viernes, 24 de julio de 2009

Informe sobre la Gota

Paul de Kruif

Llega a cientos de miles el número de personas que padecen de gota, dolorosísima enfermedad causada por depósitos en las articulaciones.
El hecho de que tantos enfermos continúen sufriendo intensamente a causa de esta afección es cosa curiosa, pues ahora es fácil diferenciarla de las demás formas de artritis mediante una prueba química infalible, existe un tratamiento efectivo para combatir sus terribles ataques agudos, y hay tambien un poderoso medicamente que modera sus manifestacions crónicas.
Probablemente la razón es que muchas personas no se dan cuenta de que tienen gota.
Muchos médicos la consideran como enfermedad rara.
Pero Philp Hench, profesional laureado con el Premi Nobel, estima que entre cada 20 atríticos que llegan a la clínica Mayo hay uno que la padece.
Es muy posible que la creencia de que la gota es rara se funde en una vieja tradición médica.
Existe la antigua teoría de que los gotosos son personas ricas que se exceden en la mesa y tienen predilección por el vino.
Pero los gotólogos expertos observan que los pobre y los abstemios padecen de la enfermedad con igual frecuencia.
Es verdad que el exceso en la comida y la bebida pueden provocar ataques de la dolencia en los individuos predispuestos a ella, pero también los provocan las infecciones agudas, las operaciones quirúrgicas, los trastornos emocionales y las inclemencias del tiempo.
El verdadero culpable, el causante de la gota, se oculta en los genes.
En algunas familias la gota es hereditaria; y, sin que se sepa por qué, la vasta mayoría de sus víctimas son varones.
Una característica extraña de esta enigmática dolencia es que a menudo ataca a hombres especialmente brillante. Lutero, Calvino, Newton, Bacon, Goethe y Darwin son unos cuantos ejemplos de los miles de hombres famosos que periódicamente han sufrido sus torturas.
Un célebre médico inglés del siglo XVII, Thomas Sydenham, que fue víctima de la enfermedad, describe así vívidamente un ataque:
El paciente se acuesta en aparente buen estado de salud.
A medianoche lo despierta un dolor terrible, frecuentemente, aunque no siempre, en el dedo gordo del pie.
La agonía crece en intensidad hasta el grado de baldar completamente al enfermo.
La piel de la articulacioon se enrojece y aparece tensa y brillante.
Por lo general el ataque va acompañado de escalofríos, fiebre y aceleramiento de los latidos del corzón. Después de algunos días los síntomas desaparecen o se vuelven sordamente crónicos, y los periódicos agudos pueden ocurrir quizá una o dos veces al año.
Hace muchos años se vislumbró un rayo de esperanza al descubrirse que la tendencia al padecimiento de esta enfermedad iba casi invariablemente acompañada de un defecto en los procesos químicos del organismo de la víctima, manifestado por una proporción anormalmente elevado de ácido rico en el suero de la sangre.
El cuerpo del gotoso produce ácido úrico con exceso.
Pero se pregunta uno: ¿si los síntomas de un ataque agudo de artritis gotosa son tan carracterísticos, si se dispone de la prueba del ácido rico para su confirmación, por qué sigue siendo tan difícil para los médicos descubrir la enfermedad?
En la década 1930-1940 se tuvo en observación un grupo de artríticos y se comprobó que trscurría un promedio de 8.8 años entre la aparición de los primeros síntomas y el diagnóstico clínico de la gota.
"Y la experiencia actual no indica ningún adelanto", observa un notable gotólogo.
Una de las razones por las que no se puede diagnosticar con rapidez la enfermedad, posiblemente sea la persistente creencia de que el signo distintivo de la gota es el tofo.
Este es el término médico con que se designa a los tumores deformatorios que aparecen a veces sobre las articulaciones de los gotosos.
Estos tofos consisten principalmente en grandes depósitos de cristales de ácido úrico que fabrica en exceso el organismo. Frecuentmente se descarta la gota si el enfemo no presenta tofos; pero, en realidad, estos tienden a aparecer en un período avanzado de la dolencia, después de que el paciente ha sufrido durante años ataques agudos que han sido confundidos con alguna otra forma de artritis.
Para los ataques agudos de gota existe un remedio específico: la colquicina, principio activo que se obtiene del cólquico, planta liliácea cuyos bulbos y semillas se han venido usando durante miles de años, y desde mucho antes de que existiera la ciencia médica, para tratar esos ataques.
Lo notable de la colquicina es que es absolutamente inactiva contra toda enfermedad, excepto la gota; pero, administrada debidamente durante un ataque agudo de esta, casi invariablemente hace desaparecer el dolor.
Entre las numerosas medicinas eficaces que se usan ahora, opinan los médicos, la colquicina es aún el remedio casero más efectivo.
Los facultativos aconsejan a sus pacientes que nunca dejen de llevar consigo sus tablets de coquicina, ya sea que se encuentren en casa, en la oficina, o de viaje, pues nadie puede predecir el momento en que la gota va a atacar.
El efecto de la colquicina sobre el dolor de esta enfermedad es tal, que si se usara como prueba de dignóstico contra la artritis, seguramente se descubrirían muchos más casos de gota.
Con todo, este remedio tiene una limitación.
Combate la gota aguda, pero quizá no evite la repetición. Una vez pasado el primer ataque agudo, lo más probable es que trascurra un intervalo de meses, o aun de años, libre de molestias.
A esto se llama período "inter-críticos", y hasta hace poco no existía ninguna medicina que impidiera el retorno de la enfermedad.
Hace dos lustros se descubrió un nuevo proucto químico llamado benemida.
Tomado con regularidaad en dosis apropiadas y junto con la colquicina, previene el retorno de los ataques agudos.
Esta bendición para el gotoso tuvo un origen que podemos llamar accidental.
Los químicos de la casa Sharp & Dohme habían sintetizado el producto sin pensar en la gota.
Su virtud era la de mantener la penicilina durante mayor tiempo en el cuerpo del enfermo, prologando con ello su acción.
Luego se descubrió que, en dosis pequeñas e inofensivas, la benemida reducía el exceso de ácido úrico en el suero sanguíneo.
Con esto vieron los médicos que en la benemida tenían un preparado cuyos efectos en la gota eran comparables a los de la insulina en la diabetes.
Hoy dan a sus pacientes la vieja colquicina para combatir los ataques agudos y la moderna benemida para evitar la elevación del ácido úrico.
Los dos medicamentos se administran a la vez, y durante toda la vida, tal como la insulina para la diabetes.
Existe cierta diferencia de tiempo entre la acción de la colquicina y la de la benemida.
La primera hace desaparecer los ataques agudos de gota en el curso de unas horas o en unos pocos días, mientras que la segunda reduce la elevada proporción de ácido úrico más lentamente.
Sin embargo, el Dr. Talbott manifiesta que varios de us pacientes no han perdido ni un solo día de trabajo durante los nueve años que han estado sometidos al doble régimen; y que la mayoría, a pesar de la severidad de su dolencia, han perdido muy poco tiempo debido a incapacidad ocasionada por artritis gotosa aguda.
El uso adecuado de estas dos medicinas gemelas está acabando con las viejas prohibiciones dietéticas.
En realidad, solamente persiste una, evitar los alimentos ricos en purinas, compuestos de carbono, nitrógeno e hidrógeno que existen en agundancia en algunos de ellos, tales como el hígado y los riñones.
Y una de las mayores cualidades de la benemida es que diluye los cristales de ácido úrico de los tofos en los casos de gota crónica y avanzada, reduciendo estas deformidades para cuya corrección el único recurso era antes el bisturí del cirujano.
El Dr. Walter Bauer, de la Universidad de Harvard, distinguido especialista en artritis, ha publicado recientemente, junto con su colobarador Dr. Evan Calkins, un estudio en que se resumen así los últimos adelantos alcanzados en la lucha contra la vieja enfermedad:
"El tratamiento de la artritis gotosa aguda ha progresado tanto que ya solo pocos, y tal vez ninguno, de los pacientes tienen por qué sufrir las severas manifestaciones de un ataque agudo...
Hay razón para abrigar la esperanza de que muchas o posiblemenete todas las manifestaciones crónicas de la enfermedad podrían también prevenirse".
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