domingo, 1 de octubre de 2017

Pato Cojo

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PATO COJO  



Denise Dresser
29 Ago. 2016

Un pato lastimado. Un pato cojo. Un "lame duck". Un pato que salta, tambaleante, en un solo pie. Así es Enrique Peña Nieto en lo que queda de su Gobierno.

Dos largos años sin esperanza, sin conducción, sin mapa de ruta. Desaprobado por la población y despreciado por su propio partido. Reprobado por la opinión pública y la prensa internacional.

El Presidente que lo es por el título que posee, pero no por lo que puede hacer con la investidura que ha maltratado y manchado. 

El Presidente fallido al frente de un Estado que flaquea en sus tareas primordiales de asegurar la seguridad, la estabilidad, el crecimiento, los derechos humanos, la equidad, la ley.

Porque el pato principal al frente de la parvada ha caído a tierra tantas veces que su recuperación se vislumbra imposible.

Como escribió Javier Malagón en Twitter: 
"Es sólo una tesis, una Casa Blanca, un departamento en Miami, 43 estudiantes, una gasolina 47 por ciento más cara, un peso devaluado 30 por ciento, unas reformas que no funcionan, una economía rota, una tasa de desempleo en aumento".

Y más. Un largo etcétera producto en parte del contexto internacional pero también -y principalmente- de la gestión presidencial. Error tras error, escándalo tras escándalo, decisión cuestionable tras decisión cuestionable.

El recuento de un sexenio que prometía tanto y cumple con poco. Por la falta de pericia política de Peña Nieto y quienes lo rodean. Por la corrupción que no perciben como problema y siguen condonando entre los más cercanos. Por la mala instrumentación de reformas necesarias, pero saboteadas por la cuatitud o la colusión o la incompetencia.

Quizás también por la provincia de la cual proviene el pato presidencial. Ese paraje del patrimonialismo que es Atlacomulco, con sus pactos de impunidad y su manera de pensar en chiquito y su compadrismo y sus reglas para la política que tanto la han dañando.

El PRI del Estado de México que se trasladó al escenario nacional y ha fracasado allí debido a la corrupción que carcome su actuación. El ADN de Carlos Hank González presente en cada uno de sus pupilos, en cada uno de sus vástagos.

El buitre que parió patos. Patitos ahora perdidos porque el lago era demasiado grande para ellos, el oleaje era demasiado fuerte para los párvulos. Estaban acostumbrados a la lógica de "el político pobre es un pobre político", pero cuando la intentaron seguir en el nuevo milenio les cortaron las alas.

Los periodistas independientes como Carmen Aristegui que no han cejado de investigar. Las organizaciones de derechos humanos que no han parado de denunciar.

El frente opositor existe y es cada vez mayor, pero no está en los partidos de oposición. Está en la calle, en las redes sociales, en Facebook, en las universidades, en la mente de cada mexicano que mira a Peña Nieto con desdén.

Y el problema no es sólo de percepción. No es sólo de mal humor social. No es sólo un tema de los que son tildados de envidiosos o rabiosos o amarillistas que critican por criticar.

Los números no mienten, los datos no cuadran, las cifras no logran sostener lo que el Gobierno sigue tratando de vender. He allí la revisión a la baja de las perspectivas de crecimiento anunciada por la calificadora Standard & Poor's.

He allí la nota reciente de Bloomberg hablando de los niveles de endeudamiento de esta administración -34.5 por ciento del PIB- similares a los del último año del sexenio salinista.

Muchos hablando ya de un contexto similar al que gestó la crisis del "Efecto Tequila". Diciendo que el Presidente de México "está en peligro serio".

Parte del problema no es su culpa. No recae sobre sus hombros la caída de los precios del petróleo ni la devaluación del peso ni la lenta expansión de la economía estadounidense.

Pero sí es su responsabilidad la creación de un entorno en el cual la desconfianza se traduce en falta de inversión y en fuga de capitales.

Sí es su responsabilidad permitir que Luis Videgaray haya endeudado de tal manera al país, canalizando los recursos adicionales al gasto corriente, a sueldos y salarios, a ciclos electorales, al financiamiento cotidiano de la corrupción.

El Gobierno gasta, pero la economía no crece. El Gobierno gasta, pero no en la inversión pública, sino en la nómina pública. Cargando con un margen de maniobra cada vez menor y una deuda cada vez mayor.

El pato cojo que está arrastrando al país hacia abajo, tras de sí.
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opinion@elnorte.com
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