viernes, 20 de octubre de 2017

El Estados Unidos Bronco

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EL ESTADOS UNIDOS BRONCO




Lorenzo Meyer
02 Feb. 2017

Jesús Reyes Heroles aconsejó a las élites mexicanas no despertar al "México Bronco". Pues bien, en el país vecino un millonario sin experiencia política decidió despertar al "Estados Unidos Bronco".

Por lo que a nosotros concierne, la nueva administración norteamericana ha dejado en claro que, para ella, México no pertenece a la América del Norte. 

Si en el siglo pasado se aceptó a Carlos Salinas y a su país como americanos del norte bona fide, ahora, sin mayor negociación, un Washington envuelto en un nacionalismo étnico ha cancelado esa aceptación.

En el salinismo, y como bien lo sintetizó un ex embajador de Francia en nuestro país, Alain Rouquié, el gobierno se propuso hacer que México abandonara su carácter latinoamericano y abrazara la geografía para presentarse como país del norte (Le Mexique, un État nord-américain, Fayard, 2013, pp. 306-314). Hoy, ante el brutal rechazo de los "socios" norteamericanos, México -gobierno y sociedad- está obligado a repensar su definición frente a sí mismo y frente al mundo.

En palabras del nuevo presidente norteamericano, el nuestro es un país que desde la entrada en vigor del TLCAN -1994- se ha aprovechado de Estados Unidos y eso ya no lo va a tolerar. Los indicadores de tal abuso son: la presencia masiva de mexicanos indocumentados (más de 5 millones) y una balanza comercial que favorece a México por casi 60 mil millones de dólares anuales. Desde esta óptica, en su carácter de maquiladores y trabajadores indocumentados, los mexicanos han "robado" empleos norteamericanos y además han llevado el crimen a la vida cotidiana de Estados Unidos. Por ello las dos primeras órdenes ejecutivas del nuevo Presidente fueron para construir la muralla en la frontera sur y añadir más de 10 mil efectivos al sistema de migración. Las firmó teniendo como testigos de honor a familiares de víctimas de criminales indocumentados. Así pues, y como no hay un mar, una gran cordillera o una gran depresión o río inmenso entre los dos países, Estados Unidos planea hacer lo que natura no hizo: un gran muro, lo vigilará a conciencia y obligará a México a costearlo.

Es posible, como parecen suponer algunos altos funcionarios mexicanos, que finalmente se encuentre la forma de renegociar el TLCAN, que la "gran muralla" no sea abiertamente financiada por México y que no haya deportaciones de magnitud mayor que las del pasado inmediato. (En el primer gobierno de Barack Obama, 2.3 millones de mexicanos fueron capturados al entrar ilegalmente a Estados Unidos o deportados por estar sin documentos migratorios [Meza González, Liliana, "Mexicanos deportados desde Estados Unidos: Análisis desde las cifras", http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-89062014000200009]). 

Sin embargo, una cosa ya es clara: la relación bilateral ha sufrido un cambio drástico y ni el gobierno mexicano ni la sociedad mexicana deben pretender que tras la tormenta se puede retornar al "business as usual". Debemos aceptar que esta es una coyuntura crítica, que va a tener un costo y que estamos obligados a construir un proyecto nacional independiente para el siglo XXI.

 La coyuntura crítica

El desastre económico en que concluyó el nacionalismo revolucionario en 1982 demandaba un cambio a fondo tanto del sistema económico como el político. Sin embargo, el gobierno de Carlos Salinas impulsó transformar al primero para preservar al segundo. Convenció al Washington de George H. W. Bush de la conveniencia de revitalizar a la economía mexicana vía su incorporación como apéndice de la norteamericana a cambio de darle una nueva oportunidad al viejo sistema político que, por autoritario y predecible, le había sido muy funcional a Washington en tiempos de la Guerra Fría. Al final, el PRI debió dejar "Los Pinos" en el año 2000 para refugiarse en los estados, pero el partido de relevo, el PAN, no estuvo a la altura y terminó por aceptar jugar con las reglas del priismo y, tras dos sexenios de desgaste, el PRI recuperó la Presidencia con nuevos cuadros, pero con su vieja cultura intacta y una ilegitimidad creciente. Y entonces ocurrió lo inesperado; tras casi un cuarto de siglo, el TLCAN, pese a estar reforzado por la privatización de los energéticos, no logró sobreponerse al embate del Estados Unidos bronco.

Hoy México vive dos crisis políticas: una interna que se venía gestando desde que el gobierno de Vicente Fox no pudo o no quiso cumplir con su papel histórico -desmantelar el sistema heredado y empezar a construir en México el verdadero Estado de derecho- y que, con el retorno del PRI en 2012, se agudizó. Se trata de la crisis de la transición frustrada. La segunda crisis fue inesperada, la provocada por el reacomodo -brutal- de las fuerzas políticas dentro de Estados Unidos y que ha llevado, entre otras muchas cosas, a poner en duda la pertenencia de México a la América del Norte.

En la actual coyuntura crítica ambas crisis se entrelazan y refuerzan. Para resolver la externa se debe enfrentar también la interna. Sin una reestructuración a fondo de su sistema político México no podrá enfrentar con éxito a unos Estados Unidos desbocados.

Una que pueda superar, de una vez por todas, la herencia del priismo-salinismo. Hoy más que en otras ocasiones, la mejor política externa debe ser una buena y honesta política interna.
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