viernes, 21 de junio de 2019

La Pesadilla del Rey Chariar

  

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 LA PESADILLA DEL REY CHARIAR


     Hace ya mucho tiempo que hubo dos reyes en Oriente. 

     El uno era Chariar, rico y poderoso, dueño de  hombres  y ejércitos.  

     El  otro  era Chazaman, amo de vastas tierras.  

     Ambos eran hermanos. 

     Chariar  gobernaba en Sassan. 

     Chazaman, el menor, era el monarca de Samarkanda. 

     Cierto día Chariar deseó ver a su hermano  menor y mandó por él. 

     Chazaman, al conocer los deseos de su hermano, se alegró  en extremo y se alistó para el viaje, 

     Salió de noche. Mas, a poco andar, descubrió que no  llevaba el obsequio para su hermano. Debió entonces regresar al palacio.    

     Cuál no sería su sorpresa, cuando al llegar, encontróse a su mujer en el lecho, dormida, abrazada a uno de los esclavos. 

     Pensó: "Apenas he salido unos momentos y ya esta infiel se burla de mi. ¿Qué sucedera si me ausento más tiempo?" 

     Acto seguido extrajo su alfanje y despedazó a la pareja.

     Después, reemprendió el viaje. 

     Durante  toda la noche avanzó. 

     Al da siguiente arribó a la ciudad donde lo aguardaba su hermano. 

     No obstante, el recuerdo lo persegua. 

     Y, a pesar de la alegra de Chariar y los homenajes de  que fue  objeto,  la tristeza se hizo notoria en su cuerpo  y  en  su piel.  

     Un  día, Chariar le preguntó: 

     "¿Qué  te ocurre hermano? Veo como adelgazas y tu tez toma mal color". 

     Chazaman contestó: 

     "En mí hay una llaga abierta".

     Pero no quiso contar lo que le sucedía. 

     Chariar lo invitó, entonces, a una cacería. 

     Él rechazó la invitación.

     Quedó solo.

     En el palacio había grandes ventanas que daban al jardín. 

     Habiéndose apoyado en ellas, vio Chazaman que del interior del  palacio salían veinte esclavos y veinte esclavas.  

    En el centro, iba la mujer de su hermano.  

     Se adelantaron hasta llegar a un estanque y allí se desnudaron. 

     En un momento la esposa del rey llamó: 

     "¡Massud, Massud!" 

     Al instante, un enorme negro corrió hacia ella y la abrazó. 

     Ella comenzó a acariciarlo. 

     Después, el negro la depositó en el suelo y la penetró. 

     Como si eso hubiera constituido una señal, los demás esclavos procedieron a hacer lo mismo. 

     Por largo rato, todos se enfrascaron en besos,  caricias y cópulas hasta el amanecer.

     Chazaman, que no haba perdido detalle del espectáculo, se dijo: 

     "Pobre es mi calamidad en comparación con ésta". 

     Al pensarlo y darse cuenta de ella, toda su tristeza desapareció y los colores volvieron a su rostro.

     Cuando Chariar volvió de su viaje de cacería, encontró a  su hermano totalmente restablecido.

     "Hermano mío, ¿no es extraño que los colores hayan vuelto a tu rostro? ¡Por Alá! Te invito a que me narres lo sucedido".

     Chazaman asintió. 

     "Te contaré, dijo, la causa de mi tristeza anterior, pero no te diré la razón de mi restablecimiento". 

     A continuación, contó a Chariar el episodio de su mujer y el esclavo. 

     "Respecto  de la vuelta de mi salud, concluyó, te ruego  que no me lo preguntes"

     Sin embargo, Chariar insistió y, al cabo tuvo que  contárselo.  

     Le  refirió todo lo visto sin escatimar detalle.  

     "Por eso, le dijo, he recuperado mis colores. Tal  calamidad me pareció peor que la mia!.

     Al oír aquello, Chariar perdió los colores. 

     "Debo primero, dijo, ver todo esto con mis ojos". 

     Decidieron, entonces, simular otra partida de caza.

     En el curso del día, Chariar hizo anunciar su  partida y salió de la ciudad. 

     Al anochecer, disfrazado, retornó al palacio y llegó  hasta las habitaciones de su hermano que lo aguardaba.

     No esperaron mucho tiempo. 

     Transcurrida una hora, aparecieron los esclavos y la esposa del rey y repitieron todo lo que Chazaman haba observado: caricias, besos y cópulas hasta el amanecer. 

     Viendo la escena, Chariar cayó en un estado de total consternación. 

     Al fin, dijo a su hermano: 

     "Vámonos  de aquí hasta que encontremos a alguien cuya desgracia sea peor que la nuestra".

     Ese mismo da, utilizando las puertas secretas  abandonaron el palacio y viajaron, sin detenerse, durante muchos días. 

     Llagaron después a una pradera junto al mar donde  descansaron.

     Pero, no había pasado una hora, cuando del mar  brotó una densa columna de humo negro. 

     Asustados, los dos reyes se subieron a un árbol.

     De improviso, la columna se convirtió en un  gigantesco genio, de fuerte pecho que transportaba un arca sobre la cabeza. 

     Lentamente, el genio bajó y, allegándose al árbol donde se ocultaban los hermanos se sentó al amparo de su follaje. 

     En seguida, abrió el arca y de su interior sacó una urna de cristal.  

     De ella, salió una hermosísima joven, tan bella  como los rayos del sol.

     El genio la contemplo admirado. 

     Después le dijo: 

     "Oh, reina de las reinas, a quien rapté la  
noche de sus bodas, voy a dormir ahora en este lugar en que no hay hombres que puedan mirarte. 

     Después, cuando me haya repuesto de las  penurias del viaje, heremos la ordinaria cópula!.

     La muchacha asintió. 

     "Descansa, genio amado, le dijo, y que  disfrutes del reposo". 

     Así, el genio se quedó dormido en el regazo de ella.

     Luego, la adolescente miró hacia arriba y vio  a  los  dos reyes. 

     Sin vacilar, dejó la cabeza del genio sobre la  tierra, se incorporó y por señas pidió a los dos hermanos que bajaran. 

     En un principio, ellos se negaron: 

     "Excúsanos, le indicaron pero es demasiado peligroso".  

     Mas, la muchacha insistió: 

     "Si no lo hacéis, les dijo, le avisaré al genio  
y  él  os matará a los dos".

     Temerosos, debieron obedecer. 

     Ya abajo, la muchacha les dijo:  

     "Atravesadme ahora, con vuestros miembros o  despertaré al genio". 

     Los dos hermanos se miraron: 

     "Tú primero", dijo Chariar. 

     Pero Chazaman se negó. 

     "Tú eres el hermano mayor y debes darme el ejemplo", dijo. 

     Y se volvieron a mirar haciendo con los ojos señas de copulación. 

     La adolescente dijo entonces: 

     "¿Que os pasa? Si no hacéis lo que os he ordenado, violenta y abundantemente, advertiré al genio"

     De ahí que, ambos, invadidos por el  miedo,  tuvieron  que hacer  lo que ella les pedía. 

     Cuando acabaron, ella sonrió; 

     "Sois expertos", les dijo.

     A  continuación, sacó una bolsita en la que había  un  collar del que pendan 560 anillos. 

     "Esto, comentó, es un resultado. 

     Los dueños de todos estos anillos han copulado 
conmigo en los propios cuernos de este genio. 

     Debéis darme los vuestros".

     Los dos reyes entregaron a la muchacha sus  anillos.  

     "Este genio, dijo ella, me raptó en la noche de bodas me encerró en la urna poniéndome bajo siete candados, hundiéndome en el mar. 

     Pero él ignora que si la mujer quiere cópula,  siempre la logrará".

     Oyéndola, los dos hermanos se asombraron. 

     Se dijeron: 

     "Es esta una aventura que nos trae consuelo. 

     Si a un genio le suceden estas cosas, qué no puede sucedernos a nosotros".

     Al momento, se despidieron de la adolescente regresaron cada uno a su ciudad.

     Ya en su palacio, Chariar mandó decapitar a su mujer y a los esclavos. 

     En seguida ordenó a su visir que cada noche le trajera una virgen. 

     Desde entonces, cada noche desvirgaba a una joven y, a la mañana siguiente, la hacía decapitar. 

     Por varios años se mantuvo la situación. 

     Hasta que un día no quedó ninguna virgen.  

     Salvo dos: las hijas del visir, Cherezada y Doniazada.

     Cherezada conocía muchas historias. 

     Contaban que tenía más de un millón de libros y que, además, era una mujer elocuente.

     Sabiendo las tribulaciones de su padre por  encontrarle otra virgen al rey, Cherezada le dijo: 

     "Haz que yo me case con el rey. 

     Si logró salvar la vida, salvaremos a las hijas de muchos".

     El visir trató de disuadirla. 

     Sin embargo ella terminó convenciéndolo.

     Al anochecer fueron los dos hasta el palacio. 

     El rey los recibió complacido. 

     "¿Crees, le preguntó al visir, que ella me servirá? 

     El visir asintió.

     Más tarde, ya a solas, Cherezada, empezó a llorar. 

     "¿Por qué lloras?", le preguntó el rey. 

     "¡Oh, mi dueño!? dijo Cherezada, no me he despedido de mi pequeña hermana".  

     El rey, entonces, mandó por Doniazada y, en  presencia  de ella desvirgó a Cherezada. 

     Cuando eso terminó, Doniazada dijo: 

     "Hermana mía, cuéntanos una historia para pasar la noche". 

     Y Cherezada dijo:

     "Está bien. Lo haré si el rey me lo permite".

     Y el rey que, desde el episodio no podía dormir, lo permitió.

     De este modo, cada noche, durante mil  noches,  Cherezada, contó largas historias y salvó la vida. 

     Después, vivieron entre deleites y alegras por muchos años. 

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