jueves, 14 de julio de 2016

El Corán


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EL CORÁN   

Probablemente es éste el libro más leído del mundo; es sin duda el que más gente aprende de memoria; y posiblemente sea el que más influye en su conducta. 

Menos extenso que el Nuevo Testamento, escrito en elevado estilo religioso, su prosa rimada tiene la virtud de infundir extático fevor en los creyentes. 

El ritmo de esa prosa se ha compardo al redoble de los tambores, a los cantos propios de las primeras épocas de todos los pueblos



Está escrito en lengua árabe, y los musulmanes amantes de su religión han sido frecuentemente opuestos a que se traduzca a otros idiomas. 

Pudiera creerse que tal deseo habría limitado la propagación del Islalm; mas, al contrario, fomentó entre los musulmanes de todo el mundo la aspiración de estudiar el árabe, lengua nada fácil de poseer, a fin de leer el libro sagrado y de orar conforme a su texto.

Contiene el Corán lo revelado a Mahoma en las ciudades de la Meca y de Medina en los años de 610 a 632. Asiduos amanuenses lo escribieron en “pedazos de papel, cortezas de árbol y blancos omóplatos de animales.” 

Comienza la revelación con deslumbradoras afirmaciones relativas a la existencia de un solo Dios misericordioso y compasivo: 

“Él es Allá, el Creador, el Hacedor, el Plasmador. Cuanto hay en cielos y tierra proclama su gloria; Él es el Poderoso, el Sabio”.

A este mensaje se conmovió el mundo, cayeron los idolos, se operó honoda trasformación en la vida de hombres y naciones. 

Años después, cuando el Islam se extendió por gran parte de Árabia y se hizo poderoso, las revelaciones versaron sobre la constitución de la sociedad, sin leyes, procedimientos y problemas.

El Corán deja en el cristiano o el judío la impresión de cosa conocida. Si leyesen en una iglesia o en una sinagoga versículos como los que copio a continución, tomándolos al azar de entre centenas de ellos, a buen seguro que los fieles no atinarían a precisar su procedencia:

“Dijo uno de los hermanos: No matéis a José, pero arrojadlo en las honduras del aljibe, y lo encontrará algún viandante”.

“Y ciertamente, Jonás era de los enviados. Cuando se refugió en el barco cargado, y echó suertes, fue de los perdidosos. Y se lo tragó un gran pez”.

“María preguntó: ¿En verdad, yo tendré un hijo varón? Y no me tocó carne y no soy una perdida. El ángel repuso: Así Dios crea lo que quiere; citando Él decide una cosa, dice a ella: Se, y es. Concibió, pues, María  el hijo, y se retrajo con él a un paraje remoto”.

En las páginas del Corán hallan cristiano y judío muchos nombres venerados. Así por ejemplo, cinco de los capítulos principales se intitulan: Noé, Jonás, José, Abrahán y María. Aunque no figuren en los títulos, ocupan lugar importante en el texto los nombres de Jesús, Adán, David, Goliat, Job, Moisés, Lot y Salomón.

Sirve en parte de fundamento al Corán la palabra de Jesús y la de tres personajes bíblicos anteriores a Mahoma: Noé, Abrahan y Moisés. 

El Corán no reconoce a Jesús su condición de Hijo de Dios chocaría con el conocepto que de Dios tienen los que profesan la religión de Mahoma, y que sirve de piedra angular al Islam. Sería, además, difícil sostener -como sostienen los musulmanes- que Mahoma fue el elegido por Dios para revelar a los homobres lo último y lo más perfecto.

Los preceptos que para la buena conducta de el Corán son eminentemente prácticos y ajustados a la realidad. 

En un notable pasaje dice así:

“Cuando os endeudéis con una deuda, por un plazo marcado, escribidlo... y testimonien dos testigos, para que se yerra uno de ellos, recuerde el uno de ellos al otro. Esto vuestro es más justo para con Dios, y más sólido para el testimonio, y más adecuado para que no dudéis”.

A este modo de hermanar la fe fervorosa en un solo Dios con las normas prácticas de conducta debe el Corán su carácter de libro único. 

En todas las naciones islámicas, multitud de personas creen firmemente que es indispensable que las leyes se acomoden a los preceptos del Corán, a fin de que la nación esté bien gobernada.

A más del Corán, el Islam descansa en la tradición, lo que dijo o hizo Mahoma. 

Fuentes principlales de esta tradición fueron los relatos hechos en los campamentos en torno de las hogueras, los recuerdos de episodios de la vida de un gran hombre, que, muerto él, se perpetúan pasando de boca en boca.

Unos 200 años después de la muerte de Mahoma, varios eruditos acometieron la tarea de comoprobar la veracidad de las anécdotas -más de 600,000- que circulaban acerca de él.. Rechazaron, apócrifas, arriba de 507,000. Las restantes compiladas en el Hadith, son artículo de la fe para los buenos musulmanes.

Mucho de su buen sentido práctico lo debe al Islam a esas anécdotas. 

Por ejemplo, la siguiente: 

Una noche oscura acompañaba Mahoma a su esposa de vuelta de la mezquita. Por el camino vio un par de hombres que reían bajo rectándose en la oscuridad. Los llamó, y levantando el velo de su esposa, les dijo: ”Mirad, es mi esposa la que están viendo”. 

Protestaron los hombres que jamás habían desconfiado de Mahoma. Y él les dijo: “No temí que sospecharan de mí. Pero no quiero que vuestras sospechas dañen vuestra fe”.

Una vez un judío fue al Profeta y se quejó de que el principal discípulo de Mahoma había ofendido a los judíos al afirmar que Mahoma era superior a Moisés. Entonces Mahoma llamó al discípulo y lo amonestó. “Erraste al decir eso. Hay que respetar los sentimientos ajenos”.

La fe y la cultura musulmanas nutren en la tradición algunos de sus raíces más hondas. 

Todo musulmán dice antes de la comida o el comenzar una tarea las palabras con que empieza el Corán: “En el nombre de Dios, el Piadoso, el Misericordioso”. 

El saludo tradicional es: “La paz sea contigo”. 

De la tradición traen asimismo su  origen el ritual de la oración en común y el llamamiento del almuédano cuando convoca a los fieles a orar.

Parte de esa tradición ha influido en las costumbres de Occidente:

“Como viese Mahoma que al herrar a un asno le ponían la  marca en la frente, preguntó a los borriqueros por qué lo hacian así. Y ellos respondieron: Los romanos nos enseñaron esto para precaver el hurto. Entonces Mahoma reflexionó un insante, y dijo: Si habéis de marcarlo con hierro, hacedlo en el anca donde por ser más carnosa, dolerá menos. y esta manera de herrar se hizo costumbre.

La tradición recuerda a Mahoma como general afortunado y al cual se deben multitud de preceptos encaminados a suavizar la guerra:

“Cumpliréis fielmente todas vuestras promesas y convenios. Huiréis de la traición y no desfiguréis el cadáver del enemigo. Respetaréis al niño, a la mujer, al hombre anciano o dedicado al servicio de la religión. No destruiréis los objetos sagrados, ni los huertos, ni las cosechas”.

No fue Mahoma milagrero, y reprendió a los inclinados a la milagrería. Esto no obstante, se le atribuyen a él hechos milagrosos. El origen de la famosa leyenda de Mahoma y la montaña fueron las payasadas de otro Mahoma, un fakir que vivió en Turquía siglos después de muerto el Profeta. Por gastarles la broma a sus oyentes el fakir anunció que al siguiete día iba a hacer que viniese a él una de las montañas vecinas. Como la montaña no se movió, se encogió él tranquilamente de hombros, y dijo: “Bien, iré yo a la montaña”.

La tradición nos presenta a Mahoma como varón virtuoso en quien verán sin dificultad sus iguales de otras épocas y naciones, ya sean cristianos o judíos, al hombre que, como ellos mismos, ansía conocer y acatar la voluntad de Dios. 

Enseñó Mahoma que se dejase en libertad a los esclavos; que los padres no mataran a las hijas recién nacidas; que los oprimidos poseerán la tierra; que la paz es mejor que la guerra; que la justicia acaba por prevalecer. 

Hay sobrados motivos para   asegurar que Mahoma aspiraba a que llegase el día en que, unidos por la común creencia en Dios, convivesen los hombres pacíficamente. 

Está probado que cierta vez, como llegase una delegación de cristianos a tiempo que habían de orar los fieles, dijo Mahoma: “Orad aquí, en la mezquita. En lugar consagrado a Dios”.
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