domingo, 20 de marzo de 2016

Elixir de la Vida


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ELIXIR DE LA VIDA



Hasta antes del siglo VII los árabes habían permanecido aislados en su península desértica, pero, estimulados por la nueva religión del Islam, fundada por Mahoma, se extendieron en todas direcciones. 

Sus ejércitos victoriosos conquistaron extensos territorios del oeste de Asia y norte de África.

En 641 de nuestra era conquistaron Egipto y en los años siguientes conquistaron también a Persia, hoy Irán.

En Persia los árabes encontraron los restos de la tradición científica griega, ante la que quedaron admirados. 

Esa facinación se vió incrementada por un combate de gran significación: en el año 670, cuando sitiaron Constantinopla (la mayor ciudad cristiana), fueron derrotados por el fuego griego, una substancia que ardía con gran desprendimiento de calor sin poder apagarse con agua y que destruyó los barcos de madera de la flota árabe. 

La mezcla fue preparada por Callincus, un practicante de Khemeia que había huido de su país, Egipto, ante la llegada de los árabes.

En árabe Khemeia se convirtió en al-Kimiya, siendo “al” el prefijo correspondiente a “la”. 

Finalmente la palabra pasó a Europa como alquimia, y los que trabajaban en este campo eran llamados alquimistas

El término alquimia se aplica a todo el desarrollo de la química entre el año 300 y el 1600 de nuestra era, aproximadamente, un periodo de cerca de 2 mil años.

Entre los años 300 y 1100 la historia de la química en Europa es prácticamente nula, después del 650 de nuestra era el conocimiento de la alquímia greco-egipcia estuvo totalmente en manos de los árabes, situación que perduró durante cinco siglos. 

Quedan como vestigios de ese periodo términos químicos provenientes del árabe: alambique, álcali, alcohol, garrafa, nafta, etc.

La alquímia árabe rindió sus mejores frutos en los comienzos de su dominación. 

El más celebre alquimista musulmán fue Jabir ibn-Hayyan (760-815). Vivió en la época en que el Imperio Árabe se hallaba en la cúspide de su grandeza. Sus escritos fueron numerosos y su estilo era avanzado: describió el cloruro de amonio; enseñó como preparar albayalde (carbonato de plomo); destiló vinagre para obtener ácido ácetico fuerte, el ácido más corrosivo conocido por los antiguos; preparó ácido nítrico débil que era mucho más corrosivo.

La mayor influencia de Jabir ibn-Hayyan reside en sus estudios relacionados con la transmutación de los metales. 

Consideraba que el mercurio era el metal por excelencia, ya que su naturaleza líquida le confería la apariencia de poseer una proporción mínima de material terroso. Por su parte, el azufre poseía la notable propiedad de ser combustible (y además poseía el color amarillo del oro). Creía que los diversos metales estaban formados por mezclas de mercurio y azufre, y solamente faltaba hallar algún material que facilitara la mezcla de mercurio y azufre en la proporción necesaria para formar oro.

La antigua tradición sostenía que esta substancia activadora de la transmutación era un polvo seco. Los griegos lo llamaban xerion, derivado de la palabra griega correspondiente
a “seco”. 

Los árabes la cambiaron a “al-iksir”, y en Europa se convirtió finalmente en elixir. Como una prueba más de que se le atribuían las propiedades de seca y  terrosa. 

En Europa fue llamada la “piedra filosofal”. Todavía en 1800. un “filosofo” era lo que ahora se conoce como un “científico“.

El sorprendente elixir estaba destinado a poseer otras maravillosas propiedades, surgiendo la idea de que constituía un remedio para todas las enfermedades y que podía conferir la inmortalidad, por ello se habló del “elixir de la vida”, y los químicos que trataban de conseguir oro podían conseguir igualmente la inmortalidad.

Un seguidor de Jabir ibn-Hayyan fue el alquimista persa Al Razi (850-925 de nuestra era). Él describió también cuidadosamente su trabajo, preparando, por ejemplo, el emplasto de París, y describiendo el modo en que podía enplearse para hacer enyesados que mantuviesen en su sitio los huesos rotos. Igualmente estudió y describió el antimonio, el mercurio (que era volatil, esto es, forma vapor al calentarse) y el azufre (que era inflamable) añadiendo la sal como tercer principio en la composición de los sólidos, ya que no era ni volatil ni inflamable.

Al Razi se interesó más por la medicina que Jabir ibn-Hayyan, y esto dió origen a los aspectos médicos de la alquímia, que continuaron con el persa Ibn Sina (979-1037), mucho más conocido como Avicena, versión latinizada de su nombre. 

Avicena fue el médico más importante entre la época del Imperio Romano y los  origenes de la ciencia moderna. Había aprendido lo bastante de los fracasos de siglos y siglos como para dudar de la posibilidad de formar oro a partir de los metales.

Durante los siglos posteriores, la alquímia se desarrolló en dos caminos paralelos: uno mineral, en el que el principal objetivo era obtener oro, y el otro médico, en el que el fin primordial era la panacea, o sea, un mítico medicamento capaz de curar todas las enfermedades.
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