martes, 16 de septiembre de 2014

Leyenda (El Fariseo y el Publicano)


1779 

LA LEYENDA DEL FARISEO Y EL PUBLICANO     

Jesús el Cristo dijo:
"Dos hombres subieron al templo a orar; uno era Fariseo y el otro Publicano. 
El Fariseo, puesto en pié oraba consigo mismo de esta manera: 
“Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni como este Publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmo de todo lo que gano”. 
Mas el publicano estando lejos, no quería ni alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:                                                                                    “Dios, sé propicio a mi, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro;
porque cualquiera que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido"
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En la feria de Almoloya, después de años de no verlos, Jesucristo se encontró a Pedro Jiménez y a Saturnino Milanés.
Los tres fueron grandes amigos de infancia hasta que cada quien agarró su camino y andavete. 
Ahora los tres caminos se cruzaron de vuelta frente a la carpa de la mujer araña.
Vinieron los abrazos. El qué te has hecho, cómo te ha ido, de ti ya hemos oido hablar mucho a la gente que te admira como si fueras Dios.
Luego de andar un rato por la feria se largaron a tomar un pisto. Los tres: Jesucristo Gómez, Pedro Jiménez y Saturnino Milanés.
Pero Jiménez se soltó hablando solo como un merolico:
-A Dios gracias me ha ido muy bien. Cris, no puedo quejarme. Me casé,     tengo cuatro chamacos y una chamba que me da para vivir sin necesidad de andar haciendo negocios chuecos como tantos otros. Aunque me este mal el decirlo soy un hombre honrado, cumplidor con mi familia: buen esposo, buen padre, buen ciudadano. Nunca llego tarde a mi casa ni le pego a mi vieja; semana a semana le entrego todito mi sueldo, completo. No tengo vicios, a Dios gracias. No ando en juergas. Muy de cuando en cuando me echo un trago, como ahora, pero nunca me verás borracho ni con güilas. Que te lo diga el padre Lucio: todos los domingos voy a misa, y si hace falta una coperación que para pintar la iglesia, que para la peregrinación anual, que para lo que sea, ahí está mi lana por delante. La gente me quiere. Tú nomás pregunta por Pedro Jiménez y a ver qué te responden; por eso porque no soy un desgraciado como los demás. Podía haberme metido en la política, tenía propuestas para jugar para alcalde, pero no quise porque no me gusta andar en transas como todos los políticos. La política es muy sucia, Cris,  tú lo sabes, y yo por eso prefiero hacerme a un lado y no poner en riesgo mi buena fama. Tengo mucho que agradecerle a Dios, la mera verdad. Mi conciencia está tranquila.
-¿Y tú,  Saturnino? -preguntó Jesucristo Gómez.
Los ojos vidriados de Saturnino Milanés rehuyeron las miradas del viejo amigo.
-No, pues yo no -respondió débilmente.
-¿No qué?
-Yo  no tengo la conciencia  tranquila como Pedro, qué más quisiera... Yo he sido un hijo de la chingada, Cris, lo que se dice un hijo de la chingada. Primero dejé a mi mujer por irme con otra vieja que me calentó la sangre, y luego me enredé en muchas transas. Mejor ni les cuento, he sido un cabrón. Soy un cabrón, es la mera verdad, y me pesa mucho porque ya a estas alturas no puedo enderezar el camino.
-Claro que puedes -dijo Jesucristo Gómez.
-No puedo, Cris.
Pedro Jiménez pagó la cuenta y se levantó.
-Vámonos.
-Todavía es temprano -protestó Jesucristo.
-Para mi no -sonrió Pedro Jiménez-, me está esperando mi vieja a cenar. Otro día les platico de mis chamacos. -Palmeó la espalda del maestro y miró compasivamente a Saturnino. -Ahí nos vemos, no se emborrachen. Los tragos no remedian nada, Saturnino. -Se fue.
Jesucristo Gómez y Saturnino Milanés quedaron todavía un rato echando pisto y luego regresaron a la feria. En el puesto de la lotería probaron suerte, pero mientras jugaban no dejaron de platicar.


El árbol. El árbol.
La sirena. La sirena.
El sol. El sol.
-¿Qué piensas de nosotros, Cris, después de tantos años?
-No pienso nada -mintió Jesucristo.
El pescado. El pescado.
El mundo. El mundo.
El gallo. El gallo.
-El día y la noche, ¿verdad? Quién te iba  a decir que al término de la vida nos ibas a encontrar en caminos tan distintos.
La rosa. La rosa.
La palma. La palma.
El melón. El melón.
-La vida no ha terminado ni para él ni para ti.
El diablito. El diablito.
La muerte. La muerte.
El apache. El apache.
-Pedro ya la hizo -eructó Saturnino mientras colocaba un frijolito sobre el dibujo del apache-. Tú lo oiste: él ya la hizo.
El sol. El sol.
La pera. La pera.
El paraguas. El paraguas.
-Quién sabe. Desconfía siempre de los que se alaban tanto a sí mismos. Yo prefiero...
Jesucristo dejó a medias la frase.
La corona. La corona.
Levantó la mando derecha y gritó: 
-¡Lotería!
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“Un fariseo es duro con otros y suave con él mismo, pero un hombre espiritual es suave con otros y duro consigo mismo.”
A.W. Tozer
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