Las leyendas
de la edad media, que con frecuencia se tomaban demasiadas licencias con la
Biblia, reflejaban creencias populares.
En una
historia se habla de que Dios visitó a Eva después de su expulsión del Jardín
del Edén y le preguntó cuántos hijos tenía.
Eva
tenía tantos que temió que Dios pensara que ella estaba gozando en demasía del
recién adquirido conocimiento de los placeres de la carne y, por lo tanto,
escondió a algunos de sus hijos.
Dios, por
supuesto, se dio cuenta del engaño y, como castigo, convirtió a algunos de sus
hijos en demonios y a otros en simios.
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Para los primeros cristianos, los simios
presentaban algunos problemas filosóficos inquietantes. Supuestamente, todos los animales han sido puestos en la
Tierra por Dios para que le sirvan de algo al hombre, pero nadie podía
imaginarse en qué podían ser empleados los simios.
A
juzgar por su apariencia y modo de comportarse, los simios parecen ser la
caricatura virtual del hombre y, puesto que Dios hizo al hombre a su propia
imagen, los simios eran por lo tanto burlas de Dios y del hombre.
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Todavía en
tiempos de Martín Lutero, en el siglo XVI, a los simios se les consideraba como
una especie de demonios.
Dicha
caracterización, sin embargo, nunca tuvo arraigo en la creencia popular.
Las
serpientes y hasta los gatos pueden representar el mal, pero los simios eran
simplemente unos seres tontos.
Más que ver a los simios como demonios,
la gente común tendía a mirarlos con tolerancia, como símbolos de las
debilidades y la tontería humanas.
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En
la Europa medieval, el término SIMIO se empleaba para referirse a la
embriaguez.
Una
tradición popular sostenía que los simios eran los descendientes de la rama
caída de la raza humana y dicha tradición no se limitaba a Europa.
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En
Africa, aún hoy en día, algunas tribus creen que los simios son descendientes
de gente perezosa que huyó a los bosques y empezó a vivir como animales para no
tener que trabajar.
Se
dice que los símios pueden hablar, pero temen hacerlo delante de las personas
porque entonces la gente podrá esclavizarlos y forzarlos a trabajar. Independientemente,
los cristianos europeos llegaron a la misma conclusión, esto es, la de que los
simios fueron en un tiempo seres humanos que habían sido degradados como señal
del enojo divino.
Tal
cosa era la teoría de Darwin vuelta al revés: en lugar de que el hombre hubiera
"ascendido" a partir del simio, este había "descendido" del
hombre.
En una forma o en otra, la idea de los
simios como hombres caídos y pecadores persistió a través de los siglos.
Los
monos y los simios nunca fueron clasificados entre las creaciones más nobles de
Dios, lo cual explica en parte por qué la gente del siglo XIX encontraba tan
inquietante y molesta la idea de Darwin de que el hombre estaba realmente emparentado
con los simios.
La especulación sobre la posición de los
simios como una especie degradada
de hombre se inició mucho antes de que el hombre occidental hubiera tenido
algún encuentro significativo con el antropoide o los simios con apariencia de hombre
(grupo en el que se incluyen el chimpancé, el gorila, el orangután y a veces el
gibón). Dichas
creencias se basaban en observaciones poco frecuentes de monos pequeños,
mandriles y simios de Berbería.
Hoy en día,
una pequeña colonia de simios de Berbería en el Peñón de Gibraltar son los
únicos primates salvajes que hay en Europa.
Cuando
la gente empezó a encontrarse con los verdaderos simios antropoides, supuso
simplemente que esas criaturas ERAN cierta especie de hombre salvaje.
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Un encuentro clásico entre el hombre y
el simio antropoide tuvo lugar a principios del siglo VI antes de nuestra era.
El
explorador cartaginés Hannón, quien iba al frente de una expedición en la costa
occidental de Africa, encontró una isla que estaba "llena de gente
salvaje, la mayor parte de la cual eran mujeres cuyos cuerpos eran peludos y a
quienes nuestros intérpretes llamaban gorilas.
"Aunque
perseguimos a los hombres, no pudimos apoderarnos de ninguno de ellos pues
todos huyeron ante nosotros, escapándose por sobre los precipicios y
defendiéndose con piedras.
"No
obstante, pudimos apresar tres mujeres, pero ellas atacaron a sus conductores
con dientes y manos y no pudimos forzarlas a que nos acompañaran.
"Después
de matarlas, las despellejamos y nos trajímos las pieles a Cartago".
Ha habido cierta disputa sobre si esas
"mujeres peludas" eran realmente gorilas o chimpancés o tal vez
alguna especie de simio africano ya desaparecida. Puesto
que las pieles, junto con Cartago misma, han desaparecido hace mucho tiempo, la
disputa nunca podrá resolverse.
El
punto es que, según Hannón, esas criaturas parecían y actuaban lo bastante
humanamente como para ser consideradas humanas, aunque en un tipo de humanos
prominentemente salvaje e inferior.
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En el transcurso de los siglos, otros
exploradores y viajeros hicieron relatos semejantes.
La
Historia Natural antigua y de la edad media registraba formas numerosas de
"hombres salvajes" que ciertamente se derivaban de descubrimientos de
monos antropoides mal descritos.
No fue sino hasta el siglo XVII cuando
los europeos empezaron a recibir informes verdaderaente precisos sobre los
grandes simios.
Unas
cuantas de esas criaturas fueron llevadas a Europa por exploradores y soldados,
como mascotas y curiosidades.
Cuando
los animales morían, y eso sucedía muy pronto, sus restos a veces encontraban
su camino a los laboratorios de médicos y anatomistas.
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Un
médico londinese llamado Edward Tyson fue el primer occidental que disecó,
según se ha sabido, un mono antropoide.
Los
resultados de su disección, acompañados de una serie de excelentes dibujos
anatómicos, se publicaron por primera vez en 1769.
Claramente,
el animal era un chimpancé, aunque Tyson lo llamó un "pigmeo".
El
médico londinense quedó muy impresionado por el tamaño del cerebro de la
criatura, mismo del que pensaba que, en proporción a su tamaño, era tan grande
como el del hombre.
Del
examen que hizo de la laringe de la criatura, Tyson no pudo ver ninguna razón
de por qué dicha criatura no pudiera hablar y llegó a la conclusión de que su
"pigmeo" era un ser más o menos a la mitad del camino entre el simio
y el hombre.
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Hubo otros que se inclinaban a situar al
antropoide todavía más arriba.
El
excéntrico jurisconsulto escocés y pionero antropólogo, Lord Monboddo
(1714-1799), era partidario de la evolución aun antes de Darwin y se mostraba
muy interesado en la inteligencia de los simios antropoides.
Él
creía que el "orangutang" (término que podía haber significado
cualquiera de los grandes simios) estaba más avanzado que muchos pueblos primitivos
y una de sus teorías favoritas era la de que, con un entrenamiento adecuado,
podía lograrse que los simios aprendieran a hablar.
Sin embargo,
fue Charles Darwin quien, a mediados del siglo XIX, dio a los simios su más
grande impulso en el sitio que ocupaban respecto a los demás animales y le dio
a la raza humana un golpe tremendo, que le sacudió el ego y del cual jamás
hemos podido recuperarnos por completo.
Darwin borró
la noción entera del hombre como el producto de una creación especial y aseveró
que nuestra diferencia con los simios, tanto mental como física, era solo
cuestión de grado.
El
discípulo más efectivo de Darwin, el brillante y combativo Thomas Henry Huxley,
removió el cuchillo en la herida todavía más, cuando declaró que la diferencia
entre los simios antropoides y los monos era mucho mayor que la diferencia
entre los antropoides y el hombre.
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