La exigencia de Trump a EPN de no mencionar más en público la negativa mexicana a pagar el muro que Estados Unidos se propone construir a lo largo de su frontera sur; 
  3. Que el Ejército norteamericano podría "ayudar" directamente a EPN a eliminar a esos "tipos duros" ("tough hombres") que introducen drogas a Estados Unidos al punto de haber convertido ya a New Hampshire en un "fumadero de opio infestado de drogas", y a los que el gobierno de EPN no había sido capaz de neutralizar porque "quizá el Ejército mexicano les tenía miedo".

Englobando a esos tres temas explícitos en la conversación Trump-EPN, está uno de mucho mayor alcance y que el gobierno mexicano no ha querido poner sobre la mesa de la discusión: 

¿Con qué base legal o moral, Washington se atreve a exigir a un país soberano como el nuestro que pague por un muro que unilateralmente el trumpismo decidió construir en su territorio para demostrar a sus bases políticas -donde el sentimiento racista y xenófobo está presente- que México, aunque se encuentra en el norte de América, no pertenece a la América del Norte y que, además, debe pagar por ello? 

¿Se puede siquiera imaginar a México levantando un muro en la frontera sur y exigiéndole a Guatemala que lo pague? 

Si nuestro país llevara su desacuerdo con Washington a los foros internacionales, ¿qué organización se atrevería a apoyar la posición de Trump y sentar tamaño precedente?

Los romanos detestaban y temían a los salvajes escoceses -bad hombres-, pero los 117 km de la muralla de Adriano y sus fuertes, que dividieron en dos a lo que hoy es Inglaterra, los construyeron, manejaron y sufragaron los romanos (122-132 A. D.) para impedir que los "pictos" del norte interfirieran con la "civilizada" Britania romana del sur. 

¿Trump pretende sacar a sus vecinos mexicanos lo que el emperador Adriano no se atrevió con los suyos?

De los tres temas explícitos abordados por EPN y Trump, al que más teme la élite mexicana es a la amenaza de Washington de usar los poderes presidenciales y gravar con impuestos del 10% al 35% a las importaciones provenientes de México para disminuir el déficit bilateral que alcanza ya los 60 mil millones de dólares. 

Sin embargo, los que más dañan a la frágil soberanía mexicana son los otros: la exigencia de sufragar el muro -demandada por los votantes de Trump- y la amenaza de intentar una supuesta solución al problema del narcotráfico usando al Ejército norteamericano.

Los impuestos sí que los puede decretar Trump, aunque en el proceso afectaría a muchas empresas norteamericanas que usan a nuestro país para exportar al suyo. 

Las otras dos demandas y amenazas son inviables -el pago del muro y la acción militar directa- pero ya han servido para afianzar la popularidad de Trump entre los suyos a costa de la humillación del gobierno mexicano y, lo realmente lamentable e inexcusable, de México como país.

Es difícil que el actual gobierno tenga los elementos y arrestos para responder como se merece el reto que le ha lanzado el nuevo Adriano -lo más que logró EPN de Trump fue el compromiso de ya no hablar del pago del muro en público, cosa que Trump incumplió en Hamburgo.

El gobierno que viene debería elaborar una mejor defensa e involucrar en ella a la sociedad mexicana en su conjunto.
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Estado Fallido

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FALLIDO, ¿EL ESTADO O LA SOCIEDAD?

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Lorenzo Meyer
03 Ago. 2017

México, como sociedad nacional, atraviesa por una etapa angustiosa de violencia e inseguridad, pero también de corrupción e ineficacia institucional, debilidad de su economía, fragilidad de sus defensas frente a un entorno internacional adverso y, sobre todo, de acumulación de los efectos negativos de su histórica y creciente desigualdad social.

En México no sólo falla el Estado -en la medida en que existe- también la sociedad. 

Entre ambas arenas se ha creado un ciclo de retroalimentación y una incógnita: ¿dónde y cómo se puede romper el círculo vicioso?

En Baja California Sur, el Presidente aseguró: "son muchas las cosas buenas que pasan en nuestro país y que están pasando, y que están ocurriendo no sólo porque es decisión del presidente de la República, es parte de la responsabilidad que cada individuo, que cada ciudadano y que cada mexicano está asumiendo frente a los retos que nos toca vivir" (25/07/17). 

Sin embargo, justo al día siguiente, se informó que la Fiscalía de Tabasco había encontrado que, como rito de iniciación, a dos adolescentes que ingresaban a la vida criminal se les pidió comer la carne de una de sus víctimas (El País, 26/7/17). 

Si, como dice el Presidente, aquí pasan algunas cosas buenas, también pasan otras que nunca debieron suceder, que en parte son responsabilidad de cada individuo, pero también de la sociedad y, sobre todo, de quienes tienen y ejercen el poder político, económico, religioso y cultural.

En México podrían ocurrir más "cosas buenas" si el entorno fuera propicio, como el que un joven mexicano ganó un concurso internacional de matemáticas en China y otro fue seleccionado en un certamen de piano en Kazajistán. 

Sin embargo, también ocurren y con más frecuencia, cosas que nunca deberían haber sucedido, como es el caso de ese par de sicarios de 16 y 17 años que no sólo son ya asesinos graduados, sino que descendieron al extremo de la barbarie vía su reclutamiento en las filas del crimen organizado. 

Ninguna sociedad que se precie de poseer un mínimo de justicia y de solidaridad puede soportar la rutinización de la barbarie sin que se vea afectada de sus cimientos a su cúspide.

El evento de canibalismo tiene como marco el repunte de los homicidios en todo el país. 

Como lo señalara Santiago Roel, el aumento de este delito coincidió con la "Iniciativa Mérida" (2008), plan alentado por Estados Unidos para profundizar la "guerra contra el narco" en el México de Felipe Calderón (Aristegui Noticias, 30/07/17). 

Ese índice de violencia criminal bajó en 2012 pero en 2015 volvió a repuntar y el año pasado alcanzó, según el INEGI, la cifra de 23,953 y los datos para el primer semestre de 2017 auguran una situación peor.

El actual gobierno se jacta de haber creado en cuatro años y medio casi 3 millones de empleos, pero su propio secretario de Trabajo aclaró que, de esos, sólo 400 eran nuevos en un país que debe generar 800 mil al año (Proceso, 30/7/17) y su calidad deja mucho que desear. 

Si la economía creciera, la pobreza no estaría afectando al 46.2% de la población (cifras del Coneval). 

Y, para colmo, está el viejo problema de la desigualdad. Las cifras de Oxfam son contundentes: en México el 1% de la población se apropia del 43% de la riqueza del país (https://act.oxfam.org/mexico) 

Y el 10% más pobre sobrevive con el 1.2% (Este País, [7/17], p. 22). 

Hoy, a la crueldad de la desigualdad social se le añade la brutalidad del crimen organizado.

Una característica de toda sociedad nacional contemporánea exitosa es un alto grado de solidaridad interna que se expresa en la disminución de las distancias que separan a sus clases sociales y regiones. 

Esa disminución de la desigualdad es, a la vez, causa y efecto de un funcionamiento aceptable de sus instituciones públicas -legales, educativas, de salud, seguridad y el resto-. 

Los casos ejemplares son los países escandinavos.

México, históricamente, se formó como sociedad nacional sin sacudirse su condición de colonia de explotación, es decir, de una estructura social y política hecha para que los pocos explotaran a fondo a los muchos. 

Y esa característica se mantiene. La forma de vida de las clases altas, de ese 1% que se queda con el 43% de la riqueza, se exhibe sin recato en las más de 80 fotografías de Daniela Rossell, en Ricas y famosas (Océano, 2002), donde se desborda la impudicia de un puñado de jóvenes ricas mexicanas y sus familias. 

Para igual propósito sirve hojear revistas como Club, donde se nos muestra que, por ejemplo, los "lunamieleros" (honeymooners) de esa clase acomodada tienen como destinos favoritos Bali, Grecia, Abu Dabi y Kenia o que otros de sus miembros pueden, sin problema, pasar unas vacaciones de verano "atípicas" en Alaska, ascendiendo la Denaldi, la montaña más alta de Norteamérica (28/7/17).

En fin, ¿que "solidaridad nacional" real puede haber entre los 33 millones de mexicanos que hoy ganan de uno a tres salarios mínimos y las familias de esas jóvenes, rodeadas de sirvientes y espléndidamente fotografiadas en sus mansiones por Daniela Rossell? 

Ninguna. A su brutal manera, la cultura del narco busca cruzar el golfo que separa a su México del otro, del concentrador de riqueza, pero en ese proceso se hunde el futuro de México como proyecto nacional.
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miércoles, 27 de septiembre de 2017

Intervención en Venezuela

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¿¡INTERVENIR VENEZUELA?!


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Lorenzo Meyer
17 Ago. 2017

La "solución militar" para los problemas de Venezuela, insinuada por el presidente norteamericano Donald Trump el 11 de agosto en la puerta de su club de golf en Nueva Jersey, no sólo no sería solución sino todo lo contrario. América Latina debe hacer muy evidente su rechazo a la absurda amenaza del muy peculiar mandatario del país del norte.

En política casi ningún tema o problema es sencillo de analizar y menos de solucionar. Con frecuencia el proceso político la incesante lucha por el poder es un campo sembrado de verdades imprecisas y contradictorias. 

En el caso de Venezuela se tiene, por un lado, a la revolución encabezada por el comandante Hugo Chávez. Este movimiento tuvo una clara razón de ser: el fracaso del sistema político de los 1990, centrado en dos partidos: Acción Democrática y COPEI. Ambos partidos, ligados a las élites económicas, llevaron a que una sociedad rica en petróleo, pero con la mitad de la población clasificada como pobre, apoyara y eligiera como Presidente en 1998 a un militar rebelde, de origen obrero y que propuso redistribuir el ingreso, disminuir el poder de la élite, atacar una corrupción flagrante y resistir a Estados Unidos, sobre todo tras el apoyo de Washington en 2002 a un golpe fallido en su contra. Chávez fue reelecto y según cifras del Banco Mundial, para cuando el comandante murió (2013), la población venezolana en pobreza había pasado de ser el 49.4% en 1999 a 32%.

La otra verdad, la que da forma a la contradicción, es que el sucesor de Chávez no puede reclamar legitimidad mediante la disolución de un Congreso electo por sufragio universal pero dominado por la oposición. No hay nada democrático en proceder a la elección de una asamblea constituyente bajo reglas que aseguran el dominio de un solo partido el Partido Socialista Unido de Venezuela y que no refleja la pluralidad política de una sociedad profundamente dividida, como ya lo ha estado otras veces desde el siglo XIX.

La "maldición del petróleo" la mala administración de ese recurso natural y estratégico la conocemos muy bien los mexicanos y hoy está castigando a Venezuela de manera salvaje: una economía que pasó de crecer al 5.6% en 2012 a decrecer en 12% en 2016. Sin embargo, una intervención militar "a la norteamericana" y en la época de Trump, difícilmente sería la solución de una situación que, por ahora, no pareciera ser factible de un arreglo aceptable para las partes en pugna si antes no se llega a un compromiso que, sin ser satisfactorio para ninguno de los involucrados, tampoco implique la derrota definitiva de ninguno de los participantes.

Desde mediados de 1810 los Estados Unidos se empezaron a preocupar por lo que pasaba al sur de su frontera, pero fue por razones de seguridad: los ingleses, entonces aliados de los españoles, podían intentar obtener Florida. Luego Estados Unidos tomó por la fuerza el norte de México para redondear su geografía pero con el mínimo posible de mexicanos. A partir de entonces Washington buscó en la región influencia económica y política, no territorio. Esa influencia la ganó vía inversiones y con la amenaza o el franco uso de la fuerza. Entre 1890 y 2009, Marc Becker enlista más de medio centenar de acciones de las fuerzas armadas norteamericanas y de la CIA en nuestra región, y que fueron desde una mera demostración de fuerza hasta varios años de ocupación, como en Cuba, Haití, Nicaragua o República Dominicana, pasando por las acciones encubiertas (www.yachana.org/teaching/resources/interventions.html).

Lars Schoultz, en su historia de las relaciones entre América Latina y Estados Unidos (Beneath the United States, Harvard U. Press, 1998), concluye que esa relación se inició y sigue encuadrada por el espíritu inicial de John Quincy Adams, quien, en 1820 y como secretario de Estado, aseguró: "Entre el norte y el sur de América no hay ninguna comunidad de intereses o principios". Y justamente por la "ausencia" de esos "principios", los dirigentes políticos norteamericanos y muchos de sus conciudadanos han tratado a los latinoamericanos como inferiores (Schoultz, pp. 367-386). Conviene preguntarse si la idea de Adams, de la inexistencia de "comunidad de intereses" entre la América del norte y del sur, no ha revivido con Trump, su rechazo al TLC y su gusto por el muro fronterizo.

Hasta ahora, la Cancillería mexicana en manos de Luis Videgaray había seguido, puntualmente, la línea trazada por Trump en su enfrentamiento con el gobierno de Venezuela. 

Es de esperar que en su afán de complacer a la actual administración en Washington y con la esperanza de arrancarle algunas concesiones durante la renegociación del TLC, Videgaray ya no rompa con las políticas que tanto defendieron los gobiernos de la revolución y la postrevolución e insista en la oposición mexicana al uso unilateral de la fuerza de Estados Unidos en América Latina.

Tras la amenaza de Trump y en una visita a la Argentina, el vicepresidente norteamericano, Mike Pence, aseguró que su país presionaría a Venezuela "hasta que regrese [a] la democracia". En este contexto, es válido preguntarse: ¿Hay razones para suponer que las docenas de intervenciones directas e indirectas de Estados Unidos en nuestra región han servido para promover la democracia? ¿Puerto Rico? Los ejemplos que permiten suponer lo contrario abundan.
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