sábado, 18 de abril de 2015

Consejos literarios


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CONSEJOS LITERARIOS



-Me gusta escribir. Llevo ya algún tiempo haciéndolo, pero por no haber tomado nunca un taller de redacción presiento que adolezco de algo, Mi esposa me lo recuerda a cada momento, dice que no se escribir, que me falta estilo, y dada la experiencia que tiene usted, maestro, tanto como periodista como escritor, me gustaría que me diera algunas indicaciones que me ayuden a superarme.

-Con mucho gusto, Emilio, mira hay por supuesto unos periodistas mejores que otros, pero sería más exacto decir que hay periodistas que estudian y trabajan más que otros. La diferencia no está, pues, en el vestir y en el andar, lo que hace la diferencia es el esfuerzo que se ponga para alcanzar estos dos objetivos: la posesión real del idioma y el desarrollo de un estilo.
-La primera falla de muchos estudiantes consiste en no saber ortografía. Quien la ignora desconoce también la sintáxis. Es imposible llegar al fondo de una información periodística si no se saben sortear las fallas de puntuación. Los solecismos, las faltas de ortografía que cambian el sentido de las palabras y, sobre todo, el problema que representa la pérdida de líneas enteras o la trasposición de otras. Es necesario la sólida posesión del castellano, no incluir en solecismos no abusar del hiperbatón, aplicar las normas sobre el régimen de los verbos, no ponerse trampas con los anfibologías, como la arquitectrura, el estilo no es adorno ni exterioridad sino un resultado final que requiere una base sustentante..
-No es barata artesanía sino un género literario cuyas exigencias, si cumplidas, crean belleza,. La exactitud y galanura del lenguaje, la precisa construcción de las frases, no  mecánica sino artística y la forma en que palabras de uso común aparecen allí bajo una nueva luz. Esta magia se llama estilo.
-La gramática es el sustento del estilo. Si no se aplican las reglas de la sintaxis a la construcción de cada frase no habrá estructura sobre la cual pueda edificarse el estilo. Nada  se inventa, uno está siempre sujeto a normas básicas que son fuente de armonía y florecimiento del lenguaje.
-Ni obra de azar ni factor hereditariio, el estilo es resultado de una búsqueda personal, voluntaria, incesante. El brillo y la textura se pueden perder por descuido o indolencia. El estilo no se adquiere de una vez por todas, exige constante vigilancia, cuidado y pulimento.
-El paso fundamental para la adquisición de un estilo se halla en dos decisiones: rebelarse contra la mediocridad y lograr formas personales de expresarse, sin miedo a las responsabilidades y esfuerzos que aguardan en el camino. La búsqueda comienza por un honrado examen de nuestros conocimientos gramaticales. No importan los años consumidos en el aprendizaje y en la práctica: jamás acabaremos de entender, nunca llegaremos a dominar totalmente las complejidades de nuestor idioma, el más hermoso, pero uno de los más difíciles.
-Una receta eficaz para no salir nunca de la mediocridad es leer poco: sólo un periódico al día, una revista a la semana, un libro cada tres meses. En cambio, la lectura abundante suele dar resultados tan generosos que hasta remedia la mala ortografía. Ahora que la SEP y el FCE los han puesto al alcance de todos no hay excusa para dejar de leer o releer a García Marquez, a Arreola, Carlos Fuentes, Hoctavio Paz, Rulfo, Vasconcelos...



-La lectura debe ser deleitosa pero también crítica. Nada que llegue a nuestras manos ha de salir de ellas sin reflexión y analisis. La imitación es un camino sesgado y eficaz para construir el estilo. Hay que escoger bien nuestros modelos porque los malos modos de escribir se pegan como los cardos y, en cambio, las cualidades de los buenos escritores son difíciles de desentrañar y aprender y todavía más arduos de imitar. Una dosis controlada de imitación intencioal sobre un estilo excelente puede servir de disparador al estilo propio. No trato de incitarte al plagio, pero recuerda en este momento la frase de un poeta que, acusado de plagiario, se defendió: “Tomo lo mio donde lo encuentro”.
-La siguiente clave consiste en hacerse devotos cultivadores de la conversación, un magnifico ejercicio que se refleja en el arte de escribir. Nadie puede dar lo que no tiene; nadie será capaz de plasmar bellaeza literaria en las páginas de un libro o de un periodico si no se nutre constantemente con la abundancia verbal. La conversación, a diferencia de las charlas banales, afina y disciplina el léxico y lo enriquece con los destellos de otros estilos. El mejor conversador es siempre el que sabe escuchar.
-Tengo una última receta para ti, Emilio: Mantente redactando todo el día. Se puede redactar en sueños o durante las faenas del aseo personal. Cuando uno va prisionero en el taxi, el autobús o el metro se pueden hacer preciosos ejercicios de redacción. En el pizarrón de la imaginación se intentan descripciones de los objetos y personas que nos rodean: la gimnasia mental no tiene lílmites.
-Si después de todo lo que te he dicho, si no encuentras el estilo que buscas, será por cualquiera de estas dos causas: no servía ninguna de mis recetas o así naciste, sin estilo. En este último caso, bastará que trates de redactar con básico respeto a las reglas de la gramática y ten la seguridad de que tus lectores te   quedarán moderadamente agradecidos.

-Le estoy muy agradecido por su consejos, los cuales trataré de seguir al pie de la letra.

-Me gustaría decirte algo más Emilio: Se dice que los médicos no se preocupan mucho de sus errores porque los entierran. Pero los periodistas publicamos los nuestros. aunque lo intentemos, no es posible esconder nuestra ineficacia. Si hoy escribimos mal, o siquiera un poco deficiente, mañana se publicará tal cual o quizá peor, cuando a nuestra imperfecta redacción se agreguen erratas de tipografía, para mayor vergüenza de nosotros.
-Una última cosa: Justo es el instante de proclamarnos dueños del saber y la perfección se inicia la decadencia. Como ya somos perfectos, descuidamos la lectura, silenciamos la autocrítica y desdeñamos la crítica externa, si es que alguna vez la admitimos sinceramente. Entonces el lenguaje empieza a enmohecer; nos marginamos de las nuevas formas de expresión, nos quedamos a la zaga de los avances del periodismo que atañen a los redactores; dejamos que otros nos superen en aquellas especialidades en las que habíamos logrado destacar un poco y, en fin, de pronto nos damos  cuenta de que hemos perdido clintela, público, que ya casi nadie se acuerda de nosotros, y no importa lo que decimos o callamos...
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