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PERROS
Isaac Asimov
La Biblia no tiene nada bueno que decir
respecto de los perros.
Así,
cita a Jesús diciendo en el Sermón de la Montaña:
"No
deis las cosas santas a perros" (Mat. 7:6), en la que estos animales
simbolizan a alguien que no merece en absoluto la bendición divina.
Quizá esto se entienda porque en el
Medio Oriente de los tiempos bíblicos (y quizá también ahora) el perro hurgaba
en los basureros y se alimentaba de carroña, era fuente de pulgas y
enfermedades, muy útil en ausencia de un departamento de salud pública pero que
no servía para casi ninguna otra cosa.
Sin embargo, a este respecto el enfoque
bíblico no representa la actitud de nuestro mundo occidental.
Casi
toda la gente de nuestra cultura occidental ha aceptado como artículo de fe la
lealtad y fidelidad de un perro.
En la Odisea de Homero, Odiseo vuelve
después de una larga guera a los pies de la muralla de Troya y de largos años
de viaje.
Vuelve
a casa después de un intervalo de 20 años para encontrar a su esposa todavía
fiel pero asediada por arrogantes pretendientes que intentan sucederlo en el
trono casándose con ella.
El rey que vuelve se presenta disfrazado
de limosnero, y por supuesto nadie lo reconoce (a excepción de su perro y su
vieja nana, quien ve una cicatriz en la pierna del héroe, que obtuvo al cazar a
un jabalí cuando era joven).
Odiseo
tenía un perro que había alimentado antes de salir para Troya y que había sido
cazador famoso.
Se
había quedado en la isla después de la partida de Odiseo y ahora, 20 años
después, apenas si se mantiene con vida.
Yace,
lleno de pulgas, en un montón de excremento.
A
pesar de todo y según se acerca Odiseo, el perro -Argos- mueve la cola y trata
de levantarse pero no puede.
Muere
a pesar de realizar esta hazaña de reconocimiento.
Odiseo llora, y nadie sabe cuántos han
leído La Odisea y han sentido una
sospechosa humedad en sus propios ojos.
Yo
mismo la siento precisamente ahora, cuando acabo de releer el pasaje, aunque
seriamente dudo que cualquier perro pueda reconocer a su amo después de 20
años.
En 1884 el senador George G. Vest
pronunció un discurso en el Senado (discurso por el que, hasta donde sé, es la
única acción por la que se le recuerda) y habló de los perros.
En
parte dijo:
"El
único amigo absolutamente generoso que el hombre puede tener en este mundo
egoísta, el único que nunca lo abandonará, el único que nunca será ingrato ni
traidor, es su perro... acariciará
con su hocico a la mano que no tenga alimentos que ofrecerle... permanece
cuando todos los demás amigos se alejan".
Una vez más, mi sentido del cinismo me
hace ignorar el hecho de que hay cosas como los reflejos condicionados y que un
perro puede estar reaccionando bajo ellos en lugar de algún sentido moral, muy
desarrollado, de lealtad.
De
cualquier modo, el encomio de Vest repercutió en las fibras más sensibles de
millones de personas, y quizá dio lugar a la expresión:
"El perro es el mejor amigo del
hombre".
10 años después Mark Twain dijo casi lo
mismo en su libro Pudd'nhead Wilson, pero lo hizo en la forma amarga y
epigramática en la cual era maestro:
"Si
usted recoge a un perro famélico y le da la prosperidad, no lo morderá a cambio.
Esta es la principal diferencia entre un perro y un hombre".
Sin
embargo, sospecho que Twain no lo dijo porque amara mucho a los perros, sino
porque no le gustaba para nada el género humano.
Si el perro ha sido o no el mejor amigo
del hombre, parece que sí es el amigo más antiguo del hombre.
El perro ha sido domesticado, por lo
menos, desde el año 8,000 antes de nuestra era y es uno de los animales que ha
seguido a los seres humanos por todo el mundo.
Los
indios americanos tenían pocos animales domésticos, pero tenían al perro.
Hasta
los aborígenes australianos tenían al dingo, un perro semisalvaje.
¿Por
qué sucede esto?
Por
una parte, los perros son útiles ya que son carnívoros cazadores y, por lo
tanto, pueden cazar junto con los seres humanos.
Los
perros también tienen la inteligencia suficiente para darse cuenta que si
ayudan a los seres humanos con la caza, recibirán la recompensa de una parte del animal muerto.
Se
ha tratado de una relación simbiótica que ha sido útil para ambos. Los perros
podían localizar a la presa, perseguirla, acosarla, fatigarla, hasta que
llegaron los hombres con lanzas y flechas a matarla.
Quizá los perros desciendan de algún
tipo de lobo o chacal -no estamos seguros de cual- y la asociación debió haber
surgido porque algunos de los primeros perros olerían alrededor de una fogata
para ver si podían encontrar algunas sobras de alimento.
Quizá en un principio los seres humanos
no apreciaban mucho a los perros, ya que cuando uno de ellos emprendía la huida
con un precioso trozo de carne no se ganaba el corazón de nadie que hubiera
estado a punto de comérselo. Debió haber habido estentóreos gritos y piedras
volando por los aires.
Sin embargo, mi propia teoría es que
tenemos que considerar a los jóvenes de las especies.
De
vez en cuando algún niño humano debió encontrarse con un bebé perruno (en otras
palabras, un cachorrito), y debieron haber disfrutado su mutua compañía.
Cuando
llegó el tiempo en que los padres quisieran alejar al perro (o, quizá, considerarlo
como un artículo digno de la dieta), el niño se opondría a gritos... y
frecuentemente en estos casos los niños se salen con la suya.
Sin embargo, al mismo tiempo que un
perro crece y se vuelve más
poderoso, aumenta la presión para liberarse de él o matarlo.
Los
perros particularmente amistosos, afables o aptos para la caza, se escapaban de
este destino.
En
otras palabras, sin saber exactamente lo que estaban haciendo, los seres
humanos descartaban a algunos perros y conservaban a otros para cultivar sus
facultades amistosas y facilidad para la caza.
En este aspecto nos ayuda que los perros
sean animales que vivan en manada y tengan el instinto de seguir a su líder, es
decir, cualquiera de su grupo que pueda derrotar físicamente o abordar psicológicamente a otros.
Si
un cachorro crece en medio de seres humanos, uno u otro de éstos se convierte
en líder durante tanto tiempo como el cachorro (y posteriormente el perro) lo
considera así y -una vez más- la fidelidad es un asunto de instinto y no de
ninguna elevada virtud moral.
Pero, ¿qué caso tiene hablar de instinto
y reflejos condicionados? Esto tiene algún significado tan sólo en el caso de
que podamos retener una cierta actitud fría y reservada hacia los perros, lo
que es bastante difícil.
Cualquiera que sea la causa, el perro
actúa hacia los seres humanos como si sintiera amor y afecto hacia ellos, y
esta apariencia de amor se toma como un hecho, y el sentimiento con frecuencia
es devuelto plenamente.
El hombre tiene muchos animales
domésticos que conserva para la alimentación o el trabajo. El amor no tiene
nada que ver.
Ni pollos, gansos, ganado o borregos
muestran amor alguno. En el mejor de los casos son dóciles y hacen lo que se
espera de ellos, ya sea proporcionar huevos, leche o lana.
Hasta el caballo tan trabajador -quizá el más hermoso de todos los
animales- que puede inspirar el afecto de su dueño, puede mostrar tan sólo
husmeante afecto propio, tranquilo y sometido.
Los únicos animales que tan sólo se
conservan como mascotas, nada más por el afecto aunque no trabajen ni sean
útiles, son los perros y los gatos.
De
estos, los gatos no muestran afecto alguno y es menos frecuente que inspiren el
profundo amor que se derrocha sobre los perros.
Pero, ¿por qué digo "ni sean
útiles"?
Experimentar
un amor continuo, expresado constantemente, ¿no es "útil"?
Tener
una compañía que nunca falle, ¿no es "útil"?.
Los
psicólogos han descubierto recientemente que la posesión de una mascota
contribuye enormemente a la salud mental y a la estabilidad emocional. Probablemente
han sido los últimos en darse cuenta.
Todos los
demás ya lo sabían.
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