miércoles, 1 de abril de 2009

Pio XII

anne marie mergier

Historiadora respetada y afamada, catedrática de la Universidad París VII, Annie Lacroix-Riz confía a la corresponsal que podría escribir un libro sobre las desventuras que le valió la publicación, en 1996, de su densa investigación Le Vatican, l’Europe et le Reich de la Première Guerre Mondiale à la Guerre Froide (El Vaticano, Europa y el Reich desde la Primera Guerra Mundial hasta la Guerra Fría).

"Las autoridades eclesiales francesas activaron su poderosa red de cabildeo para asegurarse de que mi libro tuviera un entierro de primera clase", cuenta.

Y lo lograron. En la prensa francesa casi nadie se atrevió a comentarlo y una de las pocas personas que lo hizo se quedó aterrorizada ante las críticas de las que fue objeto.

Ese ostracismo disminuyó un poco en los últimos días: en el marco del debate que despierta la película Amén de Costa-Gavras, Le Monde acaba de publicar un análisis denso y demoledor de Lacroix-Riz sobre Pío XII.

Pero en la nota de presentación de la autora, el periódico omitió mencionar que había escrito ese libro que tanto enojo provoca en el Episcopado.

El Vaticano, Europa y el Reich se nutrió de 20 años de exploración sistemática de archivos europeos —en particular los del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia— de la primera parte del siglo XX.

Lacroix-Riz dedicó casi seis años a la redacción de su libro y pasó cinco años más antes de encontrar un editor dispuesto a publicarlo.

Es imposible resumir ese trabajo de 540 páginas, pero al leerlo no es difícil entender por qué la investigación despierta la ira de la Iglesia.

Para la historiadora, Pío XII no fue apático ante el nazismo, sino muy activo a su favor. Aquí están los documentos, insiste Lacroix-Riz.

Y cuenta:
Eugenio Pacelli —futuro Pío XII— era un germanófilo tan convencido que en Italia y en Polonia sus colegas lo llamaban Tedesco (el alemán). En 1917, el Vaticano lo nombró nuncio en Munich a pedido expreso de Eizberger, líder de Zentrum (Partido Católico e intermediario entre el Reich y la Curia romana).

En Munich, Pacelli se rodeó de una camarilla de ultraderecha que lo acompañó a lo largo de toda su vida. En los años veinte frecuentaba mucho a Ludendorff, un íntimo de Hitler. Pacelli odiaba tanto a los franceses como a los ‘bolcheviques’ polacos o alemanes. Y los franceses seguían su carrera paso a paso. Eso se refleja en los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia sumamente detallados. Fueron para mí una auténtica mina de oro.

Prosigue Annie Lacroix-Riz: El antisemitismo de la Iglesia católica entre las dos guerras mundiales ya no es objeto de debate para nadie hoy en día. Está más que comprobado. Sólo se discute la definición de ese antisemitismo: ¿Se trataba de un antijudaísmo o de un antisemitismo racial, lo que los alemanes llaman volkisch? En el caso de Pacelli, no hay discusión: se trataba de una impresionante mezcla de los dos. Basta leer las cartas que escribió cuando vivía en Munich.

La historiadora recalca que Pacelli fue el abogado incansable de los derechos del Reich contra el tratado de Versalles, firmado en 1919 después de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial. A partir de 1920 y con el beneplácito, primero, de Benedicto XV y, luego, de Pío XI, Pacelli participó activamente en la reunificación de la derecha alemana, reunificación que incluía a los nazis, especifica Lacroix-Riz.

Después de las elecciones alemanas de 1930, Pío XI, Pacelli —que ya era secretario de Estado del Vaticano—, al igual que eminentes personajes de la Curia romana, manifestaron su apoyo irrestricto a la opción nazi, que les parecía la única solución para contrarrestar el bolchevismo.

En 1933, Hitler se aprestaba a
tomar el poder en la forma violenta que todos conocemos. Y fue precisamente en ese año cuando, bajo presión de Pacelli y otros, el Vaticano decidió firmar el Concordato con Alemania.

—A finales de 1942 y a principios de 1943, los dos principales protagonistas de Amén hacen esfuerzos desesperados para alertar a Pío XII sobre la exterminación industrial de los judíos. Costa-Gavras da a entender que el Papa estaba enterado del hecho desde hace tiempo.

—Por supuesto que estaba enterado. Los documentos que revisé y los que analizaron otros historiadores demuestran que, desde 1933, tanto Pacelli como Pío XI estuvieron al tanto de todo lo relacionado con la persecución de los judíos.

Pacelli accedió al poder en 1939 y siguió informado con precisión sobre las atrocidades nazis.

—En la encendida polémica que provoca Amén en Francia, hay quienes afirman que Pío XII denunció en múltiples ocasiones los nacionalismos y totalitarismos.

—Pues mienten. Jamás Pío XII denunció el nacionalismo de Hitler o el totalitarismo nazi. El único nacionalismo que denunció fue el de los enemigos del Reich. Calificó de exagerado el de Checoslovaquia, por ejemplo, que intentaba resistir a los nazis. Y sólo el totalitarismo soviético le inspiró acerbas críticas.

—Tanto en su libro como en el ensayo que acaba de publicar en Le Monde, usted manifiesta su desacuerdo con la expresión el silencio de Pío XII.

—Claro, porque este Papa habló muchísimo. Sólo le citaré unos ejemplos: cuando empezó el bombardeo de las ciudades alemanas en 1942, Pío XII protestó en forma tronante; cuando Roma fue bombardeada a su vez en julio de 1943, el Papa visitó los barrios destruidos y criticó los ataques aéreos de las fuerzas aliadas con tanta vehemencia que sus amigos estadunidenses, terriblemente enojados, tuvieron que recordarle que nunca había levantado la voz para denunciar los bombardeos de Londres, Coventry o Varsovia por la aviación alemana.

Pío XII, que nunca pronunció una palabra en contra de los nazis, fue inagotable para condenar el proyecto de ‘capitulación sin condiciones’ de Alemania que empezó a elaborarse en 1943. Al igual que su antecesor, Benoit XV, durante la Primera Guerra Mundial, Pío XII abogó a favor de una ‘paz cristiana’ sin castigo para los verdugos y sin reparaciones para las víctimas.

—En El Vaticano, Europa y el Reich... usted dedica páginas al importante papel que jugo la Santa Sede en la salida de miles de nazis de Alemania, después de la caída del III Reich.

—Al final de Amén se ve cómo el ultraderechista obispo austríaco Hudal ayuda, en forma oficial, a huir hacia Argentina a uno de los personajes de la película: un médico de la SS que supervisaba la eliminación por gas de judíos en un campo de concentración. Esa escena no existía en El Vicario porque Hochhuth no disponía de estas informaciones que los historiadores descubrieron después en los archivos.

Es importante que Costa-Gavras haya agregado esa escena, porque demuestra la continuidad de la política de Pacelli-Pío XII que se mostró favorable a la opción nazi cuando empezó a consolidarse en los años treinta, que no criticó a Hitler durante toda la guerra y ayudó a sus partidarios a huir de Alemania después de la guerra.

—En su libro usted afirma que Pío XII ordenó a todas las Iglesias nacionales participar en esa salida de los nazis.

—Al igual que otros historiadores que trabajaron sobre el tema, basándome en documentos irrefutables, explico cómo, junto con Giovanni Battista Montini (futuro Pablo VI) y Hudal, Pío XII organizó redes
para la salida de nazis, llamadas Rat Lines por los norteamericanos y financiadas por Estados Unidos. Los nazis más preparados —científicos de altísimo nivel, expertos militares, etcétera— fueron recuperados por los estadunidenses. Los demás fueron enviados a otras partes, muchos a América Latina. Para eso Pío XII movilizó a toda la Iglesia romana, tanto al clero secular como al regular. Miles de monasterios y conventos europeos se transformaron así en centro de tránsito de los nazis que huían de Alemania. Cabe recordar que desde el principio de los años treinta el mismo Vaticano había prohibido a la Iglesia romana expresar cualquier forma de protesta contra el nazismo.

—¿Cree que después de la conmoción internacional que, sin duda, provocará Amén, Juan Pablo II seguirá insistiendo en canonizar a Pío XII?

—Vamos a ver... Juan Pablo II no suele capitular tan fácilmente. Además, ya tiene bastante planeado el asunto. Para preparar el terreno, aprovechó los sentimientos antiserbios que despertaron las guerras de Yugoslavia en la década de los noventa para beatificar a uno de los seres más siniestros de Croacia.

—¿Usted se refiere a Aloyus Stepinac, arzobispo de Zagreb, que menciona tanto en su libro como en su ensayo publicado por Le Monde?

—Exactamente. Gracias a los archivos franceses pude reconstituir toda la biografía de ese prelado abominable que, gracias a Pacelli, se convirtió en el brazo derecho de Ante Pavelitch, líder del llamado Estado Independiente de Croacia, aliado incondicional de Hitler. Lo que hizo la Iglesia en Europa Oriental no tiene nombre. Participó activa y físicamente en la exterminación de los judíos-bolcheviques. El clero católico croata pretendió convertir a la fuerza a los serbios ortodoxos. Como éstos resistieron, los masacraron.

— ¡El clero mismo! ¡No le puedo creer!

—Pues lea el libro de Carlo Falconi, un católico italiano bastante institucional, que describe cómo los padres franciscanos armados con pistolas, hachas, puñales y porras exterminaron a los serbios en el campo de Jasenovac, como en tantos otros. Busque el documental que la BBC realizó sobre el tema a partir de archivos filmados yugoslavos, cuyas imágenes son absolutamente insostenibles. Lea el libro El genocidio ocultado, el Estado croata independiente 1941-1945 que publicó en 1999 Marco Antonio Rigelli basándose en los archivos croatas. En su libro hay fotos insoportables. Rigelli, por cierto, tuvo muchos problemas para encontrar un editor que se atreviera a sacar su investigación.

El Vaticano autorizó, además, que el clero croata se apoderara de los bienes de las víctimas. Eso queda claramente estipulado en una carta redactada en latín que envió a su nuncio en Zagreb. Stepinac jugó un papel capital en esa exterminación. Después de la guerra, fue encargado por el Vaticano de organizar la salida de los fascistas croatas.

—¿Y ese hombre es al que pretende canonizar Juan Pablo II?

—El proceso de beatificación ya está bastante adelantado. Fue una especie de globo sonda que lanzó el Papa para ver cómo reaccionaba la comunidad internacional antes de lanzarse a la canonización de Pío XII. El repudio occidental de los serbios impidió que el caso Stepinac provocara un escándalo. Esperemos que la película de Costa-Gavras y que los consiguientes debates, que quizás esta vez la Santa Sede no logrará apagar, logren hacer retroceder al Vaticano. Tengo mis dudas.
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