martes, 11 de marzo de 2008

Iturbide

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La independencia se justificó y se hizo necesaria para salvar a la religión católica.
Agustín de Iturbide
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El mes de mayo de 1820 tuvo lugar una reunión de suma importancia en el templo de La Profesa.
Era evidente que para el alto clero colonial, integrado fundamentalmente por españoles, resultaba inadmisible la aplicación de la Constitución de Cádiz por atentar en contra de sus intereses y privilegios. El alto clero ya no tenía escrúpulos. Se tenían que cortar las cuerdas que les unían a España, antes de que se hundieran juntos.
Se trataba de decidir quien sería el brazo armado para aplastar a Guerrero en la sierra del sur, y una vez recuperada la paz podría declararse la libertad.
¿Quién iba a ser el hombre que los indendizaría de España y se comprometiera a respertar los intereses clericales de la Colonia en nombre de Dios?
Se barajaron varios nombres y diversas posibilidades, hasta que el canónigo Monteagudo puso sobre la mesa el nombre del candidato para ser ungido jefe de la Independencia: ¡don Agustín de Iturbide!
El nombre produjo el mismo efecto que el estallido de una bomba.
-Iturbide ha sido acusado de cometer un fraude en contra del ejército. Ese hombre es un corrupto imposible depositar en él nuestra confianza -señaló el obispo Ruiz Cabañas-. Además, Iturbide fue acusado de fusilamientos innecesarios y de saqueos salvajes en las poblaciones tomadas por él.
Antes de que Monteagudo pudiera contestar, el obispo Juan Ruiz Pérez recordó que el propio Iturbide había sido, en un principio, insurgente, y después, por conveniencia, había adoptado el papel de consumado realista y que, por si fuera poco, la gente hablaba de que se acostaba con la famosa Güera Rodríguez lo cual sería un pecado casi venial, si no fuera porque además el coronel Iturbide estaba casado con doña Ana María de Huarte, con quien había procreado varios hijos.
El alto prelado de Oaxaca sabía que tan sólo pronunciar el nombre de la Güera Rodríguez resultaba un atentado en el seno de esa reuníon secreta.

1. ¿Por qué?

La bellísima mujer había compartido el lecho con varios de los ministros religiosos ahí presentes.
De cualquier manera, Ruiz Pérez concluyó su intervención alegando que si Iturbide no había sido fiel a la causa de la Corona ni fiel a su mujer ni, tampoco, fiel a sí mismo desde que había dispuesto de haberes ajenos a su peculio y había saqueado y fusilado tan injusta como cruel e innecesariamente, por supuesto carecía de imagen necesaria para abrazar una empresa faraónica.
Monteagudo interceptó los golpes en contra de su candidato.
-¿Quién derrotó finalmente a Morelos en el sitio de Valladolid, señores? -preguntó con una voz que retumbó en el atrio del templo-
No nos paremos en comentarios infundados- advirtió-. Iturbide, de acuerdo con Calleja, aplastó al bribón de Morelos, ese mal bicho que se atrevió a atentar contra de la institución católica a la que debía lealtad y nobleza. Además, hermano Pérez Cabañas, ¿quién puede guardar las formas en una guerra y evitar los fusilamientos y el salvajismo? Si hay que matar, matemos, pero cuidemos nuestra iglesia, protejámosla con todo cuanto tengamos a nuestro alcance.
-Como estoy convencido de que Iturbide no robo y si lo hizo debe ser perdonado, porque quien este libre de pecado que aviente la primera piedra, y por otro lado, dudo que haya engañado a su esposa, esas son intrigas armadas por sus enemigos, por esa razón y otras tantas más, una vez demostrada su capacidad militar y la lealtad que yo garantizo al virrey y a la causa, me permito solicitaros vuestra beneplácito de modo que Agustín de Iturbide sea colocado al frente de un ejército que acabe finalmente con Guerrero. Yo obtendré la aquiescencia del virrey, y sabré convencerlo de la importancia de elevar a Iturbide a la altura de esta misión histórica, como sin duda lo es la independencia de México. No en balde es un criollo amantísimo de la religión católica y deboto de Dios. ¿Quién mejor que Iturbide para presidir un gobierno que represente la continuación del virreinal? ¿Vamos a consentir que los criollos o los mestizos o los mismos indigenas, que no pueden juntar ambas manos para producir un aplauso, vengan a dirigir este país?
Uno a uno los presentes levantaron su mano y concedieron un voto de confianza a Matías Monteagudo.

2. ¿Cómo romper las cadenas que ataban a la Metrópoli sin aparentar una guerra?
¿Podría lograrse la independencia acordada en los términos de La Profesa sin acabar previamente con Guerrero?

Sería necesario el organizar un ejército para combatir a Guerrero en la sierra del sur.
No se trataba de una guerra como la librada por los insurgentes, encabezados por Hidalgo y Morelos en contra del ejército realista.
El virrey Apodaca en el fondo apoyaba el movimiento y no se lanzaría en contra de Iturbide para atraparlo, encarcelarlo, juzgarlo, fusilarlo y decapitarlo como había acontecido en contra de aquellos primero curas insurrectos, amantes de la libertad. Apodaca se haría de la vista gorda. Pondría a Iturbide fuera de la ley para cubrir las apariencias. En lugar de ejecutarlo por romper con la Madre Patria, le esperaba la jefatura de la nueva nación.

3. ¿Por qué no se pasaría por las armas a los traidores si estos, los nuevos insurgentes, podían ser ya calificados de
traidores?

Por la conveniencia de la iglesia católica. Para todo efecto, la única realidad es que finalmente la Nueva España quedaría emancipada de España y la iglesia conservaría su patrimonio y sus privilegios.
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Sólo cuando Iturbide fue derrotado por las tropas insurgentes encabezadas por Guerrero y sus subalternos, en irrelevantes encuentros armados sin mayor trascendencia militar, como el de Tlataya y el del Espinazo del Diablo, Iturbide decidió cambiar la estrategia militar por la diplomática. Sustituyó el campo de batalla, en el que había fracasado, por la mesa de negociaciones para concluir las hostilidades.
No tenía razón continuar con la violencia y la guerra si ambos, Guerrero e Iturbide, deseaban la independencia de la Nueva España aun cuando fuera por diversas razones.
Iturbide se acercó a Guerrero, a Bravo y a Guadalupe Victoria, a través de sus cabilderos. Ya no recurriría a las armas para imponer, sino a la diplomacia. No tenía caso que continuaran las hostilidades. Pues ambas partes querían lo mismo: la independencia de México. ¡Claro que por diferentes razones!
Iturbide se acercó con el tacto de un consumado diplomático. Se trataba de una unión sin fracturas. Un espacio para todos con respeto y sin derramamientos de sangre ni divisiones. Extendió garantías hasta convencer al líder de la causa insurgente. Éste escuchó las propuestas. Las meditóa. Mientras tanto Iturbide sugería, como un primer punto de los acuerdos a firmar en un futuro, que la religión de la Nueva España católica es y sería la católica, apostólica y romana. Se abstuvo, claro está, de mencionar que era la condición de condiciones impuesta por el grupo de La Profesa. Guerrero lo aceptó. Se crearía un ejército mexicano. Se impondría la existencia de un Congreso. Existirían vínculos, de ninguna manera de sometimiento a España. Continuaría el mismo aparato burocrático. Subsistirían, eso sí, idénticos los privilegios eclesiásticos. Por supuesto que se mantendría el pleno fuero al clero y a los militares. Tema inobjetable. Prohibido. Le bastaba a Iturbide imaginar la cara de Monteagudo si no lograba ese acuerdo para ser destituido en términos fulminantes. Adiós futuro. Adiós carrera política. Se establecería el acceso al trabajo personal por méritos y no por el pago de un precio con el que se adquiría el cargo en el gobierno. Una injusticia social. Se protegería la propiedad privada. Se promovería la igualdad entre europeos, criollos, indios y negros.
Iturbide no se detiene en promesas: Jura la absoluta independencia de España por razones que jamás le confesará a Guerrero. Propone la adopción de una monarquía moderada de acuerdo a una Constitución Imperial Mexicana que se promulgará en el futuro, "una constitución análoga al país", en la que se rechazara la de Cádiz en lo que no fuera "peculiar y adaptable al Reyno". Invitará a Fernando VII o alguien de su dinastía para gobernar al nuevo país.
Una alianza entre los insurgentes y las tropas realistas. Las palabras habían producido mejores resultados que las balas. La magia de la diplomacia y la fatiga del ejército rebelde después de tantos años de ejercitar la guerra de guerrillas en lo más abrupto de la sierra del sur hacían el milagro final.
Las instrucciones de Monteagudo se ejecutarón a la perfección.
¿Por qué someterse a la Constitución de Cádiz cuando aquí se podían promulgar una Carta Magna hecha a nuestra imagen y semejanza?
No hay que olvidar que Hidalgo había sido fusilado y descuartizado por haber demandado la independencia de España al grito de ¡Viva Fernando VII y mueran los malos gobiernos!, y que ahora el propio Iturbide proclamaba lo mismo de acuerdo al Plan de La Profesa urdido por el alto clero y a cambio no sería colocado de espaldas al pelotón de fusilamientos, de rodillas y con la casaca al revés a la hora de ser pasado por las armas, sino que le esperaban un trono, un cetro y una corona que muy pronto perdería, junto con la cabeza, pero por razones muy diversas.
Guerrero, ya convencido de la nobleza del plan para conquistar finalmente la independencia y la libertad de México, presentó, ante una tropa insurgente exhausta, al promotor más genuino e intachable del movimiento independentista:
"¡Soldados! Este mexicano que tenéis presente es el señor don Agustín de Iturbide, cuya espada ha sido por nueve años funesta a la causa que defendemos. Hoy jura defender los intereses nacionales; y yo que os he conducido en los combates, y de quien no podéis dudar que moriré sosteniendo la independencia, soy el primero que reconoce al señor Iturbide como el Primer Jefe de los Ejercitos Nacionales: Yo felicito a mi patria porque recobra en este día un hijo cuyo valor y conocimientos le han sido tan funestos. ¡Viva la indepencia! ¡Viva la libertad!"
Al terminar de pronunciar esas palabras ambos líderes sellaron el histórico pacto con el abrazo de Acatempan mientras las tropas insurgentes y las realistas arrojaban al piso los mosquetes y las espadas, las carabinas y las lanzas. Se hicieron, acto seguido, varios disparos al aire. El interminable eco producido por el rugido de los cañones para conmemorar el evento contagió a todas las iglesias, parroquias y Catedrales del país. Las campanas, echadas a vuelo, respondían a la gran celebración y comunicaban con su lenguaje elocuente las buenas nuevas a la nación.
"Alabado sea el Señor", repetía arrodillado el canónigo Monteagudo mientras organizaba una misa de gracias, un Te Deum en la Catedral metropolitana para festejar la conquista de la soberanía mexicana, el rompimiento de los vínculos de dependencia con la España demoniáca. México finalmente sería libre después de trescientos años de colonialismo. La explotación llegaba a su fin. El futuro era la gran promesa. Viva la libertad. Bienvenida la emancipación política. La madurez se había impuesto finalmente. El nuevo país ya contaba con la debida capacidad para conducir su propio destino. El pueblo glorioso, harto de tanto bandidaje y sometimiento, había dispuesto el ritmo y el rumbo del cambio.

4. ¿Quiénes celebraban la independencia más que nadie?

El ejército, los comerciantes, el clero, la nobleza criolla y la peninsular festejaron escandalosamente la suscripción del Plan de Iguala el 13 de febrero de 1821. Ahí se hizo constar finalmente la independencia y se estableció la exclusividad de la religión católica "sin tolerancia de otra alguna"
Los espacios de todos los involucrados serían respetados en este propisorio esquema de unión.
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Se sumarón una guarnición a la otra a lo largo y ancho del país se adhieren al movimiento villorrios, pueblos y ciudades.
El país se fue cubriendo con los colores de la futura bandera llena de simbolismos: el verde significa la independencia, el blanco, la pureza de la religión y el rojo, la unión. Iturbide encarga la confección del nuevo lábaro patrio a José Magdaleno Ocampo, un sastre de Iguala.
Ya sólo faltaba suscribier los Tratados de Córdoba el 21 de septiembre de 1821 y presenciar el desfile del Ejército Trigarante por las calles de la Ciudad de México el día 27 de ese mismo mes, un ejército integrado fundamentalmente por soldados realistas. Los insurgentes asistieron, es obvio, su número era insignificante. Desfilaban y gritaban vivas por la libertad los mismos que estaban obligados a impedir con las armas el éxito de la independencia.
México fetejaría cada año, a partir de ese día, el 27 de septiembre de 1821, y para siempre la gran fiesta de su independencia.

5. Y, ¿qué fue de la Güera rodríguez?

-La Güera Rodríguez, siempre presente, logró que la fastuosa marcha militar que deslumbraba a la ciudadanía de la capital se desviara hasta pasar frente a su propia casa de acuerdo a una petición hecha a su amado. Iturbide, vestido con el ostentoso atuendo de jefe del Ejército Trigarante, tendría que apearse de su brioso corcel blanco, penetrar por su
jardín, cortar una rosa blanca de las que se dan al final del verano, subir por la escalera de la residencia hasta llegar a su balcón y, después de ponerse de rodillas ante aquella auténtica aparición encarnada en mujer y sin considerar la presencia de un público estupefacto, entregarle la flor y una pluma de su sombrero besándole la mano al saludarla y al despedirse.

6. ¿Y Ana María de Huerte, su esposa?

Ella estaba enclaustrada en un convento, presa por haber sido encontrada una carta redactda por la propia Güera en la que se descubría, supuestamente, una relación de infidelidad imperdonable para el Santo Tribunal de la Inquisición.
Todavía Monteagudo tuvo que lidiar con la Güera Rodíguez, que quería ser emperatriz a como diera lugar.
Iturbide tendría que obtener el divorcio para poder contraer nupcias. El vínculo indisoluble, jurado ante Dios, sólo podía romperlo el alto clero.
Ella tenía sobrados recursos y encantos para lograrlo… Ya pensaba en el joyero que manufacturaría su corona llena de esperaldas, diamantes y rubíes… Quiero un sastre francés y los brocados de Bélgica…
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Al día siguiente, cuando Apodaca ya había sido sustituido por don Juan O'Donojú, el nuevo virrey, quién sólo llegó a rubricar un hecho consumado, una Junta de 38 miembros, presidida por el propio Iturbida, proclama y firma el Acta de Independencia del Imperio Mexicano.
A modo de recompensa nombra también a Iturbide generalísimo con un sueldo de 120,000 pesos anuales, un millón de capital, veinte leguas cuadradas de terreno en Tejas y el tratamiento de Alteza Serenísima.
Dicha junta estaría compuesta por obispos y oidores, entre otros integrantes de los sectores más conservadores de la sociedad y que contaban con nombramientos expedidos por la corona española.

7. Sólo un necio o un ciego se negaría a ver la mano de la iglesia católica y, en particular, la de Matías Monteagudo, en
nuestra independencia.
Cierto, ahí estan las cartas, tan comprometedoras como secretas, redactadas y firmadas por Iturbide en las que declaraba que en realidad "las Cortes de Cádiz fueron reuniones de impíos que aspiraban a la destrucción de la religión y que no trataban más que de aniquilar el culto católico, comenzando por la presencia de sus ministros", y aseveraba que "la independecncia se justificó y se hizo necesaria para salvar la religión católica", o una referida al Ejército Trigarante, al cual no lo animaba otro deseo "que el de conservar pura la santa religión que profesamos", de la misma manera en que le confieza a Apodaca:"me mueve sólo el deseo de que se conserve pura y sin mezcla nuestra religión, o no ha de existir Iturbide".

8. Qué hubiera quedado de la independencia si Fernando VII y su corte de parásitos hubieran aceptado la invitación
contenida en el Plan de Iguala para venir a gobernar a la Nueva España ya "libre".

Apoyado por el ejército y la plebe Iturbide se proclamó emperador.
Se había encontrado con un México quebrado de punta a punta y, además, con una deuda de más de cuarenta millones de pesos heredada del gobierno virreinal.
Una catástrofe financiera. En 1810 los ingresos eran de casi siete millones de pesos y en 1821 la cifra se reducía a poco más de un millón, cuando los gastos eran de cuatro.
La popularidad del nuevo soberano empezó a declinar por tratar de rematar bienes expropiados a la Santa Inquisición desde 1813.
"O me prestan dinero, diría el emperador, un millón y medio de pesos para enfrentar los gastos propios de mi corte y de mi gobierno, o subastamos al mejor postor el patrimonio del Santo Oficio".
Ante esto el clero quedó molesto por sentir que se lastimaba severamente su prestigio cuando Iturbide intentaba expoliar a la plutocracia colonial, su antigua aliada.
Finalmente se desplomó el efimero imperio de Iturbide a la hora en que el Congreso se declaraba sede de la soberanía.
¿Cómo iba a tolerar Iturbide que el Congreso lo despojara del poder y le negara recursos para financiar al ejército?
Se había convertido en un déspota. Adios Plan de Iguala. Adiós Imperio.
En ese momento, Iturbide tenía que haber dejado el destino del país en manos del Poder Legislativo sin enfrentársele y menos, mucho menos, disolviéndolo, desconociéndolo, sólo para garantizarse un merecido lugar como traidor en la historia patria.
Fue derrocado, exiliado, declarado fuera de la ley y fusilado al intentar volver al país en 1824.
No se debe olvidar la existencia de un decreto que ordenaba su ejecución inmediata, se encontrara en territorio mexicano el ex emperador.
"Se declara traidor a D. Agustín de Iturbide, siempre que se presente bajo cualquier título en alguna parte del territorio mexicano. En este caso, queda declarado por el mismo hecho, enemigo del Estado y cualquiera puede darle muerte".
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