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LA ACCIÓN EXTERNA EN VENEZUELA
Olga
Pellicer
Las
manifestaciones de jóvenes que piden una solución a los difíciles problemas
económicos y de seguridad que vive Venezuela, y la respuesta violenta de las
autoridades, han colocado ante una disyuntiva a los gobiernos de América
Latina.
Aunque
algunos compromisos como la Carta Democrática Interamericana los invitan a
condenar la represión, la respuesta oficial ante los disturbios venezolanos ha
sido muy cautelosa.
Los reclamos
para que se condene al presidente Maduro provienen de los intelectuales y
grupos a la derecha del espectro politico que no se encuentran en el poder.
La
posibilidad de una desaprobación mayoritaria surgida de los gobiernos
latinoamericanos no está presente; diversos motives explican su voluntad de
manera mantenerse a la
distancia.
La primera
dificultar para tales gobiernos es definir la naturaleza de los problemas que
vive Venezuela.
No es un
asunto de democracia entendida como elecciones libres; éstas han sido ganadas
legítimamente por el gobierno de Maduro.
Tampoco es
cuestión de violaciones masivas de derechos humanos.
A pesar del
imperdonable hostigamiento hacia algunos medios de comunicación, no hay un
ataque frontal a la libertad de expresión, y el hecho es que varios periódicos
y canales de televisión siguen expresando el punto de vista de la oposición.
Lo que
ocurre en Venezuela es más complejo y difícil de enfrentar: La conducción
desordenada de la vida económica y política del país bajo el regimen de Chávez
condujo a una descomposición, a gran escala, de las instituciones
gubernamentales los valores y las normas de convivencia.
Los dos
ámbitos en que esto se expresa de manera más clara son la seguridad y el deterioro económico.
Lo que
ocurre en Venezuela es más complejo y difícil de enfrentar: La conducción
desordenada de la vida económica y política del país bajo el regimen de Chávez
condujo a una descomposición, a gran escala, de las instituciones
gubernamentales, los valores y las normas de convivencia. Los dos ámbitos en
que esto se expresa de manera más clara son la seguridad y el deterioro
económico.
Venezuela es
el país más violento del mundo. Los casos de homicidios y delitos a mano armada
exceden, por mucho, a lo que ocurre en otros países de la región. A pesar de
los gigantescos ingresos por exportaciones de petróleo, hay desabasto de
víveres, medicinas y otros bienes de coonsumo.
Los
periódicos han disminuido su cobertura y están a punto de cerrar, no tanto por
el empeño gubernamental en silenciarlos, sino porque es imposible conseguir
papel para su impresión.
Las medidas
tomadas con el fin de remediar la escases de dólares, indispensables para la
importación de alimentos, elevan la inflación y, con ello, la exasperación de
las clases medias.
Esa situación
está acompañada de una profunda polarización política. Es impsibe predecir un
triunfo de la oposición, aun si buen número de observdores internacionales
llegaran para asegurar que haya comicios limpios. No obstante los problemas
suscitados por la Revolución Bolivariana, el 50% de la población sigue
venerando la imagen de Chávez. El fervor de sus admiradores se extiende a su
sucesor, Maduro, haciendo caso omiso de las debilidades y desmandas de su
estilo personal. Justo es reconocer que, con todos los aspectos críticos de su
gestión, la pobreza ha disminuido en Venezuela, logro que ayuda a entender su
popularidad.
En esas
circunstancias, ¿cuál es la acción latinoamericana que podrá podría conducir
a un mejoramiento de las circunstancias?
|
Un primer
dilema consiste en seleccionar a los organismos o foros multilaterales que
tendrían la legitimidad para auspiciar un pronunciamiento.
El primer
intento por parte de Panamá de llevar el caso a la atención del Consejo
Permanente de la OEA puso en evidencia la dificultad de avanzar por ese camino;
su petición tuvo que ser retirada.
El foro
major aceptado para una discusión sobre las dificultades por las que atraviesa
Venezuela es el Unasur, un espacio donde lo más probable es que se emita un
llamado muy general a entablar el diálogo entre gobierno y opositores. La
simpatía frecuentemente expresada
por Brasil y Argentina al actual
gobierno venezolano no permite prever que se llegue mucho más lejos.
El
presidente Mújica de Uruguay se ha ofrecido para ser mediador entre la
oposición y el gobierno en Venezuela. Su ofrecimiento fue rechazado por Maduro
y posiblemente tampoco es muy bien visto por la oposición, ahora dividida por
sus diferencias respecto a la major estrategia a seguir para acelerar la caída del
gobierno. La propuesta de lograrla mediante la desestabilización callejera,
encabezada por Leopoldo López, no convnece a la figura más visible de la
oposición, Henrique Capriles.
La situación
venezolana pone sobre la mesa el tema de la importancia y urgencia de la acción
externa para precipitar un cambio político interno. Históricamente, dicha
acción ha tenido efectos positivos, pero solo cuando existen las fuerzas
políticas que, al interior, puedan encabezar dicho cambio, y cuando existe
consenso en el exterior sobre cómo actuar, hasta ahora tales requisitos no se
cumplen.
En opinión
de algunos, se puede esperar que la crisis económica y el consiguiente
descontento popular lleguen al punto de que sería el propio gobierno el que
decida negociar con organizmos internacionales como el FMI y emprender un
diálogo constructivo con los opositores. Pero es poco probable que esto no
ocurra por la personalidad de Maduro y los mitos que ha aliementado.
El verdadero
punto de rompimiento se encontraría en el ejército. En efecto, un de Estado
propiciado por el caos económco no es impensable. Sin embargo dada la
polarización que hemos señalado y la posesión de armas por parte de la
ciudadanía, un hecho de esa naturaleza podría ser muy sangriento y provocaría,
eso sí, una desestaabilización regional.
Por todo lo
anterior, es comprensible y muy posiblemente justificado que los gobiernos
latinoamericanos prefieran, hasta ahora, mantenerse a la distancia.
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Tomado de la revista PROCESO 1949
11/03/2014
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