martes, 17 de junio de 2014

El Oro u Sus Secretos





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EL ORO Y SUS SECRETOS

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N.B. Todos los pesos del oro que doy en este artículo son troy: 31.1035 gramos por onza.
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Es algo hermoso, incorruptible, imperecedero y extraordinario.
Los hombres mueren y matan por poseerlo.
Para algunos es sagrado y para otros es un desastre.
Ha provocado una epidemia mundial: la fiebre del oro.
El tráfico frenético de este precioso metal se desarrolla las 25 horas del día, comienza al amanecer en Hong Kong, viaja con el Sol hacia el oeste, a Zurích, Londres, Nueva York, Honolulu y regresa a Hong Kong para desatar la locura del día siguiente.
En las casas de cambio los hombres gritan y gesticulan en la danza ritual de las apuestas competitivas, mientras que en habitaciones más silenciosas, otras personas se sienten frente al teléfono dos veces al día, indagando precios de otras Bolsas para fijar la cotización propia del día.
Hacia el verano de 1980 la fiebre del oro hervía a 660 dólares la onza troy.
La gente ya no formaba filas durante siete horas para vender sus herencias, como hicieron el 21 de enero de ese año, cuando el precio se elevó a 875 dólares (al día siguiente cayó a 680, fijando las marcas de un solo día tanto para el alza como para la baja).
Con una onza de oro en su valor más alto, se podría comprar más de un cuarto de tonelada de carne molida, con siete libras (3.17 kilos) se pagaría la casa de una familia, y una maleta con lingotes del metal sería el precio de un cargamento de petróleo crudo junto con un pequeño buque cisterna.
Los suizos generalmente le regalan a los niños pequeños barras de oro para algún cumpleaños o Navidad; los campesinos franceses suelen atesorarlo.
El equivalente a miles de millones de dólares está en manos de particulares en la India, donde la fortuna personal de una mujer siempre son las joyas.
En el día de su enlace las lucirá todas, y si sus tesoros no son muchos, los usará todos los días, a lo largo de su vida.
Si el oro tiene un precio alto, se incrementa el costo de los servicios que preste en cuestiones médicas, dentales y relacionadas con la industria del metal.
De estos tres, la medicina es la que consume menor cantidad de oro; durante alguna época fue considerado una panacea para todos los males y una receta para tener una larga vida.
Pero hoy tiene un solo uso importante en medicina: inyecciones de oro para restablecerse de cierto tipo de artritis reumática.
Los dentistas absorben alrededor de 25 toneladas de este metal por año.
Alrededor del 16% se destina a industrias de alta tecnología.
En forma de fichas diminutas, alambres o películas se emplea en los circuitos de computadoras, calculadoras, aparatos de radio y televisión, mecanismos de energía solar, sistemas telefónicos, motores Rolls-Royce de los aviones Concord SST y para los cohetes espaciales.
Es tan maleable, que una onza se puede llegar a convertir en una lámina de oro de unos 16 metros cuadrados, tan dúctil que una tonelada se puede estirar hasta formar un hilo que alcance la Luna y vuelva.
Una capa de 0.15 micrones de espesor que recubre las vestimentas y las cuerdas de los astronautas, protege de las radiaciones y del calor del Sol.
En las máscaras de los bomberos, sirve para aislar las temperaturas más altas sin entorpecer la visión.
Con una leve corriente eléctrica, resguarda los parabrisas de los aviones y de los trenes de la nieve, granizo, hielo y neblina.
Tuberías de oro que contienen gases corrosivos a alta presión, miden las temperaturas extremas, lubrican partes móviles delicadas, e intensifican el efecto de la emulsión de plata en las películas fotográficas.
En las ventanas de los rascacielos, trasmite la luz del día sin resplandor, intercepta el calor externo y refleja el interno, ahorrando los costos del aire acondicionado y de la calefacción.
La arquitectura clásica ponía cúpulas doradas en los edificios para aumentar su grandeza, pero los arquitectos modernos recubren los edificios con una película dorada, ligada a los azulejos de cerámica de las paredes exteriores, agregando además de belleza, durabilidad.
Debido a que el oro es indestructible, se puede usar infinidad de veces y se atesora en cualquier lugar del mundo, se cree que la mayor parte del extraído en 5,000 años todavía existe.
El anillo de compromiso de una novia reciente quizá contenga algo del fabuloso tesoro del rey Salomón, que en su tiempo abarcaba la mitad del oro del mundo.
Todavía brillan, debajo del cristal de los museos, las maravillas de la tumba de Tutankamón, en El Cairo; la máscara micénica de Agamenón, en Atenas; el oro escita en Leningrado y Kiev, el celta en Dublín, el inca y azteca en Lima, Bogotá y la Ciudad de México y todavía se recoge mucho de antiguas sepulturas.
Sin embargo, todo el oro recogido en 60 siglos formaría un cubo de 15.5 metros por lado y con un peso aproximado de 87,000 toneladas métricas.
El oro nuevo agrega menos de 1.400 toneladas por año, y el que todavía falta extraer de los depósitos conocidos, añadiría al cubo solamente la mitad de su tamaño actual.
Estados Unidos, nación que alguna vez fue la mayor productora, ocupa ahora el cuarto lugar, con una producción del 3% anual del oro nuevo, alrededor de 40 toneladas.
Canadá ocupa el tercero con el 4%, aún bastante menos de los dos principales países productores: Rusia, cuyas minas asiáticas producen el 23% de este metal y África del Sur con el 52.
Se necesitan casi cinco toneladas de mineral de las minas de Sudáfrica para conseguir una simple onza de oro.
Proporción económicamente inconveniente hasta que dos físicos de Glasgow y un químico inventaron el proceso de extracción con cianuro.
Más de 45,000 mineros trabajan en túneles y espacios donde sólo se pueden arrastrar, algunas veces en profundidades de más de tres kilómetros.
La humedad en ese medio es elevada y la temperatura promedio es de 32° C., aun con la constante circulación de aire.
A pesar de todas las medidas de seguridad, ocurren unos 400 accidentes cada año.
Los gobiernos y las instituciones intergubernamentales poseen menos de 38,000 toneladas, alrededor del 43% del oro del mundo en reservas nacionales.
Otro 24 está en lingotes que se conservan como inversión secreta.
Un hotel japonés posee uno de los objetos de oro más pesados que se conoce: una bañera de 142.2 kilos, en forma de fénix donde los parroquianos se remojan por mil yenes el minuto, movidos por la creencia de que bañarse en oro prolonga la vida.
Los vendedores de alhajas de este material descubren que no todo lo que brilla es de 24 quilates, llamado “oro fino”, pues es demasiado blando para ser durable, por tanto, la mayoría de las joyas son de 18 o 14 quilates.
Los inversionistas compran lingotes, certificados, entregas futuras y monedas de oro.
Pero la favorita del mundo, en tiempos turbulentos, es la joyería; se trasporta con facilidad, se vende rápidamente, está libre de los riesgos políticos, y es la única inversión en oro que da dividendos estéticos.
Así que, después de 6,000 años, el oro sigue siendo el rey de los metales.
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