lunes, 14 de agosto de 2017

Anécdotas (Oscar Wilde)

0303 174 20

ANÉCDOTAS DE 
OSCAR WILDE


-Emilio, ¿qué se podría decir del gran Oscar Wilde?

La frase oportuna salía siempre de sus labios en el momento preciso.

Sus ocurrencias han merecido los honores con mayor frecuencia que las de hombre alguno.

“El deber es lo que esperamos que hagan los demás.”

“Puedo resistirlo todo -menos la tentación.”

“Tengo que rehusar su invitación porque he aceptado otra después.”

“Las mujeres nos aman por nuestros defectos. Si tenemos los suficientes, nos perdonarán todo lo demás, incluso que seamos más inteligentes”.

“Disculpe usted que no lo reconociera: ¡he cambiado tanto!”

La conversación de Oscar Wilde no era, sin embargo, un monólogo. Sabía escuchar con despierto interés; y había hecho un arte de la habilidad de llevar la convesación en forma tal que prestase a los demás ocasiones de lucir lo mejor de su ingenio. 

Sus máximas ocultaban con frecuencia graves pensamientos bajo ligeras apariencias, cualidad que se aprecia muy bien en ellas, no menos que en la siguiente observación: 

“La humanidad se toma demasiado en serio- ése es el pecado original”.

“La propia censura es un lujo. Cuando nos reprochamos algo, sentimos que nadie más tiene derecho a hacernos reproches. La fuente de la absolución no es el sacerdote, sino la confesión.”
 
En el colegio de la Trinidad,en Dublin, cierto valentón se mofó groseramente de un poema de Wilde. Incorprose éste, cruzó la clase y abofeteó al desconsiderado burlón. Se concertó la natural pelea y con gran sorpresa de todos los presentes, el poeta dejó tendido en el suelo al valentón.

Sin embargo, ningún hombre podría emular el exhibicionismo de Wilde. Por mera arrogancia, combinada con el sublime don de su regocijado ingenio, se hizo famoso en dos continentes a los veitisiete años de edad y sin haber publicado una línea que valiera la pena de leerse.

-¿No me podrías contar algunas anécdotas de Oscar Wilde?

----------------------------

Una vez contestó solemnemente a alguien que le preguntó en qué había empleado el día:

“Estuve corrigiendo la prueba de un poema toda la mañana y quité una coma. Por la tarde la volvía poner”.

En otra ocasión, un hombre llamá a la puerta de Wilde.

-Vengo a recaudar el impuesto -dijo.

-¡Impuestos! ¿Por qué tengo yo que pagar impuestos? -replicó Wilde con majestuosa indignación.

-Verá usted, señor. Usted es el inquilino de esta casa ¿verdad? vive aquí, duerme aquí...

-Es cierto, amigo, pero vea usted duermo horriblemente mal.

Otra vez entró en la tienda de una florista y pidió a la empleada que sacase unas flores de la vidriera.

-Con  mucho gusto, señor. ¿Cuántas quiere usted?

-Ninguna. Muchas gracias. Sólo le he pedido que las saque de la vidriera porque tienen el aire de estar cansadas.

Era puro exhibicionismo y Wilde sabía muy bien el efecto que produciría sus extravagancias. 

Su nombre no tardó en ser conocido e los Estados Unidos, y en 1882 efectuó una gira de conferencias. 

En esa ocasión desilusionó a su empresario negándose a pasear por Broadway con un lirio en la solapa se excedió lo bastante en su atavío y dijo suficientes ingeniosidades a los periodistas para asegurar el éxito brillante de la gira. 

Ninguna triquiñuela publicitaria dio resultados tan copiosos como las tres palabras que dijo Wilde en el muelle al funcionario de aduanas que le preguntó si tenía algo que declarar: 

”Mi genio únicamente”.

“En los Estados Unidos la vida es una continua expectoración.”

“La costumbre estadounidense de colgar los cuadros cerca del techo me pareció el principio irracional. Tuve que ver los cuadros para comprender cuán ventajosa era la costumbre.”

“El crudo comercialismo de los Estados Unidos y su indiferencia por el aspecto póetico de las cosas se deben exclusivamente a que el país ha consagrado héroe nacional a un hombre que, según confesión propia era incapaz de decir una mentira.”

All recibir un telegrama de la población de Griggsville que decía: “¿Quiere darnos una conferencia sobre estética?” Wilde contestó: “Empiecen por cambiar el nombre de la villa”.
-----------------------------

La esposa de Oscar Wilde, Constancia, era una bella muchacha tan callada como conversador era su marido. 

“La adoro” decía él, ”porque no habla nunca y siempre tengo que adivinar cómo serán sus pensamientos”.


A juzgar por el único caso conocido, sus pensamientos no se parecían a los de Wilde. Profundamente religiosa, manifestó un día la fervorosa emoción que le inspiraban los misioneros.

-¡Los misioneros, querida! -comentó él- ¿No te das cuenta de que los misioneros son el alimento que la providencia envía a los pobres caníbales hambrientos? Siempre que los caníbales están a punto de morir de hambre, los cielos, en su infinita misericordia, envían un misionero regordete.

-¡Oh, Oscar! -repuso Constancia- ¡no es posible que estes hablando en serio!

Wilde acostumbraba decir que “la base adecuada para el matrimonio era la mutua incomprensión”; y su matrimonio fue un éxito completo durante muchos años. Tenía dos hijos a quienes adoraba: ellos, prendados de las historias fabulosas que les contaba, lo tenían por un ser perfecto. Fue ese   amor por sus  hijos lo que dio pábulo a su verdadera carrera de escritor.

————————————


La cosa más agria que Wilde escribió en calidad de crítico fue este elogio al brillante, pero autoendiosado, pintor estadounidense, James McNeill Whitler:

     “En mi opinión, es uno de los grandes maestros de la pintura. Debo agregar que el señor Whistler está enteramente de acuerdo con mi opinión”.

Ésta fue la primera escaramuza de una batalla de ingeniosidades en la que Whistler logró sobre el campeón un triunfo que fue muy sonado. 

En una exposición de cuadros de Whistler celebrada en Londres, un crítico de arte del Times iba diciendo que una obra era buena, otra mala, y así sucesivamente.

-Amigo mío- le interrumpió Whistler- nunca diga que este cuadro es bueno y aquel malo. Bueno y malo no son palabras que usted debe empelar. Diga “esto me gusta” o “esto no me gusta” y estará en su derecho. Ahora venga a tomar una copa, cosa que de seguro le gustará.

-¡Me gustría haber dicho eso!-exclamó Wilde con generosa delectación.

-¡Lo dírás Oscar, lo dirás! -repuso socarronamente Whistler.

----------------------------------------------------

No hay comentarios: