sábado, 23 de mayo de 2015

Evolución Biológica


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EVOLUCIÓN BIOLÓGICA

La teoría de las características adquiridas fue propuesta por un francés de nombre Jean Baptiste Lamarck, al principio del siglo XIX.




Escribió un tratado del reino animal, “Filosofía Zoológica”, en el que explicaba sus ahora desacreditados puntos de vista sobre la herencia y la evolución que habían sido en respuesta a aquellos pensadores que en su tiempo mantenían la idea de que todos los seres vivos de la tierra habían sido creados en los comienzos del universo por un acto especial de Dios, y que desde entonces habían permanecido inalterados.

Lamarck creía que sí habían cambiado. Sostenía que cualquier organismo podía permanecer invariable tan solo el tiempo que permaneciera sin cambiar el medio en el que vivía. Cuando el medio cambiase, el organismo también tendría que cambiar.

“Grandes alteraciones en el ambiente de los animales -escribía- conducen a grandes alteraciones en sus necesidades, y estas alteraciones en sus necesidades conducen forzosamente a otras en sus actividades. Y si las nuevas necesidades se hacen permanentes, los animales adoptan, entonces, nuevos hábitos que se conservan tanto tiempo como las necesidades que los han originado”.

“El desuso total de un miembro -escribía Lamarck- tiene como resultado su desaparición gradual en beneficio de un mayor desarrollo de otros miembros del animal, poco a poco se debilita y se reduce hasta que por último, cuando el desuso se prolonga durante un periodo largo, el miembro en cuestión acaba por desaparecer”.

Con esta manera de pensar Lamarck se explicaba todas las fases del desarrollo evolutivo de los animales. Del mismo modo pudo explicarse también por qué no tienen dientes las ballenas, ni los osos hormigueros, ni los pájaros.

  En algún punto de la línea evolutiva que han seguido, proponía Lamarck, los tuvieron, pero después, a fuerza de usarlos cada vez menos, acabaron por perderlos. 

Análogamente aplicaba el razonamiento a otras especies: hay aves que son palmipedas porque sus antepasados se vieron en la necesidad de nadar. Otras tienen garras, como el halcón, porque a sus antepasados les gustaba posarse en los árboles y tuvieron que encontrar algunas formas de agarrarse a las ramas, etc. Cuando en una generación se hubiera producido la modificación de una parte del organismo, el cambio sería transmitido a la descendencia nacida después de producirse la innovación. 

Conviene tomar buena nota de la teoría de Lamarck porque en cierto sentido es muy seductora.

Esta forma de considerar la herencia y la evolución se mantuvo en boga hasta los últimos años del siglo XIX, siendo entonces impugnada por el zoólogo alemán August Weisman con un acertado experimento ridiculamente simple: cogió una veintena de ratonces, les cortó el rabo y dejó que se reprodujeran. Evidentemente, los ratoncitos nacieron con cola.



El cambio es un producto del azar. Aunque en un organismo vivo pueden ocurrir miles de cambios, sólo una pequeña parte de ellos van a servirle para mejorar. Y cuando esos pocos cambios favorables aparecen los organismos sobreviven porque aquéllos han ocurrido en un medio donde la innovación supone casi a “posteriori”, alguna nueva ventaja biológica para su portador. Los cambios evolutivos basados en la variación de un gen tienen que ser juzgados con arreglo a los cambios que se produzcan simultáneamente en el medio. En determinadas ocasiones los cambios aparecidos representan ventajas biológicas y persisten. Pero otras veces resultan perjudiciales, y el organismo portador de la secuencia alterada de nucleótidos acaba por desaparecer. 

Esta selección, que consiste en mantener a los más aptos y eliminar a los menos adaptados, es el proceso que se conoce como selección natural.

Uno de los casos más celebres de variación genética, que ilustran elocuentemente la relación establecida entre un organismo vivo y su medio ambiente variable, es el de una polilla inglesa. 




Hace 300 años, Inglaterra estaba poblada de bosques con árboles de corteza blanca, lugar favorito para una especie de polilla de color blanco. Dentro de esta misma especie había otra variedad, no particlarmente abundante de polillas de color negro; en el momento en que se posaban en los troncos blancos de los árboles se convertían en fácil presa de las aves insectívoras. 

La variedad negra producía una descendencia suficiente para sobrevivir, pero debido a la alta tasa de mortalidad llevaba una existencia más bien triste.

La variedad blanca, en cambio, se multiplicaba más aprisa y vivía favorablemetne amparada por su color. 

Mientras el medio no cambiase las polillas negras serían las portadoras de la variación perjudicial del gen responsable de la coloración de la polilla, aunque no fuera necesariamente de destrucción total de sus individuos, 

Pero, de pronto, el medio empezó a cambiar: por todas partes comenzaban a instalarse fábricas que al funcionar lanzaban al viento humos de sus chimeneas, contaminando al país. El cielo se oscureció, y con el transcurso de los años, al irse depositando hollín en la tierra, los árboles de tronco blanco fueron oscuresciéndose también hasta el punto de que la polilla blanca destacaba claramente contra la corteza oscura de los árboles, ofreciendose como presa fácil para las aves insectívoras. Ahora eran las polillas negras las invisibles, libres para reproducirse y dejar miles de descendientes que poblaran el país. Con el tiempo la variedad negra se hizo dominante y la polilla blanca quedó relegada a un segundo término, luchando por su sobrevivencia. 
La polilla negra no aparece como respuesta a un cambio repoducido en el medio, sino que, por el contrario, ya estaba presente tiempo atrás, aunque no se beneficiara de mutación hasta el preciso momento en que se produce el cambio del medio ambiente en el que evolucionaba.

Otro ejemplo de variación genética es el de las moscas inmunes al insecticida DDT. 
Muchas personas suelen afirmar que las moscas se han vuelto inmunes al DDT, como si estas minúsculas criaturas ejercieran una respuesta inteligente frente a la aparición en su medio de este insecticida. Las moscas no se vuelven inmunes al DDT, sino que en algún punto de su línea genealógica  apareció una mutación que confirmó a algunas de ellas una cierta resistencia a este insecticida. 

Antes del lanzamiento comercial del DDT, la mutación ya estaba presente, tal vez desempeñaba una función importante o tal vez, simplemente, era transportada de generación en generación como una característica irrelevaante. 

Cuando se inventó el DDT y con él se empezó a fumigar por todas partes, las moscas portadoras de la mutación poseían una estructura biológica ventajosa, gracias a la cual pudieron sobrevivir en un ambiente cargado de insecticidas, donde, por el contrario, las moscas normales murieron irremisiblemente.

A medida que pasa el tiempo, mutaciones antes ignoradas cobran importancia en un momento dado, otorgando a algunos organismos la capacidad de supervivencia, mientras que, simultaneamente, otros organismos quedan privados de esta facultad. Una mutación que priva a un ser vivo de alguna de sus propiedades,a veces, supera con mucho a aquellas que suponen cambios positivos. Los mutantes útiles son como agujas perdidas en un pajar de mutaciones perjudiciales. 

Aunque sepamos con seguridad que la aguja está allí enterrada, resulta difícil encontrarla. Pero si la aguja es muy valiosa, la tarea de buscarla puede facilitarse prendiendo fuego al pajar y buscándo entre las cenizas. El papel que desempeña el fuego de esta parábola es el mismo que juega la selección natural en la evolución biológica.
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