Tomás Gerardo Allaz
Más valen indios muertos que
indios vivos"...
La visita de
Clinton, con la extremada pleitesía que le rindió nuestro presidente,
reactualizó en el marco polític mexicano del momento aquel concepto tan
ilustrado por las gestas holliwoodescas. Hasta resultó grotesca y vejatoria la
devoción exhibida aquí en estos días hacia piedras labradas por artistas de
otros siglos, con exclusión de toda referencia a la existencia de sus no menos
dotados descendientes, cuyo martirio se ha hecho notorio en el mundo entero a
raíz del ¡ya basta! del 1º de enero de 1994.
Es más, en vísperas de la
recepción preparada para la gran caravana norteña, Zedillo quiso que se
clausurara la última legislatura del presente Congreso sin que se pronunciaran
palabras destinadas a los indígenas que, desde hace tantos
meses, esperan una respuesta respecto al porvenir de los cuatro
documentos definitorios de una nueva
relación entre el Estado y sus pueblos indios.
Fueron firmados el 16 de
febrero del año pasado por representantes oficiales del gobierno y por dos
comandantes del EZLN.
Ahora el único gesto del
gobierno ha sido el nombramiento de un nuevo negociador gubernamental.
Por supuesto, entre la grosería de
un Bernal y las dotes de un Coldwell, la altura de tres Himalayas.
Además, aunque no se mencionó,
el segundo ha tenido un antecedente revelador: bajo su gobierno en Quintana Roo
dio todo apoyo y libertad a Virgilio Caballero para abrir en gran escala los
micrófonos oficiales a voceros de etnias.
Empero, aun de conservar
después de las elecciones una tarea pública, con las tendencias carruselescas
que prevalecen, ¿quién no se atrevería a ver para él un destino como el
Infonavit o la Lotería
Nacional?
En lo
referente a nuestras etnias, lo peor podría presentarse.
Por lo tanto, es tiempo de
hablar claro y duro. Al contrario de lo que creen no pocos, el tiempo está
con los indígenas, quizá no en el sentido pacífico que
desearíamos.
Tratándose de cierta
mentalidad racista y colonialista que pesa sobre nosotros, manifestaremos el
costo y las posibles consecuencias de ésta aun contra las previsiones
mayoritarias.
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Hablaremos de Argelia,
gigante africano. Como nosotros, está preparando elecciones nacionales que
abrirán una era nueva que puede resultar mejor o peor, pero en ningún caso
idéntica a lo de antes.
En Argelia, al acercarse los
comicios, la sangre se derrama: En abril, 400 civiles murieron en atentados y
masacres. Son una imprevisible consecuencia de una descolonización demasiado
tardía. Los errores que se pagan hoy allá parecen una copia de los errores que
estamos nosotros cometiendo aquí
con nuestras 56 etnias. La misma imprevisión, la misma ceguera.
Cuando estalló la guerra
de liberación, el 1º de noviembre de 1954, el equivalente de nuestro secretario
de Gobernación, el ministro del Interior, era un cierto François Mitterrand y
acababa de hacer una gira por los llamados
Departamentos argelinos, donde
"no pasaba nada". La respuesta al manifiesto de los insurgentes fue
tajante: "No habrá más negociación que la guerra, pues Argelia es
Francia".
Resultado:
siete años de guerra cruel e infame.
Sin embargo, una verdadera
negociación y una evolución concertada hubiera todavía podido alcanzar poco a
poco una salida honorable.
Dos años antes André Julien
escribía: "Es cerrando las vías normales de la legalidad a millones de
hombres como se arriesga empujarlos hacia los adversarios
radicales".
En 1936 un hombre lúcido
escribía: "La patria argelina no existe. Interrogué a la historia, a los
vivos y a los muertos; nadie me habla de ella...
Hemos apartado de una vez por
todas las nubes y las quimeras para vincular definitivamente nuestro porvenir
con el de la obra francesa en este país".
Pues bien, es el mismo hombre
que, 20 años más tarde, como presidente del clandestino "Gobierno
Provisional de la República Argelina", iba a encabezar a los
"rebeldes" (los llamados "fellagas"): Ferhat Abbas.
El mismo, aún en 1958, a
cuatro años de la victoria, declaraba a un periódico belga: "Si Francia
hubiera querido, esta guerra no hubiera estallado nunca. En efecto, lo que la
inmensa mayoría de los argelinos pedían antes de 1954 no era la independencia,
sino un estatuto que hubiera hecho de ellos auténticos franceses, como los
bretones o los provenzales".
Nuestros indígenas nos repiten que son mexicanos y quieren ser para
siempre mexicanos, y les debemos creer, porque ellos no practican una doble
verdad.
Empero si seguimos tratándolos
como lo hacen nuestros gobernantes, puede suceder lo mismo que en Argelia.
No debemos olvidar cómo
en 1968, al cerrar las vías no violentas, hemos echado al monte a jóvenes
guerrilleros.
El citado Fehrat Abbas,
después de años de cogitación, escribió sobre la experiencia del
pueblo argelino dos libros que pueden inquietarnos frente a
nuestros indígenas.
Basta ya una
frase: "Los historiadores escribirán un día que la Argelia Francesa ha
caído en el vacío por haber sido concebida para los 'europeos' y haber rehusado
convertirse para el provecho de todos".
Hemos concebido un
México para los mestizos, no para todos, no para los indígenas, digamos lo que
digamos.
Hasta el director de la
Seguridad Nacional, quien como tal recibió el 1º de noviembre de 1954 el primer
telegrama sobre el estallido y fue el primero en brincar del otro lado del
Mediterráneo, aunque partidario de la "Argelia francesa", confiesa:
Desde 1954, cada 1º de noviembre me remite con melancolía "al rosario de
oportunidades desperdiciadas".
¡Cuántas actitudes nuestras en México hoy resultan percibidas por nuestros
indígenas como verdaderos puntapiés!
En el momento presente se está
cometiendo el error más grave que ocurre en semejantes circunstancias: buscar
una división entre los que aspiran a cambiar su condición de postergados y
humillados. En eso también vale, y vale en plan de tragedia y derrame de
sangre, el caso de Argelia.
Después del acceso a la plena
independencia,
Argelia pudo estructurarse y
organizarse, y hasta llegó un momento en que parecía una gran nación próspera.
Ya a principios de los años 70 fue considerada como la capital mundial de los
países no alineados. Empero, por circunstancias que no cabe analizar aquí y por
desgobiernos y extremismos y radicalismos se llegó al mar de sangre presente,
fácilmente atizados todavía por fundamentalismos religiosos.
Pues bien, ¿cuáles son los
destinados a dar una mayor cuota de sangre?
Son los
considerados como "colaboracionistas" o "vendidos al
gobierno". Tal es el resultado de los intentos de dividir para reinar.
Aquí en México Reyes Heroles
recomendaba no despertar al "México bronco". Nosotros recomendaremos
no olvidar lo terrible que pueda ser una "ira indígena".
Se habla a menudo de
necrofilia cuando zapatistas recalcan que no temen a la muerte. No la temen
porque, según dicen, nosotros les reservamos ser "siempre como muertos en
vida".
Lo que más
cuenta para ellos es su honor, su dignidad pisoteada. Es lo que puede llevarlos
a extremos insospechables.
Su dulzura natural en lo
ordinario no puede engañar.
Ojalá el señor
presidente no arriesgue despertar la potencial y pavorosa "ira
india", pues podría llegar a lo mismo que tanto ensangrienta a Argelia hoy
después de años de aparente somnolencia.
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