domingo, 11 de abril de 2010

Mea Culpa

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El Vaticano pide perdón por el antisemitismo
El "mea culpa" del jubileo puede ser para la Iglesia católica una lección de humildad
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Enrique Maza

Los obispos y los cardenales están dispuestos a inclinarse ante el lugar donde el filósofo copernicano Giordano Bruno fue quemado por la Santa Iglesia romana, en 1600, sobre el campo de Fiori, en Roma.
La rapidez con la que el cardenal Camillo Ruini, brazo derecho del Papa en la diócesis de Roma, respondió al llamado pontificio, muestra que Juan Pablo II está a punto de lograr que el año del jubileo se convierta en un viraje eclesiástico y no sea otra manifestación triunfalista.
El primer encuentro autocrítico será un congreso internacional sobre el antisemitismo, previsto para 1997.
Es una iniciativa sin precedente que obligará a la Iglesia a afrontar su larga tradición antisemita.
Así explica el periódico romano La Repubblica, citado por el parisino Courrier International.
La ayuda aportada por Pío XII, la elección de ruptura con el pasado de Juan XXIII y del Concilio Vaticano II, los gestos de humildad de Juan Pablo II, no pueden ocultar los silencios del Papa Pacelli, Pío XII, ni todas las
invectivas antisemitas, las persecuciones, las masacres de judíos cometidas por la Iglesia en nombre de la doctrina católica o perpetradas con la complicidad de la jerarquía eclesiástica.
El vergonzoso silencio del episcopado alemán cuando el régimen hitleriano puso fuego a las sinagogas, después de la tristemente célebre Noche de Cristal, pertenece a un pasado reciente. "Habrá un problema judío mientras haya judíos; la influencia ética y religiosa de los judíos sobre el pueblo polaco es negativa", dijo Hlond, el primado de Polonia, hace apenas 60 años.
Hoy, se invita a cada obispo a organizar este mea culpa en su propia diócesis.
Será la ocasión de reflexionar en todos estos crímenes: las brujas quemadas vivas en Alemania, los cátaros masacrados en Francia, los judíos perseguidos por los reyes católicos en España, los herejes asesinados en Italia. La empresa no será indolora.
Los que le encuentran justificaciones a la Iglesia son legión.
Defienden que la Inquisición ofrecía ciertas garantías a los acusados, lo que, en parte, es verdad, como también es verdad que algunos perecieron porque no veían las cosas de ese modo.
También imputan todos esos crímenes al espíritu de los
tiempos.
Naturalmente, los Estados también han cometido toda clase de horrores.
La diferencia es que el Estado laico no se siente ni infalible ni
depositario de una historia y de una doctrina infalibles.
El mea culpa que quiere Juan Pablo II representa un desafío a la práctica secular de la Iglesia, que siempre se ha considerado compuesta de pecadores, pero cuya autoridad, en los hechos, siempre se ha arrogado el derecho incontestable de decidir el bien y el mal.
La autocrítica del jubileo puede convertirse, para la jerarquía eclesiástica, en una lección de humildad y en una invitación al pluralismo en su seno.
Dejar de considerarse infalible es desmontar ese sistema imperial que, desde Gregorio VII hasta el absolutismo del Concilio de Trento y hasta los "procesos" del cardenal Ratzinger contra los teólogos críticos, ha caracterizado a la Iglesia de Roma.
En la comunidad cristiana del tercer milenio, sostienen numerosos creyentes, las polémicas serán legítimas, pero ya no deberán tener lugar las hogueras, aunque sean simbólicas.
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