jueves, 30 de abril de 2009

Los Jesuitas

Ernest Hauser

La orden religiosa más numerosa y controvertida de la Iglesia Católica, la Compañía de Jesús, ha sostenido un enfrentamiento público con los papas que ha tenido repercusiones por todo el mundo.
El origen del conflicto es la aparente contradicción entre las misiones pastoral y social del cristianismo, que ha hecho surgir una nueva enseñanza llamada "teología de la liberación".

¿Cómo reconciliar a Cristo con Marx, a la caridad cristiana con la acción social?

Tal es un dilema que atormenta a muchos clérigos modernos, pero los jesuitas, en conjunto, se han preocupado ante todo por la pobreza mundial.
Basándose en las Sagradas Escrituras, especialmente en el Sermón de la Montaña ("Bienaventurados los pobres de espíritu") y en el Éxodo (Dios libera de la opresión a su pueblo elegido), están dispuestos a entrar en la escena política, aunque el Vaticano se opone a tal participación.
Muchos jesuitas, sobre todo en el Tercer Mundo, han cambiado la sotana por el overol, han entrado en barriadas y comunas, organizado sindicatos o, pistola en mano, se han incorporado a unidades guerrilleras izquierdistas.
Algunos han sufrido prisión, torturas y la muerte a manos de las fuerzas de gobiernos derechistas.
Educados para recorrer el mundo, los 25,500 miembros de la Compañía están distribuidos en 110 países.
Sus ocupaciones van desde simples curas párrocos hasta físicos nucleares, matemáticos y genios de las computadoras.
De antigua fama como
“los mejores educadores del mundo", dirigen cerca de 500 escuelas secundarias y más de 100 universidades.
Uno de los principales feudos de la orden es Radio Vaticano, cuya programación, que dura las 24 horas del día, se trasmite en 34 idiomas.
La Compañía de Jesús, fundada en 1540 por Ignacio de Loyola, devoto español de firme carácter se creó como milicia espiritual del Papa en su lucha contra el protestantismo.
Casi desde el principio, los jesuitas suscitaron controversias.
Por causa de sus normas superiores y su minuciosa preparación -se necesitan por lo menos diez años de estudio para ser miembro completo de la orden-, los jesuitas a menudo alcanzaban los más altos puestos, adquirían poder como confesores y confidentes de reyes y reinas.
Su inclinación a la intriga se volvió proverbial.
Se les acusó de organizar conjuras y provocar guerras.
Como resultado de este desprestigio, la Compañía fue expulsada de varios países.
La suprimió el Papa en 1773, y no fue restituida hasta 1814.
Entretanto, el término "jesuítico" llegó a ser sinónimo de "hábil" y "engañoso".
El actual conflicto comenzó después del Segundo Concilio Vaticano de 1962 - 1965, cuyo tema dominante fue el de "poner al día” a la iglesia Católica.
Nadie recibió con más jubilo que los jesuitas las reformas de ese concilio.
Atados por las rígidas reglas de Ignacio, se sentían apartados de la gente común entre la que debían difundir el Evangelio.
Y cuando, al morir su viejo dirigente, en 1965, una Congregación General se reunió para elegir un nuevo superior general, los delegados se encontraron bajo una avalancha de jesuitas de todo el mundo que exigían "renovación y reforma".
Resultó elegido Pedro Arrupe, español de ascendencia vasca, de quien se sabía que estaba en favor de las reformas.
La mayoría reformista se mostró expectante.
La primera reacción fría del Vaticano llegó en 1966, cuando el papa Paulo VI dijo a la Compañía que veía "nubes en el horizonte".
En los años siguientes, "Don Pedro" estuvo recibiendo severas admoniciones papales que señalaban "los defectos" de los jesuitas.
Don Pedro luchaba por encontrar una fórmula que pudiese atraer al Pontífice y a sus propios cofrades; pero todo fue inútil.
Al morir Paulo VI en 1978, la Compañía tenía graves problemas con la cúpula eclesiástica.
Durante su breve reinado de 33 días, el papa Juan Pablo I tuvo tiempo de redactar una severa crítica.
Y cuando Juan Paulo II (que siendo arzobispo de Polonia no había tenido problemas con los jesuitas) abrió el archivo del Vaticano, "dio un salto hasta el techo", según palabras de un funcionario papal.
En una enérgica amonestación a los superiores de la Compañía, les ordeno "emplear la firmeza apropiada en busca de un remedio para sus lamentables carencias".
A mediados de 1981, los acontecimientos tomaron un cariz dramático cuando el abrumado Arrupe, ya de 74 años, sufrió un ataque que lo dejó incapacitado.
Siendo todavía el dirigente titular de la Compañía, nombró a un conocido reformista como su vicario temporal.
Juan Pablo II respondió dando por terminada la mayordomía y poniendo al frente a su "delegado personal", y puso así a la Compañía bajo su gobierno directo: gesto sin precedente que provocó una enorme indignación.
El Papa respaldó su intervención con un vigoroso discurso: "No hay lugar para desviaciones que dañan la vitalidad de la Iglesia. El servicio del sacerdote no es del médico, el trabajador social, el político ni el sindicalista".
Cuando por fin se convocó a una Congregación General, en septiembre de 1983, para seleccionar al sucesor del achacoso Arrupe, los padres reunidos no dejaron ninguna duda de que los jesuitas aún estaban comprometidos con la acción social.
En lugar de escoger a quien se suponía que era el candidato secreto del Papa, los delegados eligieron a Peter-Hans Kolvenbach, carismático holandés de 54 años, superior provincial de la orden en Oriente Medio.
El nuevo "Papa Negro" (así se llama al superior general de los jesuitas, porque viste la casaca negra y ejerce un enorme poder) tiene extraordinarios antecedentes.
Hijo de alemán-holandés y de italiana, Kolvenbach habla ocho idiomas y tiene una visión cosmopolita que le sirve de mucho al gobernar a su multinacional Compañía de Jesús.
Ha visto personalmente la trágica suerte de los refugiados palestinos en Beirut, con los que trabajó en sus deprimentes campamentos, como humanista y educador.
Kolvenbach, aunque no sea hombre capaz de coquetear con las ideas marxistas, no ha ocultado que apoya la "opción preferencial para los pobres".
En una homilía que pronunció poco después de su elección, el nuevo superior general de los jesuitas dijo: "Sólo cuando lleguemos a vivir nuestra consagración al Reino en una comunión que sea para los pobres, con los pobres y contra todas las formas de la pobreza humana, material o espiritual, sólo entonces verán los pobres que las puertas del Reino están abiertas para ellos".
En estos años, la controversia se ha centrado en la Provincia Centroamericana de la orden.
Aunque sólo unos 200 jesuitas se encuentran en esta región profundamente perturbada, se considera que la mayoría simpatiza con la fortificada izquierda.
La Universidad de José Simeón Cañas, de San Salvador, dirigida por jesuitas y llamada por sus críticos "nido de propaganda marxista", ha sido blanco de varios ataques con bombas.
El cura párroco Rutilio Grande, muy querido por el pueblo y que había tratado de ayudar a los campesinos locales a vivir mejor, fue muerto a tiros cuando iba a los servicios religiosos a una iglesia rural de El Salvador.
El caso más sonado es el de Fernando Cardenal, jesuita nicaragüense que se unió a la junta sandinista, de orientación marxista, como ministro de Educación.
Kalvenbach avisó debidamente a Cardenal de las "penosas consecuencias" que sufriría si no abandonaba su cargo, mientras que el Vaticano enviaba su propia advertencia al jesuita y a otros tres sacerdotes que ocupaban altos cargos en el gobierno nicaragüense.
Fernando Cardenal se negó a renunciar, y en diciembre de 1984 fue suspendido de la orden.
Mientras, tal vez para impedir que la Compañía haga suyo el problema de los pobres, y también para contrarrestar la inclinación de los jesuitas a la política, la Iglesia ha publicado un autoritario documento que dice: "El escándalo de ofensivas desigualdades entre ricos y pobres ya no se tolera".
Pero, sigue la declaración, es erróneo remplazar el amor cristiano con el análisis marxista y reducir las Sagradas Escrituras a un evangelio puramente terrenal.
"Recordemos que el ateísmo y la negación de la persona humana, de su libertad y de sus derechos, ocupan el centro de la teoría marxista".
Por tanto, libérense de mitos marxistas y, en su lucha en favor de los pobres, "apóyense claramente en el Evangelio".

¿Qué bando prevalecerá?

La elección entre el compromiso político y la verdad evangélica puede ser difícil.
Pero, en vez de pedir que los liberen de sus votos solemnes, es probable que la gran mayoría de los jesuitas recojan el desafío del Papa y ejerzan su "opción por los pobres", dentro del contexto de su llamado espiritual.

¿Es más probable que una orden con un pasado tan controvertido se alinee, o que siga siendo el niño problema de la Iglesia Católica?

El tiempo lo dirá, pero mientras persista una cierta tensión, lo más probable es que el conflicto vuelva a estallar.
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