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INOCENCIA
Noah
Gordon
Una hora más
tarde Mary y Rob montaron juntos a pelo el caballo negro y se alejaron del
ruido y la confusión. Cuando pasaron junto al campamento de los judíos, Mary
notó que el joven delgado se la comía con los ojos. Era Simón el maestro de
Rob, que sonrió y codeó a otro en las costillas para que también los viera.
A Mary
apenas le importó.
Se sentía
mareada tal vez a causa del calor, pues el sol matinal era una bola de fuego.
Rodeó el pecho de Rob con sus brasos para no caer del caballo, cerró los ojos y
apoyó la cabeza en su ancha espalda.
A cierta
distancia de la caravana se cruzaron con dos campesinos hoscos que llevaba un
burro cargado de leña. Los hombres los miraron pero no les devolvieron el
saludo. Quizá venían de lejos, pues no había árboles en ese lugar, solo se
veían vastos campos sin trabajadores, por que la plantación había terminado
tiempo atrás y aún no estaba suficientemente madura para ser cosechada.
Al llegar a
un arroyo, Rob ató el caballo a un arbusto, se descalzaron y vadearon la
deslumbrante brillantez. A ambos lados de las aguas reflectantes se extendían
trigales, y Rob le mostró cómo los altos tallos daban sombra al terreno,
volviéndolo tentadoramente penunbraso
y fresco.
-Vamos, es
como una caverna -dijo y se acercó a la rastra, como si fuera un niño grande.
Ella lo
siguió lentamente. De pronto, un pequeño ser vivo hizo crujir el grano casi
maduro y dio un salto.
-Sólo se
trata de un minúsculo ratón que ya ha huido asustado -dijo él.
Mientras se
acercaba a ella por el suelo frío, se contemplaron.
-No quiero
hacerlo, Rob.
-Entonces no
lo harás, Mary
-respondió Rob, aunque Mary notó la
frustración en su mirada
-¿Podrías
besarme y sólo besarme por favor? -le preguntó humildemente.
Así,
su primera intimidad explícita fue un beso torpe y melancólico, condenado por
la aprensión de Mary.
-Lo otro no
me gusta. Ya lo he hecho -dijo precipitadamente, para salvar el momento que tanto temía.
-Entonces,
¿tienes experiencia?
-Sólo una
vez con mi primo, en Kilmarnock. Me hizo un daño terrible.
Rob le besó
los ojos y la nariz, suavemente la boca… mientras ella disipaba sus dudas. Al
fin y al cabo, quién era aquél, Stephen Tedder, había sido alquien que conocía
de toda la vida, primo y amigo, y le había provocado un auténtico dolor.
Después se
desternilló de risa por su malestar, como si ella hubiera sido tan torpe como para permitirle
hacer aquello, mismo que si le hubiera permitido empujarla para que cayera
sentada en un lodazal.
Y mientras
ella albergaba sus desagradables pensamientos, aquel inglés había modificado la
naturaleza de sus besos, y su lengua le acariciaba el interior de los labios.
No era desagradable y cuando intentó imitarlo, le sorbió la lengua. Pero ella
se echo a temblar otra vez cuando le desató el corpiño.
-Sólo quiero
besarlos -dijo Rob apremiente, y Mary tuvo la extraña experiendia de bajar la
vista y ver la cara de él abanzando hacia sus pechos que, reconoció Mary con un
gruñido de satisfacción, eran pesados pero altos y firmes, ya arrebatados de
color.
Rob lamió el
borde rosado y toda ella se estremeció. Su lengua se movía en círculos cada vez
más estrechos hasta que chasqueó el endurecido pezón de corales, en el que se
posó como si fuese un bebé cuando lo tuvo entre sus labios en tanto la
acariciaba detrás de las rodillas y el interior de las piernas. Pero cuando su
mano llegó al montículo, Mary se puso rígida. Sintió que se le cerraban
los músculos de los muslos y el
estómago, y se mantuvo tensa y asustada hasta que él aparto la mano.
Rob hurgó en
sus propias ropas, luego buscó la mano de ella y le hizo una ofrenda. Ella
había entrevisto hombres anteriormente, por casualidad, al encontrar a su padre
o a uno de los trabajadores orinando detras de un arbusto.. Y había vislumbrado
más en esas ocasiones que cuando estuvo con Stephen Tedder, de modo que nunca
lo había visto y ahora no pudo dejar de estudiarlo. No esperaba que fuera tan…
grueso, pensó acusadoramente, como si él tuviera la culpa.
Mary cobró
valor, le zarandeó los testículos y soltó una risilla cuando notó que él se
retorcía. ¡Qué cosa tan bonita!
Después se
sintió más tranquila y se acariciaron, hasta que ella intentó, por su propia
iniciativa, comerle la boca. En breve sus cuerpos se hicieron frutos maduros y
no fue tan terrible cuando la mano de él abandonó sus nalgas firmes y redondas,
y volvió a retozar dulcemente entre sus piernas.
Mary no
sabía qué hacer con la mano. Le puso un dedo entre los labios y palpó su saliva
sus dientes y su lengua, pero él se apartó para chuparle los pechos, besarle el
vientre y los muslos. Se abrió camino en ella primero con un dedo y luego con
dos masajeando el clítoris en círculos cada vez más rápidas..
-Ah!
-suspiró ella con un tono débil, y levantó las rodillas.
Pero en
lugar de martirio para el que su mente estaba preparada, le asombro sentir la
calidez de su aliento sobre ella. Y su lengua nadó como un pez en su humedad
entre los pliegues vellosos que ella misma se avergonzaba de tocar "¿Cómo haré para volver a mirar a
este hombre a la cara?" se preguntó, pero la pregunta se esfumó al
instante, se desvaneció de forma extraña y maravillosa, pues comenzó a
estremecerse y corcovear pícaramente, con los ojos cerrados y su boca callada a
medias abierta.
Antes de que
recuperara el juicio, él se había insinuado en su interior. Estaban
verdaderamente enlazados, él era una calidez abrigada y sedosa en el núcleo de
su cuerpo. No hubo dolor, apenas una leve sensación de rigidez que enseguida
cedió mientras él avanzaba lentamente.
En un
momento dado, Rob preguntó¨
-¿Todo va
bien?
-Sí -dijo
ella, y Rob siguió adelante.
En unos
segundos Mary se encontró moviendo su cuerpo al ritmo de él. Poco después, a Rob le resultó imposible seguir
conteniéndose y aceleró, cada vez con más impulso, vibrante. Ella quería
tranquilizarlo, pero mientras lo estudiaba a través de sus ojos rasgados, vio
que echaba la cabeza hacia atrás y se arqueaba. ¡Cuánta singularidad en sentir
su enorme temblor, en oir su grupido de lo que pareció un arrollador alivio
cuando se vació en ella!
Durante
largo rato, en la penumbra del alto trigal, apenas se movieron. Permanecieron
quietos y callados ella había apoyado en él una de sus largas piernas. El sudor
y los líquidos se secaban
-Llegará a
gustarte -dijo finalmente Rob-. Como la cerveza de malta.
Mary le
pellizcó un brazo con todas sus fuerzas. Pero estaba pensativa.
-¿Por qué
nos gusta? -preguntó-. He observado a los caballos cuando lo hacen. ¿por qué a
los animals les gusta?
Él se mostró
sorprendido. Años después, ella comprendería que esa pregunta la diferenciaba
de cualquier mujer que hubiese conocido, pero ahora solo sabía que Rob la
estaba estudiando.
Mary no se
decidiá decirlo, pero él ya se diferenciaba de cualquier otro hombre en su
mente. Percibió que habia sido sumamente bondadoso con ella en una forma que no
compredía del todo; claro que solo contaba con el recuerdo de un acto tosco
como elemento de comparación.
-Pensaste
más en mí que en tí mismo -dijo ella.
-No lo pasé
nada mal.
Ella le
acarició la cara y mantuvo allí su mano mientras el besaba la palma.
-La mayoría
de los hombres… la mayoría de la gente no es así. Lo sé.
-Tienes que
olvidar a tu condenado primo de Kilmarnock -le dijo Rob.
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