lunes, 2 de julio de 2018

Poike


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POIKE


R. G. Kirk

-Desde que Poike vino a vivir a casa no reconoció más amo que él.

Verdad es que mi hermano les caía muy bien a los perros. Pero, aún así fue aquél un caso extraordinario; de amor a primera vista.

El perro lo seguía como su sombra. No hubo vez que Nicolás tuviera que salir en uno de sus viajes de negocios, que no se empeñara en acompañarlo. 

-No, Poike, le decía mi hermano, ahora no. Ya volveré. Será hasta la próxima.

La ausencia de Nicolás duraba a veces una semana entera. Pero Poike aguardaba confiadamente. Sabía muy bien lo que aquel "espera hasta la próxima" quería decir. Porque su amo no dejó nunca de cumplirle su promesa. 

-¡Hola, Poike, -exclamaba cuando volvía.

-Vamos andando; que ésta es la próxima. 

Y salían juntos a dar uno de esos larguísimos paseos que eran la dicha del perro.

Cuando Nicolás no andaba de viaje, Poike iba todas las noches, después de comer, a su alcoba; volvía con las pantuflas, y las dejaba en el suelo, frente a su sillón. Una vez arrellanado el amo, el perro se le echaba cerca y apoyaba el hocico en uno de sus pies. Así permanecía toda la velada.

Llegó el día en que Nicolás cayó gravemente enfermo. “

-Siento que me está fallando, -me dijo llevándose la mano al corazón. 

-Creo que tengo ya para poco, Beto... En fin, no me quejo. Le he sacado jugo a la vida...

Pocas horas antes de morir, preguntó por Norvac 

-Le voy a hacer mucha falta, -murmuró. 
-Anda, hombre, déjalo entrar.

Entró el perro y clavó en los del moribundo sus ojos llenos de ansiedad.

-Ya volveré, Poike, ya volveré. -Le dlijo él. 
-Espera... hasta la próxima.
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En mi familia aceptamos, sin rebelarnos, lo que la vida nos va trayendo. Ni con el mismo dolor que me causaba la muerte de Nicolás, creía yo pagar demasiado caro el haber tenido durante cincuenta años un hermano como él. 

-A mis hijos les hacía una falta inmensa; quedaron inconsolables. Pero estaban en esa edad en la que todo se olvida pronto.

-¿Y Poike? 

-Pues… Nicolás le había dicho: "hasta la próxima"; y él aguardaba, como otras veces. 

-Cierto era que la ausencia del amo se prolongaba. Sin embargo, el perro sabía que Nicolás nunca quedaba mal. Además, ahí estaban, en prenda de que cumpliría lo prometido, las pantuflas, que Poike sacó de la alcoba y se llevó a la cocina, para meterlas en el mismo cajón que le servía de cama.

-Habían pasado cinco años. Aquella noche nos hallábamos en la sala mi mujer y yo, cada uno embebido en lo que estaba leyendo. Reinaba en la casa completo silencio. Poike, que se había echado cerca de Alicia, empezó de pronto a batir la cola.

-Pum, pum, pum, sonaba ésta al golpear el suelo. 

-Ya se sabe que los perros oyen ruidos que a nosotros se nos escapan.

-Creyendo que Poike habría sentido pasos de alguna persona conocida, Alicia y yo escuchamos atentamente. No, no venía nadie.

-¡Pum, pum, pum!, hacía nuevamente la cola de Poike dando en el suelo. Vimos luego que el animal se levantaba, no sin esfuerzo, que ya no podía casi con los años, y salió de la sala. 

-Se presentó un minuto después, con las pantuflas de Nicolás; las dejó frente al sillón donde él acostumbraba sentarse; se echó en seguida, puso el hocico encima de una de las pantufas, y se quedó dormido.

-Puede que los recuerdos que evocaba esta escena fuesen la causa de ello, pero sentí que la sala iba llenándose de esa aura de bondad que Nicolás esparcía en torno suyo.

-Nicolás era uno de los hombres más bondadosos que he conocido... -Suspiró Alicia. Y tras una pausa: 

-Ya he leído bastante. Y tú también. Vámonos a dormir. No lo despiertes. Déjalo que pase ahí la noche.

-A la otra mañana, encontramos a Poike tal como lo habíamos dejado: tendido frente al sillón de Nicolás, con el hocico apoyado en una de las pantuflas, completamente inmóvil. Nos bastó verlo para saber que ya no tendría que seguir esperando a su amo; que, mientras dormía, había oído, como en otros tiempos, la voz que le decía: 

"¡Hola Norvac! Vamos andando, que ésta es la próxima".
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