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LÍMITES AL PODER
Olga Pellicer
Una de las preguntas más urgentes en el análisis de las relaciones internacionales en nuestros días se refiere a la capacidad de Estados Unidos para influir sobre el curso de conflictos que de manera simultánea están surgiendo en el mundo, particularmente en el Medio Oriente. El caso del llamado Estado Islámico, al que ha declarado la guerra, es un buen ejemplo para encontrar una respuesta.
De manera inesperada y profundamente perturbadora, el islamismo radical encabezado por grupos sunitas ha establecido un “califato” en parte del territorio de Irak y de Siria.
Sus demandas politicas, inmersas en la instransigencia hacia otros grupos religiosos y el odio a los valores occidentales, causan terror. Los métodos que utilizan para dar a conocer sus causas, como la decapitación de periodistas estadunidenses frente a cámaras televisivas, han ocasionado conmoción en todo el orbe,
Después de 13 años de haber colocado la lucha contra el terrorismo islámico en el centro de la política exterior de Estados Unidos, esos acontecimientos cuestionan profundamente la efectividad de sus acciones en el Medio Oriente, Ahora ya no es sólo Al Qaeda la fuerzq que se debe combatir, sino un movimiento v yihadista más agresivo, más numeroso, más contundente. Esta vez son decenas de miles los que están en acción abierta, decididos a borrar fronteras, a ocupar territorios, a sentar sus reglas. Han logrado, incluso integrar a sus filas a jóvenes occidentales convertidos al islamismo radical. La captura y muerte de Osama bin Laden parece un episodio sin transcendencia a la luz de lo que está ocurriendo.
El recuerdo de las acciones en época de Bush viene a la memoria con todos sus errores y consecuencias: la invasión de Irak bajo el pretexto falso de que había fabricación de armas de destrucción masiva, la violación de los derechos humanos cuya peor expresión fue la prisión de Abu Ghraib, el fracaso de los intentos por instalar un gobierno que fuese ejemplo de democracia para los países islámicos.
La permanencia durante ocho años de tropas estadunidenses en Irak dejó una herencia muy triste: la violencia endémica propiciada por las diferencias que se desataron entre grupos religiosos; la llegada de organizaciones terroristas que cabe recordarlo, Hussein había mantenido al margen; la formación de gobiernos a que no pudieron resolver el tema de la animadversión entre chiitas y sunitas. tal fue el saldo de la invasión estadunidense. Allí están los resultados.
La necesidad de responder al reto del Estado Islámico coloca en una posición muy difícil al presidente Obama. Atrás quedó el Premio Nobel
de la Paz que llegó proclamando el fin del involucramiento militar de Estados Unidos en Afganistán e Irak. Muy pronto debió cambiar de idea respecto al primero; ahora tiene que ofrecer otros objetivos para el segudo; además tendrá que tomar decisiones sobre la ayuda a grupos de oposición en Siria. De los que tradicionalmente ha desconfiado por la presencia entre ellos de miembros de Al Qaeda.
En el afán por mantener sus promesas originales, Obama camina por senderos ambivalentes. Promete que no se enviarán tropas sobre el terreno aunque ya se fueron mil 600 hombres, y asegura que se combatirá únicamente a través de bombardeos selectivos. Haciendo uso de técnicas avanzadas como los famosos aviones no tripulados, a pesar de que, aun si no se reconoce siguen teniendo efectos. devastadores sobre grupos civiles.
Por otra parte, ha habido el empeño en comprometer a países amigos que permitan presentar la acción en Irak y Siria no como iniciativa estadunidense, sino como expresión de las decisiones de una gran alianza. Varios países árabes y europeos han respondido a ese llamado y entre ellos destacan, aunque por motivos muy distintos, Francia y Arabia Saudita.
La gran pregunta es hasta dónde podrá detenerse el avance del Estado Islámico con bombardeos selectivos encabezados por esa alianza. Los militares estadunidenses lo dudan y pronto se han hecho sentir voces del Pentágono que pronostican la presencia ineludible de tropas sobre el terreno. Dichas tropas no aseguran, sin embargo, una solución aceptada. Todo lo contrario, dadas experiencias anteriores, es probable que el resultado sea una situación aún peor.
La desaparición o debilitamiento del movimiento que de manera tan rápida se ha colocado en el corazón del Medio Oriente no puede ser resultado de los propósitos que en términos discursivos, fija el presidente de Estados Unidos. Lo que está de por medio es, en primer lugar la inexistencia en esa región de gobiernos que controlen efectivamente su territorio y tengan legitimidad entre sus nacionales pertenecientes a distintas corrientes étnicas y religiosas. Esto no existe ni en Siria ni en Irak, ni existirá mientras el proyecto o política interna sea tan dependiente de apoyos extranjeros., Llamense Estados Unidos o Rusia.
En segundo lugar, lo que allí ocurre no se explica sin el armamentismo que propician los grandes productores de armas, desde Estados Unidos hasta Rusia, y desde Alemania hasta Francia y el Reino Unido. La fuerza de tales productores tiene mayor importancia que los deseos de Obama, o que las voces de quienes se pronuncian contra una ideología, la del islamismo radical, que no respeta la diversidad. El liderazgo de Estados Unidos encuentra sus límites en sus propios productores de armas, para quienes las guerras del Medio Oriente han sido motivo de grandes negocios. todas esas omisiones y contradicciones se encuentran en la base de esa región en guerra y de la incapacidad estadunidense para contribuir allí a la paz y la seguridad.
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