Malu Huacuja del Toro
Acaso los representantes de la
Asociación de Padres de Familia que luchan por la cancelación de los conciertos
de Madonna en México habrían podido evitarse penosas comparecencias si hubieran
arrojado más datos al momento de especificar qué clase de familias son las que
gobiernan los padres asociados.
Ello, porque dada la relevancia que
tiene en las vidas de los mexicanos la familia a la cual pertenecen, no sólo no
es ocioso precisar, sino que, en muchos casos, resulta indispensable.
En las airadas protestas, los perplejos
voceros de la dicha asociación no hicieron más que defender a las familias
"mexicanas" y "cristianas".
Pero, como se sabe, tales calificativos
albergan una vasta gama de posibilidades. Como también se sabe, pensar, por
ejemplo, en una familia típicamente "mexicana" equivale a hablar de
una familia de padre alcohólico, madre coalcohólica e hijos mitómanos y/o
prealcohólicos, maltratados física o emocionalmente, o de padre o madre
conversos a la religión de Alcohólicos Anónimos que por ende detestan a los
herejes borrachos y cuyo odio los convierte en amenazas, aún mayores para los
niños a los que intentan educar.
Todo lo cual es mucho peor que un
espectáculo de Madonna, que al fin y al cabo dura una sola noche y no la vida
entera.
Del mismo modo, hablar de una familia
"cristiana" no en cualquier caso implica elogios.
Tal como se proponen ignorar los
miembros de las familias más respetuosas de la Cólera Divina y de los preceptos
bíblicos, las relaciones incestuosas imperan en los núcleos donde se sufre una
mayor privación sexual. Y, aunque los integrantes agredidos sexualmente durante
su infancia tienden a morirse sin jamás revelar ni a sí mismos el secreto, el
incesto es más común de lo que quisiéramos creer.
(Por cierto
que, en la escuelita de monjas donde estudié tuve una amiga que no sólo fue
acosada sexualmente por su padre -un español católico apostólico romano y
franquista-, sino violada por "el padre", que es como nos obligaban a decirle al cura que nos daba la
comunión). De tal manera que una familia "cristiana" no es
necesariamente un modelo de amor a seguir, aunque sí puede ser un ejemplo de
traiciones (a los ideales que los creyentes obviamente no a cualquier hora del
día pueden seguir, a la palabra y, por supuesto, a la confianza en los adultos,
por no hablar del ultraje físico).
Y todo esto, de nuevo, es
inconmensurablemente más dañino que una coreografía de la rubia oxigenada, por
ello, si la Asociación de Padres de Familia precisara con detalles las
asombrosas cualidades que deben tener los progenitores a los que representan
(porque no son ni típicamente mexicanos ni rigurosamente respetuosos de la
represión sexual a la que sus creencias obligan), también habría hablado con
una incuestionable autoridad moral. En tales circunstancias, el riesgo
equivalía a revelar que no hablaban en representación de una mayoría
aplastante, sino, por el contrario, de una digna minoría constituida pro
familias perfectas, donde reina la congruencia. No lo hicieron así y el
resultado les fue desfavorable. Lo sorprendente es que, para estas familias
perfectas, Madonna siga siendo la representación misma del demonio y no una
cantante insaciable de publicidad, y una niña mimada que también es.
Pero cada quién su Madonna. Mientras
continúen otorgándole poderes descomunales al considerarla como una enviada de
Satán o como una amenaza a las buenas costumbres o como el ejemplo a seguir de
la mujer moderna o como la artista más exitosa que "por algo será",
las mentes seguirán encumbrándola y eso es lo importante.
Yo también tengo mi Madonna.
Personalmente no la imagino muy interesada en la sexualidad ni en las
perversiones sexuales ni en el arte erótico. La veo haciendo cuentas tras un
escritorio, contestando llamadas telefónicas, cerrando negocios, sumando,
multiplicando y hablando con asesores financiero para encontrar la mejor forma
de pago menos impuestos.
La veo
comparando sus ingresos con los de Michael Jackson y diseñando espectáculos más
llamativos para superarlos.
No sé por
qué nunca la imagino haciendole un regalo a nadie; mucho menos el de su
sexualidad.
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• Es
difícil creer en una religión que premia la castidad y la virginidad.
Madonna Louise Veronica Ciccone, actriz
estadounidense
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