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HISTORIA DE UN ABORTO
Noah
Gordon
Ese año Sara
llevaba el pelo al estilo de docenas de jóvenes modelos y artistas de cine. Los
gruesos cristales de los anteojos hacían mayores y más luminosos sus ojos
tiernos y preocupados.
La boca, de
labios carnosos, le temblaba ligramente, y los hombros tensos y encorvados
parecía que esperaban los golpes vengativos de un Dios castigador.
Incluso en
aquellos momentos en que contenía
cuidadosamente la desesperación,
seguía parciéndose a la madre muerta cuyas fotos Patricia había examinado con
disimulo aunque Sarah era más alta y había heredado algunas facciones de David,
su padre, más pronunciadas; en
conjunto encerraba la promesa de una belleza más interesante que la que se revelaba en las fotografías de
Natalia. Bajo el minucioso interrogatorio de Patricia, lo que Sarah había
descrito como "varias faltas" resultaron ser tres.
-¿Por
qué no viniste a verme antes?- le preguntó Patricia.
-Siempre
tengo unas reglas muy irregulares, pensaba que ya me vendría.
-Además
añadió Sara, le había costado mucho tomar una decisión. Los bebés eran
maravillosos. Se había pasado muchas horas tendida en la cama, imaginando la
dulce suavidad, la desvalida
ternura de un bebé.
¿Cómo había
podido ocurrirle a ella?
-¿No utilizarón anticonceptivos?
-No.
-Pero, Sara.
¿Y todos los programas sobre el sida que les han dado en la escuela? -le
preguntó Patricia con mal disimulada amargura, sin poderse contener.
Sabíamos que
no ibamos a coger el sida.
-¿Cómo
podías estar seguros de una cosa así?
-Porque
ninguno de los dos había hecho nunca el amor con otra persona. La primera vez Roberto
utilizó un preservativo, pero la siguiente no teníamos ninguno.
No sabían
nada de nada. Patricia hizo un esfuerzo por mantenerse serena.
-Dime, ¿has
hablado de esto con Roberto?
-Está muerto
de miedo -respondió Sara categóricamente. Patricia asintió.
-Dice que
podemos casarnos, si quiero.
-¿Y tú qué
dices?
Me gusta
mucho, Patricia. Incluso lo quiero mucho. Pero no lo quiero para toda la vida,
¿comprendes? Sé que es demasido joven para ser un buen padre, y yo soy demasido
joven para ser una buena madre… Quiere ir a la Universidad a estudiar derecho y
ser un abogado importante en Springfield, como su padre. -Se apartó un mechón
de la frente-. Yo quiero ser meteoróloga
-¿Ah, sí?
Debido a su afición a coleccionar piedras, Patricia tenía la impresión de que
le interesaba la geología.
-Siempre me
fijo en parte meteorológico de la televisión. Algunos de esos hombres del
tiempo son unos payasos que no tienen ni idea de nada. Los científicos están
descubriendo constantemente cosas nuevas sobre el clima y creo que una mujer
inteligente que trabaje mucho puede llegar muy lejos.
A pesar de
su estado de ánimo, Patricia esbozó una sonrisa, aunque fue una sonrisa fugaz.
Veía con claridad hacia dónde se encaminaba la conversación, pero quería que
fuera la propia Sara quien llevara la iniciativa.
-¿Cuáles son
tus planes, entonces?
-No puedo
criar un hijo.
-¿Has
pensado en darlo en adopción?
-Lo he
pensado muchísimo. En otoño empezaré el último curso. Es un año importante.
Necesito una beca para ir a la universidad, y si tengo que ocuparme de un
embarazo no podré conseguirla. Quiero abortar.
-¿Estás
segura?
-Sí. No
lleva mucho tiempo, ¿verdad?
Patricia
suspiró
-No, no mucho,
siempre que no se presenten complicaciones.
-¿Suelen
presentarse?
-No es muy
frecuente. Pero, en realidad, en cualquier cosa que hagas pueden surgir
complicaciones. Se trata de un procedimiento agresivo.
-Pero tú
puedes llevarme a un sitio bueno, bueno de verdad, ¿no es cierto?
Las pecas
resaltaban sobre la tez pálida de Sara y le daban una apariencia tan joven y
vulnerable que a Patricia le costó hablar con normalidad.
-Sí, podría
llevarte a un sitio bueno de verdad, si es lo que finalmente decides. ¿Por qué no lo hablamos con tu padre?
-¡No! ¡Él no
tiene que enterarse de nada! Ni una palabra, ¿me entiendes?
-Estás
cometiendo un grave error, Sara.
-Eso tú no
puedes decirlo, ¿Te crees que conoces a mi padre mejor que yo? Cuando murió mi
madre, se volvió un borracho que no se tenía en pie. Esto podría hacerle beber
de nuevo, y no quiero correr ese riesgo. Mira, Patricia, eres muy buena con mi
padre y te aseguro que tiene un gran concepto de ti, pero a mi también me
quiere, y tiene… tiene una imagen irreal de mi. Tengo miedo de que esto sea
demasiado para él.
-Pero se
trata de una decisión muy
imporante, Sara, y no deberías tomarla tú sola.
-No estoy
sola. Te tengo a ti.
Eso obligó a
Patricia a pronunciar cuatro palabras muy duras:
-No soy tu
madre.
-No necesito
una madre. Lo que necesito es una amiga -Sara la miró-. Lo haré igualmente con
o sin tu ayuda, Patricia. Pero te necesito a mi lado.
Patricia
la miró a su vez y finalmente hizo un gesto de asentimiento.
-Muy bien,
Sara. Seré tu amiga -algo en la expresión o en las palabras reveló su dolor, la
muchacha le cogió la mano.
-Gracias,
Patricia. ¿Tendré que pasar la noche en la clínica.
-Por lo que
me has dicho, creo que has entrado en el segundo trimestre. Un aborto de
segundo trimestre es un procedimiento de dos días. Y luego habrá hemorragia,
seguramente más que un flujo menstral interno. Piensa que tendrás que pasar al
menos una noche fuera de casa. Pero, Sara, en Massachussetts, una menor de
dieciocho años necesita el consentimiento de los padres para abortar.
Sara la
contempló fijamente.
-Puedes
hacerme el aborto aquí.
-No, de
ninguna manera.
-Patricia le cogió la otra mano y percibió la tranquilizadora energía
juvenil-. Aquí no tengo medios para practicar un aborto, y las dos queremos que se haga de la mejor manera
posible. Si estás absolutamente segura de
que quieres abortar, sólo tienes dos opciones: puedes ia a una clínica
de otro estado o puedes pedir a un juez que te autorice a abortar en éste sin
el consentimiento paterno.
-Oh, Dios. ¿Tengo
que presentarme en público?
-No, de
ninguna manera. Verías al juez en la intimidad de su despacho, a solas los dos.
-¿Tú qué
harías si estuvieras en mi lugar?
Se sintió
acorralada por esta prgunta directa. No era posible evadirla, y le debía una
respuesta a la joven.
-Iría a
hablar con el juez- respondió decidida-. Podría concertar la entrevista en tu
nombre. Casi nunca niegan la autorización. Y luego podrías ir a una clínica de
Boston; estuve, trabajando allí algún tiempo y sé que es muy buena.
Sara sonrió
y se secó las lágrimas con las yemas de los dedos.
-Entonces,
lo haremos así. Pero ¿cuánto costará?
-Un aborto
de primer trimester cuesta trescientos veinte dólares. Un aborto de segundo
trimestre, como el que tú necesitas, es más complicado y más caro. Quinientos
cincuenta dólares. No tienes ese dinero, ¿verdad? -dijo.
-No.
-Yo pagaré
la mitad. Y tienes que decirselo a Roberto que ha de pagar el resto. ¿De
acuerdo?
Sara asintió
con un gesto. Por primera vez empezaron a temblarle los hombros.
-Pero lo
primero que necesitas es un examen físico
A pesar de
lo que había dicho antes, y aunque Patricia no consideraba que Sara fuera
realmente su hija, era alguien con quien tenía una estrecha relación personal.
Se sentía tan incapaz de hacerle un examen interno a Sara como si ella misma
hubiera sufrido los dolores de dar a luz a Sara, o la hubiera acompañado a la
escuela por primera vez.
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Descolgó el
teléfono, llamó al consultorio de Daniel Noyes en Greenfield y concerto una
visita para Sara.
El doctor
Noyes concluyó que, en la medida en que él podía afirmarlo, Sara llevaba
catorce semanas de embarazo.
Demasidao
tiempo. El firme y joven abdomen de la muchacha apenas estaba abultado, pero no
seguiría mucho tiempo así. Patricia sabía que cada día que pasara las células
se multiplicarían, el feto crecería y el aborto resultaría más complicado.
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Solicitó una
audiendicia judicial con el honorable Geoffrey J. Moynihan. Llevó a Sara al
juzgado en su automovil, le dio un beso antes de dejarla en el despacho del
juez y se sentó a esperar en el duro banco de madera pulida que había en el
pasillo.
El objeto de
la audiencia consistía en convencer al juez Moynihan de que Sara era lo
bastante madura para someterse a un aborto. Para Patricia, la audiencia misma
era una cuestión intrincada: si
Sara no era bastante madura para abortar, ¿cómo podia serlo para dar a luz y
criar un hijo?
La
entrevista con el juez duro doce minutos. Al salir, Sara hizo un gesto
afirmativo con expresión sombría.
Patricia le
pasó un brazo por los hombros y se dirigieron juntas hacia el coche.
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