viernes, 18 de marzo de 2016

No Queremos ser Liberados


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NO QUEREMOS SER LIBERADOS



Mario Benedetti

Cuando a Estados Unidos le vienen las fiebres de liberación, en todas partes (y particularmente en el Tercer Mundo) suenan las alarmas. 

Después de cada una de esas cruzadas, y a la vista de los escombros liberados, los sobrevivientes del salvataje no siempre se muestran agradecidos. 

Para liberar a Panamá de las garras (afiladas en el pasado por la CIA) del general Noriega, las pragmáticas tropas estadunidenses se vieron dolorosamente obligadas a matar a tres mil panameños, a destruir totalmente el barrio El Chorrillo y prometer al fiel presidete Endara una ayuda financiera y restauradora que aun esta por llegar.

Cuando la Unión Soviética y el bloque del Este dejaron de representar el tan anunciado peligro, y los países del ex Pacto de Varsovia se apuraron a liberarse antes de que llegaran los libertadores de siempre el Departamento de Estdo paso momentos de verdadera angustia al no tener a nadie a quien liberar pero, afortunadamente para los intereses imperiales Hussein se acordó de la historia zonal (aunque se olvidó del desenlace de las Malvinas) y se propuso invadir Kuwait, no sin antes avisar a la embajadora estadounidense en Bagdad que había decidido dar ese mal paso.

  La diplomática le juró sobre la Biblia que si ello acontencía, su gran nación no iba a intervenir (acaso Irak no había sido su aliado contra el satánico Jomeini)  con ese inesperado aval, el futuro “emulo de Hitler” se le acabaron las dudas y se metió en Kuwait. 

Ante esa brutal agresión el emir Kuwaiti Ahmed el Sabah se vió obligado a interrumpir su discreta cuota anual de recien aleccionante degüellos y buscó urgentemente algún refugio de cinco estrellas. 

Verdaderamente, un mal paso el de Hussein, Bush respirió tranquilo: ya había algo o alquien a quien liberar. Y Kuwait fue exhaustivaamente liberado.

Hoy, ya expulsado el invasor árabe, los kuwaities se agregan a la lista de contempladores de escombros propios y quizá valoren cuánto mejor habría sido negociar. 

El expeditivo general Schwarzkopf quería que la liberación alcanzara también a los kurdos, pero estos tuvieron la mala idea de empezar a morirse de hambre, de frío, del cólera y de la cólera. 

En Panamá, las tropas estadunidenses ofrecían seis dólares por cadáver sepultado, pero quizá en esta guerra sucia los cadáveres no alcancen esa cotización.

¿Será que si el Nuevo Orden Internacional empieza con un flagrante desorden? ¿Se tratará de un Nuevo Orden o de una Nueva Orden? Por ejempo: apunten, fuego, o tal vez media vuelta a la derecha. Sin duda esta útima orden ha sido obedecida, en diversas naciones, por mlitares y gobernantes, por conservadores y hasta por socialdemócratas, que también se han replegado en buen orden (internacional).

Sin solución de continuidad el mundo pasó de la Guerra Fría a la Guerra Sucia. 

Una mañana, al despertar, nos encontramos con que ya no había Segundo Mundo, ya que había pasado a ser furgón de cola del Primero. Ahora sabemos que el abismo entre el Primer Mundo y el Tercero es cada día mayor tal vez porque nadie se ha ocupado de proveer esa vacante dejada por el Mundo Dos.

Hay quien dice que el Nuevo Orden Internacional será otra Yalta, pero en aquella denostada reunión hubo por lo menos tres protagonistas, mientras que este nuevo Yalta será un monólogo bushiano (ni siquiera estará Thatcher para hacer de PARTENAIRE) o acaso un réquiem por la pobre ONU, creada en 1945 para preservar la paz y limitada hoy a respaldar la guerra. 

Una de las mayores tristezas de este siglo de imágenes fue contemplar a Javier Pérez de Cuéllas, secretario general de la ONU, volando de aquí para allá y viceversa, como recadero de una poderosa nación que durante largos periodos se negó a pagar su obligactoria contribución a la Organización de Naciones Unidas. 

Es cierto que la ONU es sólo lo que sus miembros quieren que sea, pero esta vez lo decidió el Consejo de Seguridad, que actuó y resolvió (también el veto ha fenecido) como una vergonzonante agencia del Departamento de Estado.

Este final de siglo confirma que la tan mentada PAX AMERICANA es apenas un seudonimo de CASUS BELLI. 

En los últimos 50 años, a Estados Unidos nunca le interesó la consolidación de la paz. Su mayor concesión ha sido hasta ahora la GUERRA FRIA, ya que esta le permite seguir vendiendo armas, que en definitiva es su industria prioritaria.

Cada vez que aparece en el horizonte de la política internacional una propuesta de paz a corto o largo plazo, los estadunidenses hallan siempre un motivo para liquidarla. 

Si bien Brejnev y Carter firmaron en 1979 el tratado SALT II, el Congreso estadunidense nunca lo ratificó. 

Cuando, en plena crisis (todavía no GUERRA) del Golfo, Gorbachov y hasta el aquiescente Miterrand, intentaron presionar para que se siguiera negociado, con el fin de evitar la confrontación armada, Bush rechazó tajantemente el sondeo pacificador y resolvió IPSO FACCTO la invasión. 

Esa es la tradición estadunidense, que incluye antecedentes tan reveladores como Hiroshima o el bombardeo a Libia, además de Santo Domiingo, Granada, Panamá, E TUTI QUANTI.

Incluso las palabras Nuevo Orden traen el recuerdo ominoso (y nada casual) de antiguos sinonimos, “Somos los padres del Nuevo Orden”, dijo un eufórico Bush. ¿Ah si? Y los abuelitos). No faltará un mal pensado que traiga a colación el ORDINE NUOVO de Mussolini y el NEUE ORDNUNG de Hitler.

  Es obvio que ni los derechos humanos ni la vigencia democrática fueron acicates prioritarios para desencadenar la TORMENTE DEL DESIERTO. 

Nada hay menos democrático que los monarcas petroleros del Pérsico, amigos entrañables de Estados Unidos que suelen ajusticiar en la plaza pública a ladrones, criminales y adúlteros. 

Ni siquiera el famoso petroleo fue un motivo tan relevante como se proclama. Si lo fue la voluntad expresa de mostrar, tanto al Tercer Mundo como a sus viejos y nuevos aliados europeos, que desde ahora el que ordena, invade y dicta la ley es Estados Unidos, y punto. 

Desaparecido el riesgo de una confrontación más o menos equilibrada con la Unión Soviética, todo resulta más fácil en la carrerra hegemónica. 

Si Irak, insistentemente pregonado como el cuarto poder militar del orbe, nada pudo hacer contra las armas supersofisticadas del Pentagono, ¿que pueden pretender los países pequeños, subdesarrollados, endeudados y hambrientos del Tercer Mundo? 

El jefe del estado mayor conjunto de las fuerzas armadas estadunidenses, general Colin Powell, acaba de anunciar que no desearía una intervención militar estadunidense en El Salvador “si es necesario para defender la libertad”. Es decir, que El Salvador puede ser el próximo país a ser liberado. No habrá muchos riesgos. 
El Salvador, la nación más pequeña de América, sólo tiene 21 mil kilómetros cuadrados de superficie, de manera que no es probable que el Pentágono necesite, como en el golfo, el apoyo logístico de 29 países para liberarlo. 

Estas liberaciones siempre constituyen un buen negocio   armamentístico empresarial: las armas destruyen, las empresas reconstruyen.

Samuel Huntington dijo hace tiempo (lo menciona Bud Flakoll en un reciente reportaje), con sencillo cinismo: ”Demasiada democracia es mala”. ¿Para quién? ¿No será mala demasiada soberbia? Después de todo, tal vez Hussein haya sido  un barbaro titere que involuntariamente se prestó (trayendo destrucción y muerte a su propio pueblo) a un descomunal ejercicio de soberbia. Poco lúcido, y sobre todo poco líder. Su hipocresia casi vocacional le arrastró a una práctica del ridiculo, poco menos que inédita en la historia de las conflagraciones, que le hizo desperdiciar la ocasión de liderazgo que necesitaba el mundo árabe. Su irrefrenable locuacidad le llevó a seguir proclamando su victoria en el mismo instante en que que sus tropas retrocedían a grito pelado.
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