martes, 1 de mayo de 2012

Las Japonesas


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            RIUS

             Las japonesitas siempre me han llenado el ojo.
Su figura tan delicada y fragil, tan alejada del modelo latino de cadera fuerte y cimbrante, que termina convertida en una colección de bolas grasosas, siempre ha sido objeto de mi admiración y amor (platonico, por desgracia. Hasta la fecha nunca he sido objeto sexual para ninguna japonesita. Ni modo: será para otra existencia...)
             Porque además de contar con un hermoso cuerpo en pequeño formato, discreto y sensual, las japonesas tienen fama de ser excelentes esposas. Abnegadas, sufridas, calladas, trabajando de sol a sol para satisfacer a su hombre, sin pretender dominarlo.
¿Y no es ése el ideal de mujer que todo macho mexicano sueña con tener por esposa?
Una mujer que no grite, que no engorde, que se conserve joven toda la vida, que sepa atender al marido, hacerle piojito, su masaje japonés, que cocine rico y tenga limpia la casa...
             Ah, subconsciente machista que le sale a uno...
             El problema es que las mujeres japonesas siguen siendo así, pero únicamene por fuera.
Por dentro, los cambios han sido -para el varón japones- catastróficos.
Las japonesitas han cambiado y han dejado de ser aquellas enkimonadas, que debían caminar diez pasos atrás de su hombre, impedidas de salir solas a la calle y obligadas por la sociedad a pasarse la vida dentro de casa, cuidando a los niños y sus abuelos y esperando al marido.
Hay que archivar ese concepto en el ropero de la historia. (O en el basurero: para el caso es lo mismo.)
             ¿Sabían ustedes que la mujer era vista como un mueble?
Cuando la partera anunciaba que la criatura que acababa de nacer era "hembrita", el padre tenía el derecho de venderla o deshacerse de ella depositándola en una casa-cuna.
Nadie pensaba que esa niña pudiera leer y escribir, llegar a profesionista y ejercer su profesión.
Era un sueño.
El papel de la mujer en la vieja sociedad era vivir en la oscuridad del segundo plano.
Como en el teatro Kabuki, cubierta de negro y apoyando al actor princial: el hombre. (Curiosamente, en el teatro Kabuki los hombres hacen los papeles femeninos: las mujeres no pueden actuar en el Kabuki.)
             Los gringos han difundido la idea de que sólo cuando sus soldados ocuparon Japón, las cosas empezaron a cambiar para las japonesitas.
Es un mito.
En realidad, los cambios se iniciaron en 1869, cuando se promulgó y puso en práctica un nueo sistema educativo y se crearon 57 mil escuelas primarias y 256 secudarias, donde la mitad de los alumnos eran mujeres.
Aunque las universidades oficiales siquieron cerradas para la mujer, si podían ingresar en las universidades particulares... si tenían dinero...
             La constitución promulgada por Meiji estableció la igualdad de los dos sexos, terminándose así la discriminación establecida en la Era Samurai, ya que la mujer no podía hacer lo mismo que el samurai: hacer la guerra...
Como consecuencia de esa imposibilidad, la mujer perdió también el derecho sobre la tierra y la igualdad jurídica que había logrado antes de los samurai.
El padre samurai quería tener hijos para el combate, no mujercitas para hacer el té.
De ahí que las mujeres eran sólo consideradas como instrumentos para "proporcionar nuevos hombres".
El campo de batalla de la mujer era su hogar.
Esa era su reino, donde podiá mandar todo lo que quisiera: afuera del hogar no tenía nada que hacer. El hombre samurai vivía en el campo de batalla. La mujer en su casa cuidando a los niños.
             En las clases "inferiores", la cosa era peor: las mujeres tenían que trabajar doble, en el campo generalmente, y en el hogar.
Contrario a lo que pasaba antes de los samurai, cuando recibía en trabajo igual el mismo salario que el hombre, la mujer samurai vio rebajados sus ingresos, ya que no "producia" lo que necesitaba esa sociedad: fuerza militar.
Igual que hoy, la mujer y su trabajo no eran tomados en cuenta.
Alejada del poder económico, la mujer -ayer y hoy- sigue relegada y discriminada.
             Desde luego, como dicen las feministas , hay ahora leyes que establecen la igualdad, pero en la prctica la mujer sigue en el segundo plano del Kabuki.
Poquisimas mujeres están en puestos ejecutivos en las grandes empresas.
Si quieren avanzar en la compañía, deben renunciar a casarse y tener hijos.
             Sin embargo, el inmenso desarrollo industrial y comercial que ha tenido el Japón y lo ha convertido en la sociedad más prospera del planeta, ha tenido que echar mano de la mujer como fuerza de trabajo.
El Japón es un país que no recibe fuerza de trabajo extranjera: apenas en los últimos dos años está empezando a "importar" mano de obra de japoneses de segunda y tercera generación, procedentes de sus antiguas colonias o de países como el Perú, Brasil o México.
Estos braceros, que no hablan japonés y que dificilmente se adaptan al "japonese way of life", han sido aceptados por la sencilla razón de que en Japón los índices de natalidad han bajado alarmantemente.
Los japoneses ya no quieren tener hijos (igual que los samurai) y apenas están produciendo uno y medio por familia. Prevén que para el año 2,000 se tendrá que importar mano de obra. Obreros, pues...
             Esta escasez de brazos ha hecho qeu la idustria y el comercio acepten incluso mujeres casadas, ofreciéndoles trabajos de "medio tiempo". Así, la mujer casada y sin hijos, puede hacerese de un ingreso "extra" para ayudar al marido en el sostenimiento -brbaramente caro- del hogar. La mujer soltera puede tener un trabajo de tiempo completo, pero sin pensar en casarse. Si se casa, pierde el trabajo.
             Sin embargo, esa pretendida "ventaja" económica para la mujer casada, no es tal: sigue sometida a la doble jornada y sólo cobra por un trabajao: el que hace fuera del hogar. ¿Y acaso   -dicen las feministas con razón- el trabajo de la mujer en el hogar no ha contribuido al desarrollo industrial y comercial del país?
             ¿Quién le da de comer al hombre que trabaja, le arregla su ropa, lo viste y lo mantiene en buen estado? El desarrollo capitalista del Japón no hubiera sido igual sin la participación de la mujer como ama de casa. Pero el capitalista no  toma en cuenta ese trabajo, puesto que NO LO PAGA. Y ni modo que sea el marido el que le pague a su mujer...
             En vez de reconocer ese trabajo como trabajo productivo, el capitalista le ofrece un trabajo de medio teimpo. O sea, le da más trabajo en vez de dinero a cambio del trabajo casero. Esa sería la verdadera ganancia e igualdad.
             El único benficiado con esas medidas es el capital.
A cambio de salarios miserables, tienen la fuerza de trabajo de millones de mujeres que, obligadas por el altísimo costo de la vida tienen que trabajar para llevar más dinero al hogar... y a seguir trabajando en casa, como de costumbre, sin paga.
             En la sociedad más avanzada del mundo, la mujer sigue siendo ciudadana de segunda.
Tienen oportunidad de estudiar, de llegar a ser profesionistas, pero a la hora de la hora repiten la situación de las mujeres del Tercer Mundo: o se casan o se dedican a su profesión olvidndose de su vida afectiva.
             O simplemente, vivien explotadas con la doble jornada.
Igual que en el Tercer Mundo en la sociedad japonesa se siguen respetando los viejos "roles": la mujer es la que debe ocuparse del hogar mientras el hombre sale a buscar dinosaurios en forma de yens.
El marido japonés entrega integro su salario a su esposa para que ella lo administre sabiamante. (Otro trabajao para la mujer, que nadie le paga).
E igual que en el Tercer Mundo, la mujer tiene que encargarse de los hijos, de la limpieza, la comida, la presentación del marido, los quehacerers múltiples de la casa, la solución apta de las necesidades sexuales del marido (y las propias, si es posible) y de pilón, la atención de los suegros trabajo que en Japón pertenece a la nuera.
             Esa es otra particularidad del matrimonio japonés: los suegros pasan a vivir -generalmente- con los recién casados, y la nueva "hija" tiene que atenderlos, no sólo al esposo.
En el campo japones la situación es peor, por la falta de brazos.
Los jóvenes están yendo (huyendo, mejor dicho) a las ciudades, especialmente las mujeres.
Japón está importando mujeres de las Filipinas o de Tailandia para que los campesinos tengan esposa (y trabajadora rural al mismo precio), y continuamente salen misiones especiales y oficiales, a reclutar jóvenes de esos países para incorporarlas a la sociedad rural japonesa, que obviamente es una sociedad más conservadora.
             Las jóvenes japonesas, bueno es decirlo, se han vuelto sumamente exigentes a la hora de dar el "yes".
 Exigen que los   candidatos al talamo sean ricos, tengan por lo menos un coche -importado, claro-, buena cuenta en el banco, casa propia y un futuro luminoso en una buena empresa. Si no, no se casan... (Esto es una realidad, no inventos de este exagerado  caricaturista...)
             La vida sentimental en Japón está pasando un momento de crisis, que está afectando también al mundo de los negocios.
El sistema capitalista ha establecido como prioridad en la vida de los japoneses, el trabajo antes que la familia.
A la empresa NO le interesa si sus asalaridados son felices en su vida privada, mientras cumplan con su trabajo.
Los modernos shougunes quieren samurai de tiempo completo, y lo que pase con la mujer, es otro boleto.
Si sus samurai necesitan mujer, el elegante barrio rojo de Shinjuku y otros por el estilo, tienen miles de prostitutas a la orden.
Prostis de todos colores, especialmente mujeres blancas (colombianas, chilenas y costarricences en primer lugar del bloque latino), para que los asalariados se desfoguen los fines de semana.
La otra opción muy popular entre la tropa masculina, son los "paquetes" que agencias de viajes ofrecen para el "week-end": viajes a Taipei, Singapur, Hong-Kong, Seúl y otras ciudades del sudeste asiático -todo incluido. Es decir, avión, hotel, comidas, prompinas... y mujer.
             Esta "solución" obviamente sólo lo es para los varones japoneses, y plantea toda una serie de problemas para ls mujeres, especialmente las esposas.
Todo esto forma parte de la crisis que la vida familiar y "sentimental y coqueta" está sufriendo seriamente el Japón.

¿Tienen alguna solución?
           
Las feministas creen que reconociendo el capital que el trabajo hogareño de la mujer es productivo y al reconocerlo, pagarlo, podrían solucionarse muchas cosas.
Dudo mucho que el mal acostumbrado capitalista lo acepte, aunque eso le solucionaría también muchas cosas.
Como por ejemplo la escasez de brazos.
             Como solución al problema de hacer hijos, yo propuse sería e inocentemente que Japón importe mexicanos que -estoy seguro- se dedicarían con mucho gusto a embarazar japonesitas.
Pero también creo que la idea no es del agrado del capital.
Ni modo.
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