jueves, 19 de marzo de 2009

Virgen de los Veranos

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El siguiente relato fue publicado en 1998 Ediciones Era.
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Anselmo prendió el cigarro de hoja y se volvió para mirarme.
El sol quemaba los campos secos, pero quienes rezaban cerca de la choza parecían no sentir el calor.
Anselmo recargó la silla contra el muro de adobes, pidió que acercara mi asiento y empezó su narración.
-Quesque fue Aurorita la que primero vio a la Virgen. Una mañana, al cruzar la huerta, halló la aparición en el tronco de un árbol del paraíso. Y luego disque corrió a decirle a su esposo: "Se me acaba de aparecer la Madre del Cielo".
Lorenzo llamó a a los ejidatarios pa que fueran testigos del milagro.
No sé bien cómo estuvo.
El caso es que cuando llegué al rancho la gente de los alrededores llevaba meses de venerar a la Santísima Virgen.

-Y usted ¿cómo se enteró?

-La historia es un poco larga. Ya que se insiste, se la cuento. Maté a un fulano en una cantina. A toda mecha me pelé del pueblo y al día siguiente, trepado en un arbolote, vi pasar a unos juanes a caballo. Segurolas que andaban tras mis huesos. No por ganas de hacer justicia -total: uno menos qué importa y qué más da que otro fierrazo quede impume-; sino que el difunto era medio importantón y a lo mejor pusieron recompensa.
Me valió conocer tantos atajos y veredas porque en mis buenos tiempos fui merolico y anduve con mis chucherías por esos rumbos. Lo más durazno fue andar a pata por esas tierras tan desiérticas. Era la canícula y en esa época ni allá ni aquí cae una gota. Tuve que tragarme el agua puerca de los arroyos medio secos. De puro milagro no agarré una de esas cabronas enfermedades.


-¿Y qué pasó por fin: lo aprehendieron?

-¡Qué va! Por aquí hay un chorro de crímenes y al rato ya ni se acordaban. Bueno, pus como iba diciéndole, una tarde -cuando ya andaba fregadísimo, sin cacles, con la ropa hecha cisco, lleno de lastimadas y magullones, todo barbón y oliendo a cacomixcle -vi al fondo de un llano la milpa, el caserío y los árboles de la huerta. Me acerqué con precauciones, quién quita y todavía me anduvieran cazando los pinches sardos. Un viejito salió de su jaca, me invitó a pasar y preguntó que por qué andaba tan jodido.
Le conté puras habas: quesque me asaltaron pa robarme la maleta con relojitos, plumitas, lapicitos, hojitas de rasurar, jarabes pa la tos, ungüentos pa piquetes de mosco y chingaderas de esas. Y luego, como era fuereño, no supe hallar el rumbo.
El ruco se tragó todo el cuento. Me dio agua fresca del pozo, tortillas, frijoles y chile pa hacerme unos tacos. Eran sobrinas de su comilonga pero se agradece ¿no? El viejales andaba ansioso por hablarme del Grandísimo Milagro, de la Santísima Virgen que se había aparecido porque ya el fin del mundo estaba cerca, nuestras guerras, crímenes y pecados carnales iban a adelantar el Juicio Final. Dios quería probarnos, ver nuestra fe en su Santa Madre.
Iba a contestarle al vejarano, don Cucho se llamaba, que no fuera pendejo, que el padre Diego Arroyo me enseñó, cuando fui sacristán en Cuernavaca, que no creyera en las mentadas apariciones: son puritita supertición que Dios castiga, brujerías o figuraciones- de los ignorantes. Muchas veces son puro cuento de vivales pa joder todavía más a los que ya de plano están jodidos... Pero tantié que miba a perder una oportunidá de esconderme y mice el que creyía y, como quien no quiere la cosa, seguí el hilo.
Parece que estoy oyendo al huhuenche. Quería hacerme sentir el güey que yo estaba hablando con el mismísimo Juan Diego. Por fin mizo el favor de llevarme a presentar mis respetos a su Santísima Patroncita. Al ver la cantidá de indios que rezaban me dije pa mí solórzano: "Aquí ya chingastes, Anselmo. Ésto se puede poner muy bueno".
Me acerqué al altarcito. Había un montonal de flores y veladoras y un letrerote: SE PROIBE TOCAR A LA VIRGEN. Puse cara de borrego degollado y minqué a rezar en voz alta pa que vieran cuántas benditas oraciones me sabía.

-¿Cómo era la Virgen?

-Ah pos un poco tosca, perdonando la expresión. Lorenzo la había tallado en el tronco y luego pintado de colores muy furris, a toda velocidá y en la oscuridá de la noche, pa que nadie lo madrugara y antes de empezar los títeres se le cayera todo el teatrito. Se daba un aire a la Virgen del Carmen onque la túnica y la corona eran más bien como de Nuestra Señora de Guadalupe. Pero eso es lo de menos: a usté le dicen que se apareció la Madre de Dios y, si tiene fe, se lo cree todo y hasta mira lo que otros no ven; me canso que sí.
Ai en la huerta Aurorita había montado un tenderete de veladoras, cirios, reliquias y milagritos de oro y plata. Junto al árbol taban dos botes grandes pa que los creyentes echaran la morralla y recibieran indulgencias. Como al ojo del amo engorda el caballo, Lorenzo y Aurorita no se movían del altar y todo el tiempo rezongaban: "Una limosna para el Santuario de Nuestra Milagrosa Virgen del Árbol del Paraíso. Un óbolo para la edificación de su capilla. Dé lo que sea su voluntad que la Madre del Cielo se lo multiplicará en bendiciones".
Si alguien quería irse sin soltar los centavos, Lorenzo y Aurorita le recordaban su deber de pagar entre todos la iglesia que iban a levantarle a la Virgen. Quien no cumpliera con sus Sagrados Deseos no recibiría su Bendición.

-¿Y usted qué hizo?

-Me puse trucha y, onque andaba todo fachoso y comido por los piojos como cualquier animal, me seguí de filo recitando la Magnífica: hincado, con los brazos en cruz y los oclayos en blanco. Y en eso estaba cuando llegó una viejita con harta lloradera a dar las gracias por algo. Tras ella iba, arrastrando muletas, un joven con un milagrote de puritito oro que fue a prender en un manto azul a los pies de la Virgen. La rucaila daba las gracias por la salvación de su hijo, sepultado en un derrumbe. Los dos andaban tan emocionados que ya mérito les da un telele.
Entonces un indio mecapalero le dijo a Lorenzo que, como la Virgen era tan milagrosa, había que avisarle al obispo como Dios manda. Lorenzo tiró a lucas al metiche y nos apantalló con su respuesta:
-La Santísima Madre del Salvador no quiere saber nada de curas hasta que no tenga su basílica- Lo hubiera usté oído. Qué bruto, cómo se adornó el cabrón al decir eso. Parecía como si él fuera el Santo Padre que acaba de hablar con la Virgencita.
Don Jesús puso agua a la lumbre. Luego que me di mi manita de gato el viejo chopas me prestó ropa limpia y, todo sombrerudo y de calzón blanco, fui a que me presentara con sus patrones. Lorenzo tenía una cara de jijo de la chingada que todavía le estoy viendo.
Muy relamido, muy sangrón, pelo echado patrás y más envaselinado que el carajo, bigotito de charro montaperros, patillotas.
Aurorita no era lo que se llama un cuero: estaba buenona, entrona, pero un poco gordales y se veía muy aplaudida (a lo mejor antes de casarse ruleteaba).
El caso es que los dos piojos resucitados se creían la divina garza envuelta en huevo. Querían hacernos sentir a los demás que éramos una manda de indios pendejos sólo porque eran más blanquitos los cabrones.
Nomás oyeron mi jarabe de pico y calaron con quién estaban tratando. Me canso ganso, cómo carajos no. Onque anduviera vestido así, a leguas se notaba que yo había estado años y años en la ciudá y no era un pobre campesino inorante. Les dije que me llamaba Ulalio Domínguez, nombre de mi abuelito que en paz descanse, y les conté las mismas largas: vendedor de chingaderas, desmadrado por ladrones, perdido en esas tierras sin agua. Me creyeron y me invitaron a cenar: jamón serrano, lomo, chorizo, queso de bola, brandy español.
Pensé: "Está haciendo el negocio de su vida pero se van a encontrar la horma de su zapato. Me cae que sí.
Pa semblantearlos, les dije, como por no dejar: -Fui monaguillo y sacristán. Iba a entrar al seminario cuando vino la guerra cristera y cerraron todas las iglesias-. Entonces me pidieron que me quedara pa guiar el Rosario, tratar con los devotos y echar un ojo a las limosnas. -¿Cuánto nos cobraría al mes? -. De puro aventado les contesté: -Mil pesos-. No se imagina usté lo que eran mil del águila en aquella época. Y yo que los veía tan pichicatos y cuentachiles como todos los patrones a los que les dio en la madre la revolufia, me llevé la sorpresota de que me contestaron: -Oquey-. Cuándo estarían sacando los muy jijos a costa de tantear a puro muerto de hambre.
Total, como le iba diciendo, ai don Chuchales, que era buena gente, mizo un ladito en su tejuil. Y como soy medio querendón y bien labioso me volví cuate de los ejidatarios. Me agarraron confianza y yo, que tengo concha, pus nomás me acuarilé pa dejarme querer y nunca saqué las uñas. También frente a Lorenzo y Aurorita yo siempre navegaba con bandera de pendejo.

-¿Le contaron la verdad?

-Ni una palabra. Teníamos cosas que no se preguntan. Cerré el hocico, ellos también, y todos contentos. Les entregaba las limosnas completitas y ni siquiera cuando me tocaba pasar la charola me clavaba centavos. Lorenzo y Aurorita me agarraron fe; creían que con buen sueldo nadie se avorazaba. No pensaron que quien nace pa geranio siempre encuentra su maceta.
Además, aquí entre nos y muy en confianza, le diré que cuando Lorenzo se iba a cambiar los fierros por billetes, me cobraba horas extras dándole vuelo a la hilacha con "Aurorita. Yo no era muy tipo que digamos pero estaba medio jovenzón no tenía esta panzota de pulquero que ora me boto, ni esta papadóuer ni estas patrullas de gallo. Lo único que me queda son las ganas, pero a lo macho que no faltan viejas que anden suspirando pa que les haga el favor. Esa sí era vida ¿no?, chamba a toda madre y buti cachuechazo.

-Oiga, pasando a otro asunto: ¿el gobierno estatal no mandó a investigar qué estaba ocurriendo?

-Ni se enteraron los muy tarugos. O si sabían, bien que lo disimularon. Después de tantos muertos se habían hecho las paces con la Iglesia y entonces la política era no meterse en cosas de religión.
Igual siguen ahora.
Luego le mueven y se puede armar un desmadre de los mil demonios... Onque pensándolo bien, se me hace que Lorenzo tenía palanca con los meros meros. Quién quita y se había arreglado hasta con el gobernador y le pasaba su corta feria... Bueno, pa no hacerle el cuento largo, la Virgen siguió haciendo cada día más milagros. La indiada de por ai dejó de ir a las iglesias pa venirse nomás al rancho.

-Y los curas ¿no protestaron?

-Qué va. Le sacaban coyonamente al asunto o a lo mejor también creían en el milagro, sabrá Dios. El caso es que la aparición pegó con tubo. Corrió tanto la fama de la Virgen milagrosa que venían hasta familias decentonas de los lugares importantes. Y eso que no había carretera sino una brecha de arrieros que desconchiflaba cualquier carro. Nadie se olió el tejemaneje.
Se dará idea de cuánta gente iba a pedirle o a agradecerle favores a la Virgen con que le diga que, al mes de mi llegada, los retablos casi tapaban los árboles de la huerta, los milagros ya no cabían en el altarcito y los empacábamos en la alacena de la casa grande. Los más corrientes los revendíamos ai mismo, pus ni madres que alguien se diera cuenta. Los de oro y los especiales, Aurorita se iba a México a venderlos al chas chas afuera de la Basílica. Qué agusada ¿no?
Claro que todo estaba que ni mandado a hacer pa la aparición de la Virgencita. Ya había terminado la persecución religiosa pero muchas iglesias del campo seguían cerradas. La gente llevaba años sin tener a quén rezarle de bulto. Todo andaba hecho bolas. Acababan de parcelar las haciendas. Lorenzo y Aurorita se quedaron sólo con el casco de la que fue la propiedá de don Lorenzo padre.
Imagínese usté, después de tantísimo años de guerra y reboruje, siglos y siglos en que no tuvieron ni un petate en qué caerse muertos, de la noche a la mañana los peones se habían vuelto ejidatarios y eran dueños de las tierritas que antes trabajaban pal patrón. Nadie los mandó a la escuela y no sabían muy bien qué hacer. Y cuando menos lo pensaban que se van encampanando con una Virgen que se aparece, los aconseja, los saca de problemas.

-¿Eso cree usted?

-No, es más o menos lo que luego dijeron los periódicos. Sea como sea, las cosas nos estaban saliendo tan a todo dar que yo, me pinto solo pa las corazonadas, me decía: "Fíjate bien, Anselmo, ándate con cuidado que esto no dura mucho. Un día saldrá todo el enjuague.

-Sí, sí, pero, ¿cómo acabó todo el asunto?

-Pérese, pérese. No coma ansias, agárrese con veinte uñas que ora viene lo bueno.
No creo que nunca se me olvide la pinche tarde en que Lorenzo fue a comprarse un carro nuevo.
Luego de abrocharme a Aurorita, estaba junto al árbol cuidando las limosnas, muy quitado de la pena, cuando vi nubarrones en las montañas.
Me hice guaje.
En esta tierra tan árida nunca llueve en verano.
Dónde me iba a imaginar que de repente ¡cuas! que se oye un trueno y ¡zúmbale! que se deja venir el aguacero.
Y mientras las viejas se enrebozaban y los tipos se enjaretaban los sombrerones ¡rájales! que la lluvia desmadra los techitos de palma y ¡zácatelas¡ que la Virgen comienza a despintarse.
Se me enchinó el cuerito.
Pensé: "Me lleva la chingada. Ya le salieron las liendres a la leona".
Le hice la promesa a la Santísima Virgen de Guadalupe de que si me sacaba del atolladero iría de rodillas desde Santo Domingo hasta el Altar Mayor de la Basílica.
La gente se quedó de a seis al ver cómo escurrían los colores por el tronco y sólo iba quedando el bulto tallado a navajazos por Lorenzo.
Todo en menos de un minuto ¡palabra!
Entonces me dije pa mis adentros: "Mejor vas ahuecando el ala, Anselmo. Esto se va a poner del cocol. Más vale que digan aquí corrió que aquí murió".
Aproveché que todos estaban apendejados sin creer lo que veían, corrí a la casa grande, busqué por todas partes a Aurorita, quién sabe dónde carajos se había metido, y, como no vi a nadie, me embolsé la pistolóuer que Lorenzo guardaba en el escritorio, forcé la alacena y ¡no faltaba más! agarré el dinero.
El güey de Lorenzo me había hecho el favor de cambiarlo en puro billete grande.
Y que me voy adonde los fieles dejaban sus monturas y que me trepo a un caballo y que salgo hecho la mocha con un cus-cus que pa qué le cuento.

-¿Cómo pudo escapar?

-Toda la noche traquetié por montes y barrancos encabronados. De repente mi cuaco dio el zapotazo. Al ver que ya se iba a petatear saqué la matona y le metí un balazo en la chiluca pa que no sufriera el pobre ai tirado.
Al fin y al cabo sin el penco que la Divina Providencia puso a mi alcance, me cortan los güevos todos los méndigos que habíamos pendejeado.
Con un dolor muy perro en las que le conté, anduve camine y camine con mi tambache retacado de harta lana.
Al día siguiente llegué a una estación, me azorrillé horas y horas entre los vagones de carga y tuve chance de alcanzar el tren de México.

-Qué increíble. ¿Y luego?

-Me encerré varios meses, disque enfermo, en un hotel de la Colonia Obrera, sin salir ni a la esquina.
Mandé comprar los periódicos y supe que a Lorenzo lo mataron los ejidatarios que habían sido sus peones, encabezado por don Jesús, el viejales que me tuvo en su casa.
Lorenzo llegó en el carro nuevo y se anunció con el claxon. Onque seguía lloviendo a jicarazos, el pendejo no se olió lo que estaba pasando ni nomás atrasito de la casa grande, en la huerta.
Cuando oyó el rebumbio se le prendió el coco. Dio vuelta en redondo y quiso pelarse. No había modo de acelerar entre tanto lodo y pedrería. Lo bajaron a chingadazos y lo machetearon hasta hacerlo picadillo. Colgaron su fiambre en una rama del árbol del paraíso. ¡Pobre cuate! Si no fuera por él, no se me ocurre nunca el negocio.
Usted no me lo va a creer pero palabra de honor que igualito decía el periódico: apenas dejaron a Lorenzo hecho puré y colgado de las patas como tlacuache, cayó un rayo en el árbol.
La indiada se asustó y don Jesús gritó que era una venganza del Cielo por el sacrilegio y el robo: el Señor exigía más sangre para vengar la ofensa a su Madrecita.
Entonces se fueron a buscarme y a buscar la marmaja.
Cuando van viendo que en los cajones ya no había centavos -los fierros que ellos mismos juntaron con tanto trabajo y dieron con tan buena voluntad- ¡jijos! pa qué le cuento.
Eso fue la puntilla. Tan devotos que estaban y tan encabronadísimos que se pusieron; incendiaron la casa grande y acabaron con todo lo que tenían enfrente.

-¿Y Aurorita?

-En medio del demoche y desgarriate la hallaron entre los maizales, temblando como un perro. El miedo la atarantó. Claro que pa mí fue una suerte no encontrarla en la casa grande, porque si no ni modo de correr; Aurorita estaba empreñada y bien que me hubieran dado matarile.

-¿Qué le hicieron?

-La pobre, al ver que se le echaban encima, primero los insultó y les dijo: "Indios patarrajada"-. Cuando empezaron a apedrearla les pidió perdón y prometió devolver hasta el último centavo. Qué le iban a hacer caso. Los mismos que creían medio santa a la patroncita por ser la que primero vio a la Virgen la hicieron polvo con la bala fría.

-Qué horror. ¿Supieron que usted se había llevado el dinero?

-¡Hombre¡ quién más, ni modo que hubieran tantos chingones. Don Jesús y mis otros cuates juraron que
me iban a buscar por cielo y tierra y cuando me hallaran me machacarían los tompiates y me despellejarían vivo.
Pero se les cebó.
Nací con reteharta suerte, verdá de Dios.
A don Jesús lo fusilaron por el asesinato de Lorenzo y Aurorita.
A los demás que no tuvieron pa la mordida los embotellaron no sé cuántos años.
¿No le digo? Habemos unos que chingamos al que se deja pero el pobre indio del campo siempre paga los platos
rotos.

-Y a usted ¿no lo pescaron en México?

-Nuncamente. Luego luego le echaron tierra al topillo pus, como siempre pasa, podía enredar gallones que volaban muy alto. Y quién se iba a imaginar que el más grande de todos los tracaleros estaba dándose la buena vida... Hasta que me chupé la última limosna y me quedé otra vez en la quinta chilla, en la más competa prángana.

-Qué bárbaro. ¿Y después?

-Bueno -concluyó Anselmo- ora le toca decidir a usté. Ya le dije a lo macho como anduvo la cosa hace unos años. Volví a jugármela y, si me echa una mano, le juro que otra vez me hago rico y a usté le toca una buena tajada. Pero si le zacatea a la movida chueca, orita mismo se me larga, mi cuate. Porque esto de las apariciones es cuestión de purititos güevos, y hay que andarse con prisas porque el verano ya se está acabando.
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