martes, 30 de julio de 2013

Ayuda a Filipinas



                      Shintaro Ishihara

        En una discusión reciente con un periodista norteamericano, expuse ampliamente cómo el hombre blanco, especialmete los norteamericanos, no ha llevado bien su carga.
Señalé que los países en desarrollo en las regiones que habían estado bajo el control caucásico, o donde el Occidente todavía estaba dando ayuda y asesoría, eran un lío.
 Mire a Africa, México, América Central y del Sur, el Medio Oriente.
 El único caso desgraciado en Asia es un país que gobernó Estads Unidos, las Filipinas.


Los norteamericanso tienen la increible ilusión de que las Filipinas son una muestra de democracia, lo que demuestra que hay algo básicamente equivocado en su percepción.
Las buenas intenciones han producido muy malos resultados.
        Le dije al periodista que el gobierno norteamericano fue más benévolo que el de los españoles, por lo tanto los fililpinos son amistosos y se adaptan a los norteamericanos.
       Sin embargo, Estados Unidos jamás les enseñó la verdadera democracia.
El congresista Stephen J. Solarz, presidente del Subcomité de la Cámara sobre Asuntos Asiáticos y del Pacífico, una vez me sondeó para saber que pensaba acerca de ayudar a Manila.


El gobierno de Aquino había solicitado una enorme cantidad de ayuda extranjera  (parte de la cual odría usarse para compensar a ricos terratenientes cuyas propiedades serían confiscadas en una reforma agraria).
Quizá Washington y Tokio podría poner cada uno la mitad, dijo.
 ¡Qué broma!
(Estoy lejos de sentirme abrumado por una persona que quiere derramar dinero en un país con una brecha tan grande entre los ricos y los pobres y donde los rangos inferiores de la burocracia son todavía tan corruptos como durante el régimen de Marcos.)
Sólo una persona que no supiera nada sobre las condiciones en las Filipinas pensaría que con sólo darles dinero harían girar al país sobre sus talones.
Solarz no comprendía adónde terminarían esos fondos.
Los filipinos tienen que resolver sus propias contradicciones sociales.
Que los de afuera derramen dinero, adentro no curará nada.
        Para ayudar a las Filipinas, primero hay que identificar a los malhechores: los terratenientes.
       Esta clase, con sus vastas propiedades y absurdos privilegios, arrebató la riqueza al pueblo.
No tengo simpatía por esta élite explotadora.
A menos que se realice una profunda reforma agraria, como la de Japón después de la Segunda Guerra Mudial, la desesperación rural va a engendrar movimientos agrarios radicales y violentos.
Sin la estabilidad de la justicia social y una clase media, los terratenientes también estarán inseguros.
Si los militares toman el poder y adoptan políticas izquierdistas -confiscación, nacionalización-, ése será el fin de los grandes terratenientes.
        Primero quiten a los explotadores, y entonces la democracia puede echar ráices.
La "muestra de democracia" de Estados Unidos es todo apariencia y ninguna sustancia.
No sólo sería un desperdicio de dinero gastar miles de millones de dólares para compensar a los propietarios por sus tierras, sino que destruiría la autosuficiencia de los filipinos, su capacidad para resolver sus propios problemas.
Para las naciones o para los individuos, la autoayuda -la decisión de levantarse sin ayuda de nadie- es crucial.
Inconscientes de lo que hace funcionar a otras personas, los norteamericanos, quizá a causa de su ingenuidad, piensan que dar dinero asegurará la felicidad.
        Le conté al periodista norteamericano acerca del jefe de Tru, que lamentaba la diferencia entre el gobierno japonés y el norteamericano en Micronesia.
En japonés fluido, me dijo que sus hijos sólo habían aprendido de los norteamericanos pereza y haraganería.
Los gobernantes estadoundienses habían echado a perder a la generación más joven en Belau, Truk y en toda Micronesia, con el dinero y el materialismo.
Por ejemplo, en las islas se podía cultivar lechuga, pero en lugar de enseñales agronomía, los administradores norteamericanos les enseñaron a los micronesios cómo importarla.
        Los norteamericanos no tienen respeto por la cultura local, dijo el jefe.
Sus misioneros desaprobaban a los médicos tribales y prohibían el uso de hierbas medicinales y remedios tradicionales.
NO se les permitía a los nativos usar curas para las quemaduras y cortadas que eran frecuentemente más efectivas que las medicinas modernas.
Las canciones y danzas tradicionales estaban muriendo, dijo el jefe, porque los misioneros también habían prohibido los festivales locales.
Como bárbaros, los norteamericanos destruyen la cultura del pueblo local, imponen la suya propia y ni siquiera se dan cuenta de lo que han hecho.
        En los viejos tiempos, los isleños tenían un festival de la cosecha, similar a las celebraciones de otoño que se hacen en Japón.
De hecho, la gente de los Mares del Sur puede habérselas enseñado a nuestros antepasados.
 Los aldeanos se reunían bajo la luna llena y danzaban al ritmo de tambores. La gente joven formaba parejas, por supuesto. Los festivales rurales siempre tienen un lado obsceno, licencioso.
Los misioneros prohibieron esta celebración estridente, terrena, e hicieron del festival de la cosecha un tributo a Dios.
Los aldeanos colocaban ofrendas de alimentos sobre el altar de la iglesia, ¡que posteriormente se comían el ministro y su familia!
 Nosotros no cultivamos la comida para ellos, explicó el jefe.
 Los misioneros eran inconscientes de lo mal que se interpretaba su piedad.
        Concluí mi pequeña conferencia al periodista señalando que los países asiáticos que son económicamente florecientes -Corea del Sur, Taiwán, Singapur, etc.- fueron todos controlados por Japón en una época, antes o durante la Segunda Guerra Mundial.
Es cierto que Japón se comportó mal durante el conflicto y se debe hacer un examen de conciencia, pero en cierta forma también fuimos una influencia benéfica.
De las regiones proveedoras de recursos, el Sureste de Asia es la única en la que, gracias a un esfuerzo intensivo, incluyendo la contribución de Japón, los países están haciendo un rápido progreso social y económico.
Usted no puede decir eso acerca de ningún lugar en el que fueron dominates los caucásicos.
       El periodista no tuvo contestación.
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Del libro "EL LIBRO EL JAPON QUE PUEDE DECIR NO"
Shintaro Ishihara
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