viernes, 25 de abril de 2014

Historia de un Aborto


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HISTORIA DE UN ABORTO

Noah Gordon
      
Ese año Sara llevaba el pelo al estilo de docenas de jóvenes modelos y artistas de cine. Los gruesos cristales de los anteojos hacían mayores y más luminosos sus ojos tiernos y preocupados.
La boca, de labios carnosos, le temblaba ligramente, y los hombros tensos y encorvados parecía que esperaban los golpes vengativos de un Dios castigador.
Incluso en aquellos momentos en que  contenía cuidadosamente la  desesperación, seguía parciéndose a la madre muerta cuyas fotos Patricia había examinado con disimulo aunque Sarah era más alta y había heredado algunas facciones de David, su padre, más pronunciadas;  en conjunto encerraba la promesa de una belleza  más interesante que la que se revelaba en las fotografías de Natalia. Bajo el minucioso interrogatorio de Patricia, lo que Sarah había descrito como "varias faltas" resultaron ser tres.
       -¿Por qué no viniste a verme antes?- le preguntó Patricia.
-Siempre tengo unas reglas muy irregulares, pensaba que ya me vendría.
-Además añadió Sara, le había costado mucho tomar una decisión. Los bebés eran maravillosos. Se había pasado muchas horas tendida en la cama, imaginando la dulce suavidad, la desvalida  ternura de un bebé.
¿Cómo había podido ocurrirle a ella?
-¿No utilizarón  anticonceptivos?
       -No.
-Pero, Sara. ¿Y todos los programas sobre el sida que les han dado en la escuela? -le preguntó Patricia con mal disimulada amargura, sin poderse contener.
Sabíamos que no ibamos a coger el sida.
-¿Cómo podías estar seguros de una cosa así?
-Porque ninguno de los dos había hecho nunca el amor con otra persona. La primera vez Roberto utilizó un preservativo, pero la siguiente no teníamos ninguno.
No sabían nada de nada. Patricia hizo un esfuerzo por mantenerse serena.
-Dime, ¿has hablado de esto con Roberto?
-Está muerto de miedo -respondió Sara categóricamente. Patricia asintió.
-Dice que podemos casarnos, si quiero.
-¿Y tú qué dices?
Me gusta mucho, Patricia. Incluso lo quiero mucho. Pero no lo quiero para toda la vida, ¿comprendes? Sé que es demasido joven para ser un buen padre, y yo soy demasido joven para ser una buena madre… Quiere ir a la Universidad a estudiar derecho y ser un abogado importante en Springfield, como su padre. -Se apartó un mechón de la frente-. Yo quiero ser meteoróloga
-¿Ah, sí? Debido a su afición a coleccionar piedras, Patricia tenía la impresión de que le interesaba la geología.
-Siempre me fijo en parte meteorológico de la televisión. Algunos de esos hombres del tiempo son unos payasos que no tienen ni idea de nada. Los científicos están descubriendo constantemente cosas nuevas sobre el clima y creo que una mujer inteligente que trabaje mucho puede llegar muy lejos.
A pesar de su estado de ánimo, Patricia esbozó una sonrisa, aunque fue una sonrisa fugaz. Veía con claridad hacia dónde se encaminaba la conversación, pero quería que fuera la propia Sara quien llevara la iniciativa.


-¿Cuáles son tus planes, entonces?
-No puedo criar un hijo.
-¿Has pensado en darlo en adopción?
-Lo he pensado muchísimo. En otoño empezaré el último curso. Es un año importante. Necesito una beca para ir a la universidad, y si tengo que ocuparme de un embarazo no podré conseguirla. Quiero abortar.
-¿Estás segura?
-Sí. No lleva mucho tiempo, ¿verdad?
Patricia suspiró
-No, no mucho, siempre que no se presenten complicaciones.
-¿Suelen presentarse?
-No es muy frecuente. Pero, en realidad, en cualquier cosa que hagas pueden surgir complicaciones. Se trata de un procedimiento agresivo.
-Pero tú puedes llevarme a un sitio bueno, bueno de verdad, ¿no es cierto?
Las pecas resaltaban sobre la tez pálida de Sara y le daban una apariencia tan joven y vulnerable que a Patricia le costó hablar con normalidad.
-Sí, podría llevarte a un sitio bueno de verdad, si es lo que  finalmente decides. ¿Por qué no lo hablamos con tu padre?
-¡No! ¡Él no tiene que enterarse de nada! Ni una palabra, ¿me entiendes?
       -Estás cometiendo un grave error,  Sara.
-Eso tú no puedes decirlo, ¿Te crees que conoces a mi padre mejor que yo? Cuando murió mi madre, se volvió un borracho que no se tenía en pie. Esto podría hacerle beber de nuevo, y no quiero correr ese riesgo. Mira, Patricia, eres muy buena con mi padre y te aseguro que tiene un gran concepto de ti, pero a mi también me quiere, y tiene… tiene una imagen irreal de mi. Tengo miedo de que esto sea demasiado para él.
-Pero se trata de una decisión muy  imporante, Sara, y no deberías tomarla tú sola.
-No estoy sola. Te tengo a ti.
Eso obligó a Patricia a pronunciar cuatro palabras muy duras:
-No soy tu madre.
-No necesito una madre. Lo que necesito es una amiga -Sara la miró-. Lo haré igualmente con o sin tu ayuda, Patricia. Pero te necesito a mi lado.
       Patricia la miró a su vez y finalmente hizo un gesto de asentimiento.
-Muy bien, Sara. Seré tu amiga -algo en la expresión o en las palabras reveló su dolor, la muchacha le cogió la mano.
-Gracias, Patricia. ¿Tendré que pasar la noche en la clínica.
-Por lo que me has dicho, creo que has entrado en el segundo trimestre. Un aborto de segundo trimestre es un procedimiento de dos días. Y luego habrá hemorragia, seguramente más que un flujo menstral interno. Piensa que tendrás que pasar al menos una noche fuera de casa. Pero, Sara, en Massachussetts, una menor de dieciocho años necesita el consentimiento de los padres para abortar.
Sara la contempló fijamente.
-Puedes hacerme el aborto aquí.
-No, de ninguna manera.      -Patricia le cogió la otra mano y percibió la tranquilizadora energía juvenil-. Aquí no tengo medios para practicar un aborto, y las dos  queremos que se haga de la mejor manera posible. Si estás absolutamente segura de  que quieres abortar, sólo tienes dos opciones: puedes ia a una clínica de otro estado o puedes pedir a un juez que te autorice a abortar en éste sin el consentimiento paterno.
-Oh, Dios. ¿Tengo que presentarme en público?
-No, de ninguna manera. Verías al juez en la intimidad de su despacho, a solas los dos.
-¿Tú qué harías si estuvieras en mi lugar?
Se sintió acorralada por esta prgunta directa. No era posible evadirla, y le debía una respuesta a la joven.
-Iría a hablar con el juez- respondió decidida-. Podría concertar la entrevista en tu nombre. Casi nunca niegan la autorización. Y luego podrías ir a una clínica de Boston; estuve, trabajando allí algún tiempo y sé que es muy buena.
Sara sonrió y se secó las lágrimas con las yemas de los dedos.
-Entonces, lo haremos así. Pero ¿cuánto costará?
-Un aborto de primer trimester cuesta trescientos veinte dólares. Un aborto de segundo trimestre, como el que tú necesitas, es más complicado y más caro. Quinientos cincuenta dólares. No tienes ese dinero, ¿verdad? -dijo.
-No.
-Yo pagaré la mitad. Y tienes que decirselo a Roberto que ha de pagar el resto. ¿De acuerdo?
Sara asintió con un gesto. Por primera vez empezaron a temblarle los hombros.
-Pero lo primero que necesitas es un examen físico
A pesar de lo que había dicho antes, y aunque Patricia no consideraba que Sara fuera realmente su hija, era alguien con quien tenía una estrecha relación personal. Se sentía tan incapaz de hacerle un examen interno a Sara como si ella misma hubiera sufrido los dolores de dar a luz a Sara, o la hubiera acompañado a la escuela por primera vez.
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Descolgó el teléfono, llamó al consultorio de Daniel Noyes en Greenfield y concerto una visita para Sara.
El doctor Noyes concluyó que, en la medida en que él podía afirmarlo, Sara llevaba catorce semanas de embarazo.
       Demasidao tiempo. El firme y joven abdomen de la muchacha apenas estaba abultado, pero no seguiría mucho tiempo así. Patricia sabía que cada día que pasara las células se multiplicarían, el feto crecería y el aborto resultaría más  complicado.
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Solicitó una audiendicia judicial con el honorable Geoffrey J. Moynihan. Llevó a Sara al juzgado en su automovil, le dio un beso antes de dejarla en el despacho del juez y se sentó a esperar en el duro banco de madera pulida que había en el pasillo.
El objeto de la audiencia consistía en convencer al juez Moynihan de que Sara era lo bastante madura para someterse a un aborto. Para Patricia, la audiencia misma era una cuestión  intrincada: si Sara no era bastante madura para abortar, ¿cómo podia serlo para dar a luz y criar un hijo?
La entrevista con el juez duro doce minutos. Al salir, Sara hizo un gesto afirmativo con expresión sombría.
Patricia le pasó un brazo por los hombros y se dirigieron juntas hacia el coche.
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