martes, 30 de diciembre de 2014

La Gestación de la Raza Humana


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LA GESTACIÓN DE LA RAZA HUMANA


Desde que, en 1856, se descubrieron casualmente los primeros restos del hombre de Neandertal, en Alemania, arqueólogos y antropólogos no han dejado de realizar excavqciones en África, Europa, Australia y Asia, en busca de otros vestigios que permitan esclarecer incógnitas fundamentales de nuestra existencia: ¿cuándo, donde y cómo surgió la especie humana?


El estudio reciente de ciertos fósiles encontrados en Indonesia y China plantea posibilidades sorprendentes y pone en duda muchas de las tesis que sobre los orígenes del hombre se han arraigado en los libros de texto. Cuanto más avanza la paleontología humana, más se convencen los científicos de que el paso del mono al hombre fue un proceso largo y complejo. Es posible que en determinadas épocas y regiones hayan existido dos o más especies de homínidos que competían por la supervivencia. Y la lucha pudo haberse decidido en favor de una u otra en cualquier momento. El Homo sapiens moderno parece haber sido una de tantas especies rivales.


La historia de este sobreviviente, el cual llegó a dominar la Tierra, comenzó hace unos 4 millones de años en las exuberantes selvas africanas, donde se han desenterrado los más antiguos fósiles de homínidos. Un descubrimiento decisivo tuvo lugar en Etiopía en 1974, cuando la expedición encabezada por el antropólogo estadounidense Donald Johanson y el geólogo francés Maurice Taich reunió pacientemente los fragmentos de un antiquísimo esqueleto de primate, cuya especie se denominó Australopithecus afarensis.


Los investigadores advirtieron que, a diferencia de todos los primates encontrados hasta entonces, aquel “eslabón perdido” entre el mono y el hombre caminaba totalmente erguido. Desde entonces han aparecido muchos otros vestigios de la misma especie, entre ellos unas huellas de pies perfectamente conservadas, descubiertas en Tanzania en 1978 por un equipo dirigido por la antropóloga Mary Leakey.
Es probable que la inteligencia de estas menudas criaturas (los machos medían menos de 1.5 metros de estatura) no haya sido muy superior a la de un simio común, pero la postura erguida y la locomoción bípeda seguramente les dieron ventaja pues les dejaron las manos libres y los volvieron más aptos para la recolección.
El hecho más importante desde el punto de vista de la selección natural es que los australopitecos prosperaron y trasmitieron su constitución genética a sus descendientes que con el tiempo dieron origen a una especie llamada Homo habilis (“hombre hábil”). 


Este hominido, aparecido probablemente hace más de 2 millones de años, se distinguía poco de sus antecesores en el aspecto físico, pero poseía un cerebro algo mayor, y fue el primero en fabricar herramientas de piedra.
Como consecuencia de sus adaptaciones a los rigores de la vida en el África prehistórica el Homo habilis fue evolucionando hasta constituir otra especie el Homo erectus, un homínido más alto, fuerte e inteligente cuyo aspecto físico, al menos del cuello a los pies, debe de haber sido casi idéntico al del ser humano moderno. Los primeros fósiles de esta especie, que alcanzó un prosperidad y una movilidad extraordinarias, se encontraron a miles de kilómetros de distancia de su lugar de origen en África. 


En 1891, Eugène Dubois, médico holandés que se encontraba en las Indias Orientales Holandesas (hoy Indonesia) realizando excavaciones, descubrió unos restos de intrigante antigüedad (una bóveda craneal y un fémur) en el lecho del río Solo, en la isla de Java. Dubois los atribuyó a una antigua raza de “hombre mono” a la que llamó Pithecanthropus erectus. Durante los decenios que siguieron se hallaron huesos semejantes en China y África.


Con el tiempo, los antropólogos comprendieron que aquellos fósiles eran de criaturas tan parecidas, que todos podían clasificarse dentro de la misma especie de homínido: el Homo erectus.
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En fechas recientes, los  investigadores estadounidenses Garniss Curtis y Carl Swisher, del Centro de Geocronología de Berkeley, en California, y sus colegas indonesios rectificaron la datación de unos fragmentos de cráneo de Homo erectus procedentes de dos asentamientos javaneses. Resultó que no tienen 1 millón de años de antigüedad, como habían indicado los primeros análisis, sino casi dos veces más.
Si este dato se confirma, habrá que suponer que nuestros antepasados emigraron de su cuna africana cientos de miles de años antes de lo que se creía. Y será necesario someter la historia de la evolución  humana a una profunda revisión.
La nueva datación hace pensar que el Homo erectus tuvo tiempo de sobra para evolucionar en dos direcciones distintas, hasta diversificarse en una raza africana y otra asiática. Los científicos chinos sostienen que cierto cráneo de hombre moderno desenterrado en su país hace dos decenios tiene al menos 200,000 años de antigüedad, mucho más que los otros fósiles de Homo sapiens hallados en Asia. Más aun, el cráneo presenta rasgos semejantes a los de los asiáticos actuales.

¿Cuándo y por qué partió el Homo erectus de su primitivo emplazamiento en África para extenderse por el Medio Oriente, luego por Europa y finalmente hasta la cuenca del Pacífico?

Algunos antropólogos conjeturan que la emigración de este homínido puede explicarse a la luz de un avance técnico. En asentamientos que datan de hace 1.4 milloes de años (unos 400,000 después de la aparición de la especie) se han desenterrado hachas y cuchillos de piedra mucho más elaboradas que las toscas herramientas usadas en épocas anteriores. Los nuevos utensilios, concluyen los proponentes de esta hipótesis, debieron de facilitar mucho al Homo erectus la obtención de alimentos y, por ende, la emigración.

-Si las herramientas avanzadas propiciaron la salida de África, ¿por qué no se han encontrado en todos los lugares adonde se extendió la especie?

Alan Thornek, de la Universidad Nacional Australiana en Canberra, explica que el Homo erectus asiático pudo haber hecho instrumentos del mismo nivel técnico, pero de un material menos duradero. “Las herramientas de bambú”, dice, “son en muchos sentidos mejores que las de piedra y tienen más aplicaciónes”. Pero el bambú, a diferencia de la piedra, no deja ninguna huella después de 1 millón de años.
La prueba más indiscutible de la época en que el Homo erectus llegó a Asia es sin duda alguna la edad de los fósiles que allí se han encontrado. Pero resulta difícil datarlos con precisión, sobre todo en el caso de los restos javaneses. La antigüedad del “niño de Mojokerto”, una bóveda craneana infantil hallada en 1936, se calculó en alrededor de 1 millón de años, y la de un esqueleto facial machacado y un fragmento de cráneo procedente de Sangiran, en poco menos.
Tal vez estos cálculos no se habrían cuestionado seriamente de no haber sido por la intervención de Curtis. En 1970, el investigador aplicó una técnica de datación radiactiva a una muestra de piedra pómez tomada del estrato que contenía el fósil de Mojokerto, y concluyó que la antigüedad de este se acercaba más bien a los 2 millones de años. No obstante, como la técnica era falible, la datación de Curtis quedó en duda durante más de dos decenios. Al cabo de este tiempo, Swisher y él hicieron otro análisis con un método nuevo y mucho más preciso.
El segundo resultado confirmó el primero: el niño de Mojokerto y los fósiles de Sangiran tenían alrededor de 1.8 y 1.7 millones de años de antigüedad respectivamente; es decir lo mismo que los restos más arcaicos del Homo erectus de África. Clark Howell, antropólogo de la Universiad de California en Berkeley,comenta: “Es pasmoso,. Nadie esperaba cifras tan grandes”. Con todo, el especialista advierte que antes de dar por segura la datación habrá que relacionar direcamente la piedra pómez con la posición en que fueron hallados los fósiles.
He aquí, pues, una solución verosímil a uno de los grandes misterios de la evolución humana. “Siempre nos habíamos preguntado por qué los homínidos tardaron tanto en emigrar de África”, señala Swisher. La respuesta que salta a la vista es que, según el reloj de la prehistoria, no tardaron tanto: quizá 100,000 años a lo más, y no cerca de 1 millón como se pensaba. De ser así, la hipótesis de que el Homo erectus necesitó herramientas refinadas para salir de África quedaría refutada.
A Swisher no le sorprende esta posibilidad. “Los elefantes emigraron de ese continente varias veces a lo largo de su historia”, señala. “Son muchos los animales que amplían su territorio. El principal factor de la expansión del Homo erectus pudo ser un cambio climático. Ningún otro animal ha requerido utensilios de piedra para salir de África”.
Los científicos ya poseen pruebas de que incluso los homínidos más primitivos, los simiescos australopitecos, que vivieron hace algunos 
millones de años antes, se adaptaron a 
condiciones ambientales diferentes.
Vrba, paleontóloga de la Universidad de Yale, cree que éxito de estas criaturas (y con el desarrollo del género Homo) tuvo relación con los cambios climáticos ocurridos entonces. Hace entre 2.9 y 2.5 millones de años, una era glacial hizo bajar las temperaturas de todo el planeta (según algunos climatólogos, hasta en 11°C.), por lo que la húmedad de la selva africana se volvió una sabana mucho más seca.
Al estudiar los fósiles, Vrba averiguó que la población de grandes mamíferos del continente sufrió un cambio radical. Muchos antílopes de la selva dejaron su lugar a otras especies del mismo género, como los búfalos gigantes, mejor adaptados a los pastizales abiertos. La alteración de las condiciones climáticas también pudo favorecer el surgimiento del Homo erectus, especie apta para propagarse por el Viejo Mundo.
En opinión de Alan Walker, especialista en los orígenes de la especie humana, de la Universidad Johns Hopkins, la adaptabilidad del hombre primitivo le facilitaba la colonización de nuevos ambientes, pero fue la creciente inclusión de carne en su dieta lo que lo impulsó a emigrar. “Los carnívoros necesitan un enorme territorio”, explica.
Y no es imposible que el Homo erectus haya emigrado a Asia en sólo unas decenas de miles de años. “Con sólo avanzar 30 kilómetros cada 20 años, no se tarda mucho en completar el recorrido”, puntualiza Walker.
Swisher y sus colegas creen que la nueva datación apoya la teoría de la difusión desde África; es decir, que el Homo sapiens apareción primero en ese continente y luego se extendió por el resto del mundo. Si las razas africana y asiática de Homo erectus hubieran permanecido separadas durante casi 1 millón de años, argumentan los investigadores, habrían evolucionado hasta constituir dos especies distintas. Es prácticamente imposible que dos grupos aislados durante tanto tiempo hayan dado origen a la misma especie: el Homo sapiens. Swicher supone que el Homo erectus asiático se extinguió, y que el Homo sapiens surgió en África de manera independiente.
No necesariamente, replica Alan Thorne, destacado defensor del multirregionalismo. Esta doctrina propone otra interpretación: las poblaciones no evolucionaron en forma aislada, sino  en contacto constante, intercambiando su herencia biológica al mezclarse entre sí. “Hoy en día”, dice Thorne, “circulan genes humanos de Johannesburgo a Pekín y de París a Melburn. Si excluimos las interrupciones causadas por las eras glaciales, es probable que el contacto se haya mantenido a lo largo de toda la trayectoria evolutiva del Homo sapiens”.
Christopher Stringer, del Museo de Historia Natural de Gran Bretaña, no esta de acuerdo: ”Si se examina el acervo de fósíles del último medio millón de años, África es la única parte del mundo que presenta una continuidad evolutiva entre el hombre primitivo y el moderno”.
Stringer agrega que los primeros fósiles de Homo sapiens cuya edad se ha coprobado provienen de África y del Medio Oriente, y los más antiguos datan de hace 120,000 años. El hombre moderno no apareció en Europa ni Asia hasta decenas de miles de años después.

¿Como encaja en esto la reciente noticia sobre el cráneo de Homo sapiens de 200,000 años de antigüedad encontrado en China?

La mayoría de los científicos la han acogido con reserva, en parte porque la técnica de datación empleada sigue siendo experimental. Stringer piensa que la afirmación de que el cráneo pertenece a un hombre modero no se sostendría ante un examen detenido. La única certidumbre en esta materia siempre fascinante, donde los datos escasean y abunda la imaginación, es que seguirá departándonos muchas sorpresas.
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Tomado de TIME
14/3/1994
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