domingo, 23 de junio de 2019

Misiva de Mollie


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MISIVA DE MOLLIE


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Esta carta fue escrita por una recién casada a su prima y confidente hacia el año 1882. 
La misiva se encontró en un paquete de correspondencia y posteriormente fue adquirida por un coleccionista.
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Mi querida prima Julia,

 Cumplo ahora con placer la promesa que te hice de escribirte tras la consumación de mi matrimonio con Albert, de tal manera que puedes hacerte una idea de la cosa cuando tú y Harry se casen, lo cual espero ocurra pronto. 

        Te ruego que recuerdes que esto es estrictamente confidencial; si no gozáramos de tanta familiaridad, no escribiría con tanta franqueza, pero tú sabes que, cuando estábamos juntas, lo que una hacía lo sabía la otra, por lo que no te ocultaré nada. 

        Albert y yo nos casamos anteayer. Ofició la ceremoniá nuestro ministro E. Hodge, todos nuestros familiares estaban presentes, no ocurrió nada que empañara los placeres del día y todo se desarrolló tal como suelen desarrollarse las bodas, con mucho jolgorio, pasteles y vino, etc. Pero, oh, querida Julia, no puedes imaginar ni remotamente la felicidad que he experientado desde aquella noche que siempre recordaré. Yo creía tener alguna idea de los goces de la vida matrimonial de los que ahora trataré de ofrecerte una vaga descripción. La primera noche en que me acosté con mi Albert, una emocionante sensación me recorrió todo el cuerpo con la rapidez de un relámpago. ¡Oh, la dicha de aquel momento tan sensiblemente vivo que superaba cualquier cosa que jamás hubiera experimentado! Fue superlativamente hermoso. Permanecimos tendidos unos instantes abrazados el uno al otro, con nuestros cuerpos desnudos en estrecho contacto ya que, por algún medio inexplicable, mis prendas de dormir se habían deslizado hasta más arriba de mi cintura; la sangre me hervía y me recorría el cuerpo como lava fundida, mi respiración cesaba por completo a intervalos y la cabeza estaba casi a punto de estallar en un aturdimiento que parecía casi un estupor. Me invadió una felicidad que no puede expresarse con palabras; parecía que el aliento abandonaba mi cuerpo, me sentía paralizada y yacía inmóvil y tranquila como los Mares del Sur en una suave mañana estival. Cuando, como para poner a prueba la máxima tensión de mis nervios, Albert me tomó la mano y poco a poco (no me resistí porque sospechaba sus intenciones), en trémula excitación, la fue deslizando hacia abajo por su cuerpo hasta que entró en contacto con su... ¡Oh, cielos!... la emocionante sensación de aquel momento, ya sabes a qué me refiero. Estaba hinchado hasta un tamaño enorme, mi mano lo agarró inmediata y tenazmente, aunque declaro que fue todo lo que pude hacer para abarcarlo. La suave sensación aterciopelada de su punta infundió un impulso adicional a mis ya excitados sentimientos. Cuando, para rematar la culminación de mi felicidad, él se elevó suavemente sobre una rodilla y, colocando la otra entre mis muslos, me separó las piernas para que su cuerpo pudiera introducrirse entre ellas y, al cabo de un momento, empezó a moverse suavemente hacia arriba y hacia abajo en una cadencia ondulatoria, cuando percibí que entraba en mi persona, cuando la punta penetró, tuve la impresión de experimentar un espasmo porque me elevé con súbita emoción mientras él me taladraba, y el hecho de seguir actuando mutuamente de este modo tuvo por efecto introducírmelo más profundamente en mi persona, lo que me hizo esperimentar una repentina conmoción como de choque eléctrico. Un aturdimiento se apoderó de mí, mis ojos se cerraron, mi pecho se agitó, mis brazos se aflojaron, mi respiración cesó y yo llegué a perder el conocimiento porque me desmayé. Cuando recuperé el conocimiento, Albert me estaba abrazando y besando, me estaba estrechando en sus brazos en el éxtasis del momento y yo me olvidé de todo el mundo menos de mi querido Albert. Permanecimos tendidos y agotados por espacio de unos veinte minutos y después él volvió a guiar mi mano hacia aquel querido miembro que tanto placer me había deparado, su tamañoo se había reducido un poco, pero, en cuanto advirtió la presión de mi mano, recuperó sus iniciales proporciones. Albert hizo otro intentode elevarse encima de mí, pero yo le supliqué, más por delicadeza que por aversión, desistiera de hacerlo, cosa que el pobrecillo hizo efectivamente, aunque yo no pude resistirme porque lo intrudujo entre mis muslos y me besó de tal forma que la resistencia fue imposible y una vez más cedí a su requerimiento. Ahora no me desmayé, si bien las placenteras sesaciones fueron más intensas que la primera vez. Antes hubiera preferido correr el riesgo de perder la salvación de mi alma que obligar a Albert a retirarse de su abrazo. 

      Al día siguiente mis partes estaban un poco rígidas y doloridas, pero ahora me encuentro tan animada como una ardilla. Creo que me he hecho una buena faena y estoy embarazada. Bueno, querida Julia, el día está tocando a su fin y tengo que terminar esta carta porque Albert está por llegar y por nada del mundo quisiera que se enterara de lo que te he escrito. Por consiguiente, me despido por ahora y, en mi próxima carta, te contaré más cosas acerca de los placeres de la vida matrimonial. 

 Dale recuerdos míos a Anna, al tío y a los amigos que se interesen por mí.

 Con todo el afecto de tu prima, 

(firmado Mollie).

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