Richo y Pupe tenían una hija y un hijo
pequeño.
-Tamara, Tamara,- dijo la madre,
-saldremos a trabajar, y traeremos pan, cose un vestido y te compraremos un
pañuelo. Ten mucho cuidado, cuida de tu hermanito Andrei, y no lo dejes salir
de la casa, ya sabes que es muy travieso.
Los padres se fueron y la hija olvidó
lo que le había recomendado su mamita, ella puso a su hermano en el césped bajo
la ventana, salió corriendo a la calle, y fue absorbida por los juegos.
Un cisne mágico se acercó y tomó a
Andrei, y se lo llevó en sus alas. Tamara regresó y encontró que Andrei había
desaparecido. Se apresuró a buscar en cada rincón, pero no lo pudo encontrar.
Tamara lo llamaba, lloraba y se lamentaba de que su padre y su madre la
regañarían severamente.
Corrió hacia el campo abierto, y un
cisne brilló en la distancia y desapareció en la oscuridad del bosque.
El cisne había tenido durante mucho tiempo una muy mala
reputación, ya que había hecho una gran cantidad de daño y había robado uno que
otro niño pequeño.
Tamara se había imaginado que se había
llevado a su hermano pequeño, por lo que corrió tras él. Corrió y corrió hasta
que encontró una estufa.
-Estufa, estufita, dime dónde volaron
los cisnes.
-Si comes mi pastel de centeno te lo
diré.
-En casa de mi padre no se comen
tortas de trigo y menos si son de centeno.
La estufa no se lo dijo, corrió más
adelante y vio un árbol de manzano.
-Manzano, manzanito, dime dónde
volaron los cisnes.
-Si te zampas una de mis manzanas te
lo diré.
-En casa de mi padre ni siquiera se
comen manzanas, nos gustan más las peras.
Corrió aún mas lejos y vio un río de
leche.
-Río de la leche, dime dónde volaron
los cisnes.
-Si comes mi arroz con leche, te lo
diré.
-En casa de mi padre ni siquiera
tenemos arroz.
Ella anduvo por los campos y vagó por
el bosque durante mucho tiempo, hasta que encontró un erizo. Quiso empujarlo,
pero temía que la pinchara, y le preguntó:
-Erizo, erizito, dime dónde volaron
los cisnes.
-Hacia allá, dijo y le mostró.
Corrió y vio una pequeña cabaña que
tenía piernas de cisne que giraban. En la caseta estaba Baba Yaga con el hocico
y las patas veteadas de arcilla.
Andrei estaba sentado en un banco,
jugando con las manzanas de oro.
Tamara lo vio, se arrastró pecho
tierra hasta Andrei, lo tomó, y se alejó con él como de rayo.
Sin embargo, los cisnes volaron tras
ellos, si los alcanzaban, ¿dónde se esconderían?
Llegó al río de leche.
-Río, escóndenos, por favor.
-Si comes mi arroz de leche, le
contestó, sí los escondo.
No había nada que hacer, ella se lo
comió y el río los escondió bajo la tierra, y los cisnes pasaron volando de
largo.
Ellos salieron y Tamara dijo:
-Gracias, y corrió llevandose a
Andrei, pero los cisnes se volvieron y volaron hacia ellos.
¿Qué podía hacer?.
Llegó al árbol de manzanas.
-Manzano, manzanito, escóndenos, por
favor.
-Si comes una manzana lo haré.
Se la comió rápidamente, el árbol de
manzanas los cubrió con ramas y hojas, y los cisnes pasaron volando.
Tamara salió de nuevo y siguió corriendo con Andrei.
Los cisnes vieron a los hermanitos y
volaron tras ellos.
Ahora los alcanzaron, comenzaron a
atacar a Tamara con sus alas, y en cualquier momento se le escaparía Andrei de
las manos.
Por suerte encontró a la estufa en su
camino.
-Estufa, estufita, ¡escóndeme!, 'porfa'.
-Si comes mi pastel de centeno, ya
sabes, lo haré.
La niña rápidamente se metió el pastel
en la boca, entró con su hermanito en la estufa, y allí se sentaron.
Los cisnes graznaron y finalmente se
fueron volando sin recuperar su presa.
Tamara y Andrei corrieron a su casa, y
fue algo bueno que lo hicieran ya
que poco después llegaron sus papitos.
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